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Refugiados LGTBIQ, recuperando la dignidad lejos de casa

Henrik, salvadoreño de 35 años, esperó a cumplir los 27 antes de anunciarle a su familia que era un hombre trans. “Mi familia es católica, conservadora, y no sabía si me iban a aceptar. Primero quería tener mi independencia económica para sustentarme si me rechazaban, pero también esperé a tener fuerza de lo que me iba a doler que eso me ocurriera”, explica hoy. Su madre no tuvo problemas, pero sí se los imaginó. “Me dijo: ‘Te quiero, pero me dan miedo las consecuencias”. Tenía razón. Las pandillas que rigen ciertas comunidades de El Salvador le acosaron y extorsionaron hasta que, en 2019, tuvo que irse. “Es muy fuerte porque… hubo parte de la sociedad que sí me aceptó. Mi familia, en el trabajo me querían como yo era”, lamenta Henrik hoy, con la voz temblorosa, sentado en una oficina madrileña. “Pero vienen estos delincuentes que han arraigado en los prejuicios, que nos tienen como abominaciones, que es como nos llaman, abominaciones, y es algo bien fuerte. Tener que alejarse de la familia por ese tipo de cosas”.

Henrik es un caso arquetípico del tipo de refugiado que más ha crecido en España en los últimos años: el refugiado LGTBIQ (siglas de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, intersexuales y queer). “Es un doble trauma: el que supone la huida de tu país, que une a todos los refugiados, más el sufrimiento de su persecución por la identidad u orientación sexual. Se juntan varias formas de xenofobia y racismo. Su carga es más grande”, explica Cristina Bermejo, directora de la ONG Rescate, que lleva operando en España desde 1960 y que es de las pocas en atender expresamente las necesidades de los refugiados ­LGTBIQ. En un mundo donde pertenecer a ese colectivo es un crimen en 69 países de la ONU, castigado con la muerte en 6; donde 14 naciones persiguen abiertamente a las personas trans y 42 Estados restringen la libertad LGTBIQ, el colectivo está alarmantemente desprotegido. “La Convención de Ginebra dicta que se puede pedir asilo por pertenencia a un grupo social determinado. ¡Se hizo en 1951, no menciona específicamente a las personas LGTBIQ! Hay países que han modificado sus leyes para incluirlos, pero no muchos”.

Henrik (El Salvador, 35 años) y Tania (El Salvador, 24 años). Lo único que hizo esta pareja fue salir a tomar una copa. “Llegaron al bar unos chicos”, recuerda él. Pandilleros, el cuarto poder en El Salvador. Empezaron a meterse con ella, cis heterosexual. Vieron que él era trans. “Ahí empezaron a agarrarla con nosotros”, dice ella. La acosaban en el supermercado. Les pedían dinero, 200 euros semanales, por dejarles vivir. “Un amigo les había ignorado. Apareció en su casa, en un baño de sangre, una bolsa amarrada a la cabeza y los genitales en la boca”, recuerda él. Huyeron. “Aquí soy libre, pero vine con la pena de que allí sí me aceptaban. Mi mamá me aceptaba. Mi peor pesadilla era irme y no volver a verla jamás. En octubre me llamaron: acababa de morir”.Gorka Postigo

España sí lo hizo, en 2001. Desde entonces, da amparo a incontables vidas que no podían continuar en sus países. En el último año y medio, Rescate ha ayudado a traer e insertar a un joven ugandés cuya bisexualidad le costó no ya el proyecto político que estaba desarrollando, sino sus propias raíces africanas. O a varias mujeres transexuales de América Latina, que se vieron obligadas a prostituirse por falta de alternativas laborales, lo que les abocó a convivir con las pandas en sus países y a una vida de violencia (y que de hecho viven en España con las cicatrices físicas de armas de fuego o quemaduras en la piel). O a una persona no binaria de Casablanca (Marruecos) que se jugaba la vida cada vez que ponía un pie en la calle por su forma de andar y de expresarse. Incontables historias con el poder de recordar la importancia de amparar y proteger, pero no solo. También pueden servirles a personas en situaciones similares para encontrar un camino de salida.

“No puedo cambiar mi historia, pero sí quiero contarla”, anuncia Alex, camerunés de 20 años que sufrió todo tipo de abusos, dentro y fuera de casa, al confesar su homosexualidad ante su tía, la mujer encargada de criarlo. “Perdí su confianza, y la mía en mí mismo. Si mi propia tía, la persona más cercana a mí, puede hacerme esto: pegarme, cortarme con navajas y ponerme pimienta en la sangre para limpiar mi homosexualidad… Pero a lo mejor, si esto lo ve otra persona, puede reaccionar como yo he reaccionado. Que no es quitarse la vida, cosa que yo mismo he intentado varias veces. Hay un camino. Lo que más me interesa es eso, ayudar”.

Alex (Camerún, 20 años). Los padres de esta persona no binaria murieron pronto y él fue a vivir con su querida tía. Un día, ella le preguntó por las chicas; él contestó que mejor los chicos: “Me sacó de la escuela y me puso a vender zumo en la calle. Todo cambió”, recuerda. “A los 13 años, mi tío me violó”. Se fue de casa, a trabajar a un restaurante. Allí conoció a un chico, que se ofreció a protegerle y compartir gastos para huir juntos a Europa. Estaban en Argelia cuando discutieron. “Mi madre se me apareció en sueños. Me dijo que me quedase, que el mar estaba peligroso. Se lo dije a mi chico. Se fue sin mí. Tras dos semanas sin noticias, me enteré de que había muerto en el viaje”.Gorka Postigo
Lali (Colombia, 26 años). La adolescencia en Villavicencio, al sudeste de Bogotá, le trajo consecuencias inmediatas a esta joven: “Ya de por sí, por ser mujer ya eres objeto de deseo. Cuando eres una mujer abiertamente lesbiana, es como si les pusieses un dulce. Te vuelves como un reto y empiezan los acosos… No me sentía segura en mi entorno. No tengo algo mal, no necesito un hombre que me arregle. Que me haga mujer. Todo esto me desencadenó rechazo propio y me aislé. Tenía novia, a distancia, y empecé a alejarla hasta que me dejó ella a mí. No quería tener contacto con nadie. En algún momento me dijeron: ‘No sales de casa, de tu habitación, tienes que hacer algo’. Entonces el universo se alineó y vine a España”.Gorka Postigo
Daniel (Uganda, 28 años). “Algunas tradiciones africanas dicen que la homosexualidad es una maldición que viene de un demonio y que se lava con sangre. Aprendí ya de pequeño que ser bisexual en Uganda era vivir en la clandestinidad. Tu familia, tu comunidad, tu gobierno te iban a rechazar. Tampoco podías confiar tus secretos a gente cercana: de joven fui a una fiesta y llamaron a la policía. Un poco mayor, entré en política. Empezaron los avisos, algunos incluso desde mi familia, de que me iba a pasar algo. Efectivamente, me atacaron. Para limpiarme la sangre. Hui a Nairobi, pero las comunidades están muy bien conectadas. Era cuestión de tiempo que me encontraran. Había leído que en Europa había derechos para homosexuales. Es muy difícil ser homosexual en Uganda”.Gorka Postigo
Francesca (El Salvador, 30 años). Conoce bien los problemas de ser mujer y trans en El Salvador. La prostitución como única salida: “En casa no me aceptaban. En la universidad me excluían. En las entrevistas querían que me cortase el pelo, ser hombre, no ser yo”. Las agresiones: “Un día iba con mi pareja a un evento cultural y unos chavales nos lanzaron telas en llamas. Nos quemaron la ropa y la piel. Tengo esas cicatrices en la piel y en el espíritu”. Y la impunidad: “Cuando vas a denunciar, te dicen: ‘Te lo buscaste por ser maricón, por ser como eres’. Y no investigan. Además, da pavor porque esa información se filtra. Cualquiera podía ir a matarte a tu casa. Luego los medios dirán que era un ajuste de cuentas”.Gorka Postigo
José Antonio (Venezuela, 21 años). “Cuando eres gay y eres negro, la gente te quiere ver menos”. Ese es el resumen que hace de sus 19 años en Cabimas, Venezuela, donde vivía en el armario pero, a la vez, acosado por su pluma. Que le gritaran por la calle, o le tirasen huevos crudos, era su rutina. En casa no decía nada: no iban a aceptarle. Dejó de salir. “Solo a casa de mi amiga, ir y volver, 200 metros entre las dos. Volvía tarde, a las dos de la madrugada, para no ver a nadie. Aun así, me gritaban. Un hombre me paró y me dijo: ‘Te voy a violar para que te vuelvas hombre’. Salí corriendo”. No ha vuelto a mirar atrás.Gorka Postigo
Taira (Colombia, 29 años). Todo cambió una mañana de 2016. “Estaba en una tienda de alimentación, comprando desodorante, cuando un hombre empezó a insultarme. Dije: ‘Dispárame, ¿no? Y, sin más palabras, lo hizo. Me miré en el espejo. La bala entró por la mejilla, no rompió nada. Yo misma llamé a la ambulancia. De pronto, vivía con un miedo horrible en mi país: ese hombre no era el único que me podía hacer daño. La ley no me protegería”, recuerda. Huyó. “Ser trans es difícil. Hay que tener cojones. Es salir a la calle y mostrarle al mundo quién tú eres. Tú sabes muy bien que muchas personas, la mayoría, tienen doble vida. Yo prefiero ser así y recibir golpes y patadas, pero ser lo que soy”.Gorka Postigo
Hamza (Casablanca, 24 años). Marruecos, donde un acto homosexual es un delito castigado con hasta tres años de prisión, puede ser una cárcel para gente como esta persona no binaria atraída por los hombres y por llevar tacones. “Cada día allí es una guerra. En septiembre de 2019 me atacaron físicamente. Me rodearon unas 10, 15 personas, llamándome zamel, zamel (marica, marica), y grabándolo en vídeo. Cogí un taxi y me fui a casa, donde no se lo podía contar a nadie. La salud mental es otro tabú: si tienes un problema, estás loco. Era azafato en una aerolínea y mis compañeros se chivaron de mi sexualidad a los jefes, que me ofrecieron ayuda psiquiátrica. Nunca me sentí segura allí. No puedo ser allí la persona que quiero ser”.Gorka Postigo
Nonardo (Cuba, 48 años). Es un rebelde. Tuvo que serlo para sobrevivir a La Habana de los setenta como niño gay. “Como era afeminado, mi familia, que me golpeaba, me internó en una escuela rural. Tenía 13 años, pero me pusieron en la única clase que tenía hueco, la de los de 19. Sufrí abusos sexuales, mentales y psíquicos cada noche. Y me rebelé. Me convertí en un alumno difícil. Empecé a fugarme. Dejé los estudios al poco”. Se hizo artista. Rebelde, claro, contra el Gobierno. “En 2018, una nueva ley daba derecho al Gobierno a entrar a mi casa y tomar mis obras”. Empezó a sufrir el acoso. Un día de febrero hace dos años salió rumbo a Europa. Nunca regresó.Gorka Postigo

Créditos. Foto: Gorka Postigo. Estilismo: Carla Paucar. Set: Sofia Alazraki. Maquillaje: Miki Vallés. Agradecimientos: CAP, Pelonio, Camera Studio, Perfecto Madrid.


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