Regreso al mundo bipolar

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, este viernes en Washington (EE UU).
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, este viernes en Washington (EE UU).Al Drago / AFP

No basta la amarga derrota sufrida por Estados Unidos con su precipitada salida de Afganistán para sostener que la primera superpotencia se halla en un declive inexorable, tal como viene sosteniendo Pekín con más empeño propagandístico que argumentos sólidos. Lo demuestra la contundente carta que acaba de jugar Joe Biden con el anuncio de una alianza tripartita con Australia y Reino Unido, acompañada de la dotación a Canberra de doce submarinos de propulsión nuclear, destinados a patrullar por la región marítima más conflictiva del planeta, el mar de la China meridional, donde discurre una de las rutas por mar de mayor valor estratégico y se acumulan numerosas disputas territoriales de casi todos los países ribereños con Pekín.

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La diplomacia guerrera china ha reaccionado con severas acusaciones de contribución a la carrera armamentística y de proliferación nuclear, consciente de que la clausura de las guerras sin fin en Oriente Próximo iba a conducir a concentrar los esfuerzos estadounidenses en esta zona tan explosiva, en la que Pekín viene practicando una sigilosa, pero constante ocupación de arrecifes y peñascos, incluso dentro de las aguas territoriales de sus vecinos. Cuenta además con una presa apetecida como es Taiwán, cuya anexión, incluso directamente por el uso de la fuerza, significaría la culminación del proyecto de rejuvenecimiento chino esgrimido por Xi Jinping.

Tiene por tanto toda la lógica que Estados Unidos despliegue una amplia política de alianzas en Asia a través del Quad, o cuarteto ya establecido con India, Australia y Japón, y ahora con el Aukus, con Australia y Reino Unido, organizada tácitamente por la tecnología nuclear compartida. Washington está dejando un hueco en Oriente Próximo y en Asia central, pero es más que precipitada la expectativa de un nuevo aislacionismo que le permita desentenderse de la estabilidad mundial. Otra cosa distinta es que estos esfuerzos se hagan a costa de Francia y de los europeos, como es el caso, y que esta opción sea la más conveniente incluso para solidificar el frente de las democracias ante las amenazas rusas en el este europeo y China en la región India-Pacífico.

Ni es seguro que Biden tenga veleidades aislacionistas ni tan solo que el declive de Estados Unidos y su sustitución por el imperio chino estén certificados de antemano. Si hay alguna certeza que puede desprenderse de los últimos movimientos es que entramos en un mundo que ha dejado de ser unipolar y se dirige hacia una nueva bipolaridad similar a la que protagonizó la Guerra Fría, aunque su centro de gravedad ya no está en Europa sino en Asia. Razones todas ellas suficientes para que la Unión Europea aspire a una autonomía estratégica y replantee su defensa a partir de una dependencia menos vinculada a intereses ajenos a los suyos propios.


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