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Relato de una noche de cacería humana de los Dominican Don’t Play: machetes, menores, ataques por sorpresa y pacto de silencio


Una cacería humana grabada por una cámara de Prosegur. Las imágenes muestran a la víctima, Sandy entrar atropelladamente en el locutorio de Julito, en Vallecas, buscando refugio en una de las cabinas. A continuación, la llegada de tres de sus atacantes, con una pistola, una escopeta y un machete. También se ve cómo el polvo ciega gran parte de la escena cuando disparan. La cámara recoge el forcejeo de la víctima que quiere escapar de la muerte. Un chico en el que impactaron cuatro disparos y recibió un machetazo en la mano. Sobrevivió, como todos sobre los que cayeron aquella noche del 30 de septiembre de 2019.

Imágenes de una reyerta entre integrantes de bandas juveniles rivales en un locutorio de Vallecas.

Esta semana se juzga en la Audiencia Provincial de Madrid a los supuestos miembros de los Dominican Don’t Play responsables de esas agresiones. Carlos Suriel —apodado El Huevo—, Mario Osorio, José Fernández y Víctor Amador. El fiscal pide para el primero 34 años de prisión por dos homicidios en grado de tentativa. Para el resto, solicita cinco años de cárcel por pertenencia a organización criminal. Esta vez protagonizan ellos una historia que se repite cada cierto tiempo con diferentes nombres y en otros escenarios de la ciudad. A principios de febrero en un solo fin de semana se produjeron hasta seis caídas o cacerías como la de aquella noche en Vallecas. Según el relato de la Fiscalía, los cuatro encausados junto con otros jóvenes que no pudieron ser detenidos se lanzaron esa noche a la calle en busca de rivales. Los encontraron cerca del locutorio y siguieron con las agresiones por los alrededores. En esta persecución homicida encontraron a Sandy, a Jonathan, a Álvaro y a Luis, a los que identificaron como miembros de los Trinitarios, su banda enemiga, y les atacaron con machetes y armas de fuego.

Era una noche de principios del otoño y la zona estaba llena de gente en la calle y en las terrazas. A los pocos segundos de los disparos comienzan las primeras llamadas a la Policía y el 112. “Vi todo porque el locutorio tiene ventanales. Me coloqué detrás de un árbol para seguir viendo qué pasaba. Algunos chicos se quedaron en la puerta y tres de ellos entraron. Oí muchos silbidos, todos silbaban y gritaban de la misma manera”, ha explicado uno de los testigos, que en un principio dijo que era amigo de algunas de las víctimas y este miércoles en el juicio ha asegurado no conocerlas.

Todos guardan lo que parece un pacto tácito de silencio. Ninguno de los acusados ni de las víctimas sabe nada de bandas, no se conocen de nada y nunca se habían visto antes. “¿Pertenece o simpatiza con alguna banda?”, es la pregunta recurrente del fiscal a los acusados y las víctimas en este tipo de casos. “No, yo tengo amigos de todas partes y no sé si ellos andan metidos en algo”, es la respuesta generalizada. “Yo esa noche estaba ahí porque había quedado con una chica a la que estaba empezando a conocer, pero después de esto, como para seguir conociéndonos”, arguyó José, uno de los acusados, calzado con náuticos y con un moñete en el pelo. “Iba camino a la frutería y me encontré con este grupo que corría hacia mí con las caras tapadas”, relató Sandy, la víctima de la cámara de grabación.

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Sandy consiguió salir del locutorio y correr hasta encontrarse con una patrulla de policías municipales, que le socorrieron, avisaron a la ambulancia y solicitaron refuerzos. En las emisoras de los agentes locales sonó un aviso: “Código 100″. Quiere decir aviso de extrema urgencia. A la zona acudieron también varias patrullas de los policías nacionales, provenientes de Vallecas y de Retiro. Los agentes desplegados lograron localizar al resto de víctimas. Conscientes pero balbuceando frases sin sentido a causa de los golpes y la pérdida de sangre.

También encontraron a los supuestos agresores. Al presunto cabecilla, El Huevo, le hallaron junto a su compañero de banquillo, José y a otros dos menores, que no están incluidos en esta causa. Uno de ellos cumplía 18 años ese mismo día, contó el policía que les identificó. La captación de menores es otro de los frentes abiertos en la lucha contra esta delincuencia. El fin de semana en el que la violencia de las bandas sacudió Madrid murió Jaime, de 15 años, pero también detuvieron a otro menor que había asestado una puñalada muy cerca del corazón en un parque de Ciudad Lineal. Son muestras de lealtad y valentía, pero también un activo codiciado para los más mayores porque saben que sobre ellos suelen recaer penas más bajas.

Ese grupo acababa de arrojar dos machetes a un seto. “Estaban muy sudados. Pero también tuvieron una reacción rara al vernos, casi como de alivio, de que ya había acabado todo”, relató un agente. La adrenalina del momento saltaba a la vista. A Mario lo localizó otra patrulla en una calle cercana con otro compañero de banda, aún con la escopeta, un machete y la funda vacía de otro en la mano. Al verse descubiertos, intentaron escapar y arrojaron las armas a la entrada de un garaje. A Mario le detuvieron cuando todavía tenía una gota de sangre en su pantalón, de la que la Policía Científica tomó muestras. A Víctor le identificaron después las víctimas como uno de los que llevaba un cuchillo.

Momento en el que supuestamente Sandy trata de esconderse en la cabina y el principal acusado del juicio va a por él con una pistola.

En la sala de juicios se han juntado los supuestos agresores y las víctimas. Solo una ha pedido biombo. Al resto no le importaba estar a escasos metros sin nada de por medio. Por allí ha pasado Jonathan, con un parche en el ojo izquierdo, en el que ha perdido la visión, porque el machete impactó justo debajo de su sien, desde la oreja hasta casi la nariz. Ha contado que ya conocía al principal acusado, Carlos, porque habían coincidido en el centro de menores de Aranjuez. “Ya habíamos tenido problemas allí, pero por nada de bandas”, ha señalado. Sandy, que aún tiene en el cuerpo dos de las balas en el hombro y el costado derecho de aquel día. “El que me disparó llevaba un arma chiquita, lo vi tan de frente que no puedo olvidar ese rostro”, ha relatado. Álvaro, que ahora está en la cárcel por otro caso, y en cuyo rostro ha quedado la cicatriz que el machete le dejó aquel día. “El pelo me la tapa un poco”, ha explicado.

En el Hospital Gregorio Marañón, cuenta un policía municipal, llegó a cruzarse una víctima con un agresor. “Ese es el que me ha dado”, le aseguró Luis al agente que lo custodiaba cuando vio en el pasillo a Carlos Suriel, el único que está en prisión desde aquel día. Suriel es un veinteañero fácilmente reconocible por su altura, que acude al juicio con camisas perfectamente planchadas y zapatillas blancas impolutas.

Todas estas reyertas siguen un mismo guion, los actores que las protagonizan cumplen un patrón y las armas que emplearon se han convertido en su símbolo. Aquella fue una noche de silbidos, de machetes escondidos en un seto, de balas que siguen incrustadas en el cuerpo de las víctimas. La noche en la que nadie sabe por qué corrió la sangre.

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