En un texto titulado Virilidad, Rafael Sánchez Ferlosio decía en 1994 que, ante la escena de un niño corriendo entre las mesas de un restaurante, si uno dice “lo que necesita este niño es un par de hostias bien dadas”, en realidad expresa el deseo de poder dárselas él. Llama Ferlosio a esto “ralea viril”, una especie a la que también pertenecería el que, ante una mujer que le saca de quicio, espeta: “Lo que esa necesita es un buen polvo”. El escritor remataba contando que aquellos que necesitan “remediar al prójimo con hostias y polvos” no lo aguantan como sujeto, sino sólo como objeto, en concreto de sometimiento y control.
Recordé estos apuntes de Ferlosio cuando, enterado por la exclusiva de eldiario.es, supe que en una comida con varias decenas de agentes y mandos de la Policía Nacional, la comisaria de Pontevedra se refirió así a los disturbios causados tras la sentencia del procés en los que, según ella, por las críticas parecía que los policías se habían transformado “y, de repente, violaban, maltrataban y no sé qué cuántas cosas hacían más, que ya les gustaría a algunas que las violara un UIP [un antidisturbios]”. La ocurrencia se celebró con risas. No sé si causa más repelús el chiste de la violación o preguntar a la comisaria a quiénes se refiere por “algunas” y por qué ellas y no otras, aunque lo lleve implícito en el contexto. La celebración de tus subalternos como objetos sexuales suele pasar, sin embargo, más desapercibida que si un jefazo presume de tener a su cargo a muchas buenorras. Podría decirse que hubo en 20 palabras una escalada de incorrecciones que sólo podía terminar, para ocultarlas, en una broma sobre lo mucho que te gustaría que te violasen. No sacó un bidón de gasolina y quemó el restaurante de milagro.
Lo primero que llama la atención es que, efectivamente, se dijo en aquellos días, y se nos dijo a los reporteros que estábamos cubriendo esos incidentes, que la Policía maltrataba (fuese verdad o no), pero no consta, ni como calumnia, una acusación de violación de nadie. Uno entiende el sentido figurativo de la frase, pero el apartar la violación del “no sé cuántas cosas más” hace parecer que el comentario del final tenía que entrar aunque fuese derrapando. No era el mejor comentario, pero es evidente que la comisaria sospechó que podía ser el mejor público. Que una persona se haya escandalizado al punto de filtrarlo demuestra que al menos alguien sí ejerció de mejor público.
No había en ese pretendido chiste la cuestión principal que apuntaba Ferlosio de que alguien necesita un buen polvo para amansarse, sino una frivolidad que conectaba con otro inconsciente: el del deseo y su subcontratación para, esto es divertido, mitigar las críticas. De fondo hay algo bien interesante y bien delicado: por qué esta ralea viril prefiere el chiste de “ya te gustaría que te violara ese” a “ya te gustaría que te diese una paliza ese”. Sobreentendiendo el —deteriorado por gastado— artefacto humorístico, ¿por qué juega ese humor con la posibilidad remotísima de que pueda haber placer en la violencia sexual y no en la violencia sólo física?
Decía en este periódico Diego San José que se puede hacer chistes de todo si luego uno puede explicar de qué se ha reído. Y también que despreciaba el humor hecho “para dar la razón al espectador en lugares donde se está calentito”. Por eso las risas al comentario. Porque la desgracia del chiste no es el chiste en sí, sino la seguridad de saber dónde sería aceptado y aplaudido.
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