El amanecer en Fort Hood se parece al de un anuncio de la campaña para la reelección del presidente Ronald Reagan en 1984. El vídeo comenzaba con una voz en off envuelta en una apacible música que anunciaba: “De nuevo es de día en América”. Y se podían ver imágenes de barrios residenciales: un chico repartiendo periódicos, un ejecutivo bajando de un taxi, un tractor labrando la tierra con el sol tímido de primera hora, una pareja casándose. Orden, prosperidad, buen rollo. Nadie querría salir de allí.
A las ocho de la mañana, esta base militar de Texas, una de las mayores de Estados Unidos, lleva un buen rato en plena actividad. Los militares acaban de realizar su hora y media de ejercicio diario. Los niños acuden a las guarderías y los colegios. Los padres, a sus puestos de trabajo. En la compañía Delta, octavo batallón de ingenieros, segunda brigada, ensayan la ceremonia de cambio de guardia que van a celebrar al mediodía y entonan su himno: “Marchad, cantad nuestra canción, con el Ejército de los libres”.
En Fort Hood viven 38.000 soldados y la cifra supera las 70.000 personas si se incluyen a familias y empleados civiles. Es como una gran ciudad con restaurantes, boleras, hoteles, oficinas bancarias y peluquerías, pero sin tráfico imposible. Hasta se puede ver a uniformados en bicicleta. Situada entre Austin y Waco, ocupa 214.000 acres (algo más de 86 hectáreas), más que la ciudad de Nueva York entera, y es la única base de todo el país capaz de albergar y entrenar dos divisiones acorazadas. Fue fundada en enero de 1942, cuando Estados Unidos se involucró en la II Guerra Mundial. Por sus filas pasó un joven llamado Elvis Presley.
La mañana del 22 de abril de 2020, una de esas apacibles y ordenadas mañanas, la soldada Vanessa Guillén, de 20 años, desapareció. Había sido acosada durante meses, ante los ojos de su unidad, sin que nadie tomase medidas. Encontraron su cuerpo descuartizado, dos meses después, cerca de la base. Otro soldado la había asesinado. Ha tenido que pasar más de un año para que el Ejército haya considerado probado el acoso, aunque no por parte del hombre que la mató. Veintiún altos cargos han sido relevados o castigados por los graves errores cometidos en cada uno de los puntos del proceso.
Una investigación independiente llevada a cabo en la base tras el suceso reveló un clima “permisivo con el acoso y la agresión sexual” que llevaba a las militares, sencillamente, a actuar “en modo supervivencia”. El panel entrevistó a 507 mujeres y en cuanto a agresiones sexuales, halló 93 testimonios creíbles de los que solo 59 lo habían reportado, por miedo al ostracismo. Por lo que respecta al acoso, los investigadores hallaron 135 casos creíbles entre esas 507 mujeres encuestadas y solamente 72 lo habían notificado. La mitad de ellas dijo que no confiaba en sus superiores.
La historia de Vanessa puso el foco en la lacra de los abusos en el Ejército, pero también señaló a Fort Hood como un lugar especialmente maldito: su tasa de delitos sexuales es un 75% superior a la media del Ejército, sufre la segunda mayor incidencia de intentos de suicidio y ocupa la peor posición en detección de drogas. Mientras los investigadores buscaban a Vanessa, se toparon con el cadáver de Gregory Morales, otro soldado que había desaparecido un año atrás y declarado desertor.
Flores en recuerdo de la soldado Vanessa Guillén junto al Río León, donde fueron encontrados sus restos. | En vídeo, la historia de la militar, hija de mexicanos.
Fort Hood recibe el sobrenombre de “el gran lugar”, por la calidad de vida que ofrece a los militares y sus familias. Es el cuartel general del III Cuerpo y también se hace llamar, con orgullo, “el martillo de América”.
A la soldada Vanessa Guillén la mataron a martillazos en la cabeza. Luego la metieron en una caja con ruedas, la llevaron a un río, la desmembraron y la quemaron. Ahora da nombre a una ley que busca cambiar el modo en el que se trata la violencia sexual en el Ejército.
1. ACOSO, DESAPARICIÓN Y MUERTE
Están clavadas varias cruces en una orilla del río León, rodeadas de mensajes, vírgenes y abalorios; representan tres tumbas por los tres agujeros diferentes en los que fueron enterrados los restos de Vanessa: la cabeza separada del tronco y el tronco de sus extremidades. Gloria, su madre, acudió allí una vez, el 14 de diciembre, porque quería verlo con sus propios ojos y rezar. El cura la consuela, le dice que Vanessa murió como Jesucristo, con sufrimiento, para salvar la vida de otras muchachas. Otros le dicen que olvide el dolor, que todas esas perrerías se las hicieron ya muerta. Pero ella piensa en las que le hicieron en vida porque recuerda todo lo que ocurrió desde que entró en Fort Hood en 2018 como una película de terror a cámara lenta.
“En tres o cuatro meses ya no era la misma. Un día me dijo: ‘Fort Hood es el infierno, mami. Estoy viendo mucho acoso a las jóvenes, mucha maldad, hay muchas pandillas, mucha droga en todas partes, muchos suicidas”, rememora la mujer, de 43 años. “Yo le dije que rompiera ese contrato inmediatamente y se fuera de allí, pero no podía, debía cumplir tres años antes de poder hacerlo”, continúa.
Su ánimo empeoró, perdió peso, se le caía el pelo. Un sábado de febrero de 2020 Gloria la sentó en la cocina y la hizo hablar. “¿Te acuerdas de que te dije que acosaban a muchachas, mami? Es que yo soy una de ellas’, me dijo. Le pregunté si la habían llegado a tocar pero me respondió que dos amigos allí dentro la protegían. Yo le rogué que denunciara, pero me aseguró que no serviría de nada, que nunca hacían caso de las denuncias. ‘Si la gente a la que acudes es la misma que viola, ¿crees que van a hacer algo?’, me explicó. Me dijo que esperaría a poder salir de allí para hablar. Le faltaba un año”. Vanessa pidió ese destino porque se encontraba a tres horas en coche de su familia, que vive en Houston. Vanessa era la segunda de seis hermanos nacidos en Estados Unidos, de padres originarios de México, aún hoy sin papeles.
Cuesta respirar en casa de los Guillén. El hogar entero se ha transformado en un mausoleo para Vanessa. Fotos, dibujos y pinturas con su rostro ocupan todas las paredes. Su juventud, su belleza apabullante, sus ojos brillantes observan desde todos los rincones. Las estanterías hasta el suelo están llenas de recuerdos, postales, condecoraciones regaladas por otros soldados, banderas. Su gorra, sus botas, su foto de graduación. La madre envía correos al presidente, Joe Biden, pero él no le responde. La abuela lleva una camiseta con la cara de la nieta fallecida, también la tía. Acaba de cumplirse un año de su muerte. No confirmarían la tragedia hasta el 30 de junio, cuando encontraron los restos, pero desde que ese 22 de abril dejó de responder mensajes todos en su casa sabían que algo malo había pasado.
Aquella mañana de miércoles Guillén debía procesar equipamientos rotos en una sala de armas y validar algunas numeraciones en otra. A las 10.03 entró en la primera y a las 10.15 se dirigió a la segunda. En esta última estaba el soldado Aaron Robinson. No se volvió a saber de ella. A las 11.05 ya no respondió el mensaje de texto del soldado de la primera sala. Se había dejado sus llaves, su identificación militar y su tarjeta de crédito. Su compañera de habitación no la había visto desde que dejó los barracones por la mañana. El soldado Robinson, también de 20 años, dijo que Guillén se había marchado tras hacer su trabajo, sin más. Dos testigos testificaron después, en el mes de mayo, que ese mismo día le vieron trasladando a su vehículo una caja grande y dura, con ruedas, que parecía muy pesada.
La familia de Vanessa estaba desesperada. Aquella tarde del 22 de abril, Mayra, la hermana mayor, fue a Fort Hood. Pasarían semanas en un motel cercano mientras la buscaban. Querían contratar a un detective, pero no tenían dinero. Aunque el Ejército comprendió enseguida que su ausencia no era voluntaria, fue declarada, por motivos burocráticos, ausente sin permiso -la antesala de la deserción- desde el 24 de abril hasta el 30 de junio, cuando unos obreros que trabajaban en una cerca junto al río León en Belton Texas, encontraron restos humanos.
Esa misma noche de junio, la novia de Robinson confesó. Cecily Aguilar ya había sido interrogada previamente por la policía, pero admitió que había mentido. El soldado había matado a su compañera a golpes de martillo en la sala de armas. Salió de Fort Hood ya muerta, dentro de la caja. Robinson pidió ayuda a Cecily para hacerla desaparecer, la recogió en coche y juntos fueron al río. El mismo día que la encontraron, el soldado escapó de la custodia militar y, cuando la policía iba a por él, se suicidó con un arma de fuego.
2. UN SECRETO A VOCES EN LA BASE
“Guillén fue acosada sexualmente por un supervisor. Este supervisor creó un ambiente intimidante y hostil. Los responsables de la unidad estaban informados de ese acoso, al igual que los responsables de ese supervisor, y no tomaron medidas adecuadas”.
“Los mandos fracasaron a la hora de corregir las acciones de un líder tóxico”.
“El responsable interino de Fort Hood y su personal fueron excesivamente reticentes a colaborar con los medios y proporcionar la información correcta [tras la desaparición de la soldada] con el fin de proteger la investigación”.
“Cuando Fort Hood adoptó una estrategia de comunicación, ya había perdido la confianza de la familia Guillén, de la comunidad que lo rodea y de la nación”.
Las citas corresponden a la investigación administrativa puesta en marcha el pasado septiembre a cargo del general Michael Garrett sobre todas las pesquisas en torno a la desaparición y muerte de Guillén. Fue publicada el pasado 30 de abril, hace menos de dos meses. Hasta entonces, el Ejército no había reconocido probado, negro sobre blanco, la existencia de ningún asedio, que ella oficialmente rehusó denunciar pero se conocía, y tampoco lo vincula a su muerte.
El acoso había comenzado en verano de 2019, con un comentario de tipo sexual por parte de un supervisor, que le propuso participar en un trío. Eso contrarió a Guillén y, a partir de ese momento, el supervisor la convirtió en un objetivo. Dos de sus compañeros informaron a los superiores de ello. Le llamaba la atención delante de sus compañeros y la ponía como mal ejemplo constantemente. En una ocasión, en un ejercicio de entrenamiento sobre el terreno, este superior acudió a su encuentro mientras ella estaba a solas, aseándose en el bosque.
La misma investigación concluye que el soldado Robinson había estado acosando sexualmente a al menos otra militar de la base, pero no ha encontrado pruebas de que también lo hiciera con Guillén. No se ha establecido oficialmente un móvil para ese crimen. “La novia de Robinson declaró a la policía que, según este le contó, mató a Guillén porque la joven había amenazado con contar por ahí un affaire que él mantenía, algo sin sentido. La hipótesis más probable es que Robinson la quiso agredir y ella se defendió, pero no se podrá concluir porque en la base hicieron todo tan mal que dejaron que se escapara y ahora está muerto”, señala el coronel Don Christensen, fiscal y juez militar retirado que ahora preside Protect our defender, una organización que lucha contra la violencia sexual en el Ejército.
Christensen fue fiscal jefe de la Fuerza del Aire entre 2010 y 2014, periodo en el que vio y sufrió los fallos del sistema, hasta que un caso concreto colmó el vaso y le hizo dejarlo: “Procesé a un piloto por agredir sexualmente a una civil en Italia. Su mando hizo todo lo posible para evitar que fuera a juicio, pero conseguimos se juzgara y ganamos… Pero cuatro meses después, el mando superior anuló la condena porque era un buen padre de familia y toda la respuesta de la Fuerza Aérea a esa decisión fue hacer todo lo posible por proteger al general que anuló la condena. La condena fue en octubre de 2012, la revocaron en febrero de 2013 y yo me retiré al año siguiente”.
En el año fiscal 2020, de las 5.640 acusaciones de agresión sexual que los supervisores de las Fuerzas Armadas estadounidenses presentaron oficialmente, solo 255 fueron a juicio. Y de esas, explica Christensen, tan solo 50 supusieron una condena relacionada con el delito sexual.
El Ejército considera probado que a Vanessa Guillén la acosó sistemáticamente un militar, pero que la mató otro y que este otro había acosado a otra soldada, pero no ven pruebas de que lo hiciera con ella (hasta que la mató a martillazos el 22 de abril de 2020). Otro informe de un comité independiente, formado por investigadores civiles y publicado el pasado 8 de diciembre, dibujó un clima lo bastante venenoso como para que incluso esto parezca verosímil.
Las 136 páginas que ocupan apenas dan un respiro. “El programa de prevención y respuesta al acoso y la agresión sexual [Sharp, en sus siglas en inglés] era inefectivo hasta el punto de que había un ambiente permisivo con el acoso y la agresión sexual”, comienza. “En Fort Hood había un riesgo claro de agresiones sexuales relacionadas con soldadas sobre las que se podría haber intervenido, pero desgraciadamente el enfoque de los responsables fue un business as usual que provocó que las soldadas, sobre todo en las brigadas de combate, adoptaran el modo supervivencia […] y temieran informar de las agresiones y ser aisladas y revictimizadas”.
3. NUEVAS LEYES Y CAMBIO DE CULTURA
La comandante Gabriela Thompson se incorporó a la oficina de comunicación de la base el pasado septiembre y es quien guía a EL PAÍS en el paseo por la base, donde todo el mundo saluda con una sonrisa y, a la luz del día, las cosas parecen funcionar como un reloj. ¿Cómo es posible que esto ocurriera? “La confianza es algo que se erosionó durante los últimos 20 años. Lo atribuimos al hecho de que estuvimos concentrados en las operaciones durante ese tiempo. La confianza entre los soldados y el mando se dañó y si no hay esa confianza no van a informar de un caso de acoso o agresión”, explica. Desde el escándalo, añade, se ha notado un incremento de denuncias, aunque “eso no significa que hayan aumentado los abusos, sino que la gente se siente un poco más cómoda denunciando”.
La base ha puesto ahora en marcha la Operación Las Personas, Primero, un paquete de medidas a diferentes niveles que busca restablecer esa confianza, desde facilitar las vías de comunicación hasta reforzar la formación sobre la identificación del acoso. “No se trata solo de powerpoints”, dice Thompson, sino de “ponerles en situaciones reales”.
Mejorar la comunicación hacia el exterior es otra de las múltiples recomendaciones planteadas por los expertos. El coronel Myles Caggins también se incorporó al equipo de relaciones públicas tras el caso Guillén. Venía de otras misiones de comunicación nada fáciles, como la guerra de Irak o la prisión de Guantánamo. También habla de la confianza. “Eso se convierte en una bola que hace metástasis y provoca una crisis”, dice. La soldada Guillén, continúa, “era nuestra hermana y su legado sigue vivo en cómo tratamos de cambiar la cultura aquí”. En el regimiento de la tercera caballería, donde ella servía, hay 4.000 soldados, de ellos, 500 mujeres. Caggins destaca que la primera sargento de 2020 es una mujer latina, Ashlee Ibarra.
El crimen de Vanessa sucedió en un ambiente de por sí tóxico, con altas tasas de suicidio, consumo de drogas y de otros delitos en comparación con la media de Ejército. Sobre estos, tampoco se actuaba como debía. Según el informe del panel de investigadores independiente, que concluyó a primeros de noviembre, entre 2018 y 2020 se suicidaron 50 soldados y fueron asesinados 11, pero el responsable de la investigación de Fort Hood solo ha trabajado en los casos de dos soldados desaparecidos en cinco años. Elder Fernandes, un militar de 23 años, fue encontrado el pasado agosto ahorcado en un árbol cerca de la base tras días desaparecido.
Después del examen de diciembre, 14 cargos de Fort Hood y de la Unidad de Investigación de Delitos del Ejército fueron relevados o suspendidos. Y después de los hallazgos de abril, seis oficiales más han sido penalizados. El secretario del Ejército, Ryan McCarthy, dijo: “Ese informe llevará al Ejército a cambiar nuestra cultura”.
Los informes y el dolor. Las décadas de lucha infructuosa por frenar las agresiones sexuales en el Ejército han provocado un cambio en el Congreso de Estados Unidos. La senadora demócrata Kirsten Gillibrand lleva años de campaña para lograr que salga adelante una ley que marcaría un punto de inflexión en el modo en el que el mundo castrense lidia con estas cuestiones y está logrando cada vez más apoyos republicanos, entre ellos, el de la senadora Joni Ernst, una ex teniente coronel que, según reveló en 2019, también fue víctima de agresión.
La propuesta de ley retiraría a la cadena de mando la autoridad para decidir si se procesa a un militar por delitos no contemplados en la justicia militar, como los relacionados con la violencia sexual o el robo. Es decir, fiscales militares pero independientes de la cadena de mando tomarían la decisión. El caso de la soldada de Fort Hood ha dado otro impulso a estas iniciativas. En la Cámara de Representantes, la congresista Jackie Speier ha presentado otro proyecto de ley similar, la ley I am Vanessa Guillén, yo soy Vanessa Guillén.
Como sucedió con la muerte del afroamericano George Floyd, que también dio nombre a una propuesta de ley, familia y organizaciones confían en que la muerte de Guillén sirva para cambiar el curso de la historia. Es mal asunto que en Estados Unidos pongan una ley con tu nombre. El de Guillén figura incluso en una de las puertas de entrada a Fort Hood. Dice Gloria, su madre, que quería ser militar desde niña, que en vez de jugar con muñecas le pedía pistolitas de agua. Siempre pensó que se le pasaría la fijación, pero al acabar en el instituto se alistó. “Me dijo: ‘mami, yo quiero servir a mi país”. Gloria y su esposo no pudieron ir a la ceremonia de graduación de su hija. Dos décadas después de emigrar de México siguen sin papeles.
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