EL PAÍS

Retrato de un Japón en colapso demográfico a través de la mirada de sus jóvenes

Es esa hora de la tarde en la que en la puerta del colegio debería haber un gran bullicio de niños que salen y padres o abuelos que los recogen, pero lo que hay en la entrada de la escuela Imakumano de Kioto es silencio y ahí solo está Hikari Yurugi. Ella estudió en ese centro, igual que su padre, pero el bebé que lleva en el vientre no lo hará. Imakumano cerró hace casi una década, porque en Japón hay cada vez menos niños, en un colapso demográfico de dimensiones gravísimas. Tanto, que el primer ministro, Fumio Kishida, dijo en enero que el país se halla “al borde de ser incapaz de mantener sus funciones sociales”. “Es ahora o nunca”, declaró, asegurando que revertir esa tendencia será su política más importante.

Yurugi tiene 27 años. Alrededor de 1,2 millones de personas nacían cada año en ese Japón de mediados de los noventa, que entraba en una larga fase de estancamiento económico tras décadas de crecimiento extraordinario. En 2022, fueron alumbrados menos de 800.000 bebés, con una curva en declive mucho más acelerado de lo que se esperaba hasta hace poco y que ha desatado todas las alertas.

El Gobierno proyecta que, si no se logra invertir la tendencia, de los 125 millones de habitantes actuales bajará a 100 millones alrededor de 2050, y a 60 millones a finales de siglo. La curva es tan abrupta que cuestiona la capacidad del país de sostener el peso de las pensiones y la asistencia a los ancianos, de tener mano de obra y jóvenes con capacidad innovadora en dosis suficientes para impulsar la economía.

El colegio Imakumano es, pues, símbolo de un patrón extendido. El país cierra unas 500 escuelas cada año. La entidad financiera Nomura calcula que hay más de 10 millones de inmuebles vacíos. Grandes pedazos de Japón se van atrofiando.

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Los problemas de natalidad y envejecimiento son fenómenos extendidos en el mundo desarrollado. España o Italia, sin ir más lejos, también afrontan retos parecidos. Pero en Japón son especialmente agudos porque se plantean en una sociedad con un fortísimo apego a valores tradicionales que, entre otras cosas, dificultan el camino hacia la igualdad de género o la apertura a los extranjeros, claves importantes para superar la crisis. Así, junto a Corea del Sur, destaca entre los países en mayor dificultad. Ese conservadurismo tiene su reflejo político en el Gobierno casi ininterrumpido en Japón del conservador Partido Liberal Democrático desde 1955.

La realidad contemporánea desafía a la identidad japonesa de posguerra también en otro sentido: el pacifismo. El auge inquietante de China, sus fricciones con Washington o los cohetes de Corea del Norte reclaman un giro en su tradicional política de defensa hipercontenida.

Si la adaptación al tiempo moderno —con el cambio climático, tecnológico y otros— es difícil para todos, para Japón representa un cuestionamiento profundo de la identidad. Japón sigue siendo la tercera potencia económica mundial. Va camino de convertirse en un país con relevante capacidad militar a la vista del gran incremento de gasto de defensa presupuestado. Es un país dotado de empresas de alcance mundial, de alto potencial tecnológico; es una sociedad segura, ordenada, refinada, con calidad de vida admirable en muchos sentidos. Todo ello, sin embargo, se halla amenazado, como señala su primer ministro, por retos de calado existencial.

A continuación, sigue una mirada sobre estos desafíos, sobre el presente y las perspectivas del país, a través del prisma de la historia personal y los puntos de vista de un puñado de sus jóvenes, auténtico oro menguante de la sociedad nipona. Un pequeño retrato de Japón a través de un mosaico compuesto por una selección de voces juveniles escuchadas a mediados de mayo en Tokio, Yokohama y Kioto. Estudiantes o trabajadores, con pareja o solteros, con niños, sin, o a la espera de uno, como Hikari Yurugi que, embarazada de seis meses, delante del colegio Imakumano y en una cafetería cercana, cuenta su historia, y porque, como muchos otros de su generación, es escéptica acerca de las posibilidades de un cambio profundo en su país.

HIKARI YURUGIEl obstáculo económicoHikari Yurugi, delante del colegio Imakumano de Kioto, en el que ella estudió, igual que su padre, y que cerró hace casi una década por falta de niños. Andrea Rizzi

Anda ágil, Hikari Yurugi, por las calles de su barrio pese al embarazo de seis meses y el calor ya muy notable en una tarde mayo. En una de las callejuelas se ven dos niños en edad de primaria caminar de vuelta a casa de algún cole más alejado, con sus mochilas de forma idéntica, pequeño símbolo entre tantos de una sociedad regida por multitud de cánones, estructuras, normas, jerarquías y tradiciones muy fuertes. Yurugi quiso salirse un poco de ellas.

Tras terminar la carrera, empezó a trabajar en una empresa local, Nissha, especializada en la producción de materiales industriales y médicos, como manda el canon: hallar empleo al terminar los estudios y a partir de ahí trabajar largas jornadas laborales con escasas vacaciones. Pero se desvió de él. “Era tan joven, me parecía un derroche pasar tantas horas delante de un ordenador. Quería usar el cuerpo”, dice. Se fue a vivir al pequeño archipiélago Amami, al norte de Okinawa.

Estuvo viviendo ahí un tiempo, saliendo del marco tradicional. Hizo trabajillos varios, hasta que la enfermedad de cáncer de su madre la indujo a volver a Kioto. La madre pudo ver la boda de la hija el año pasado, pero no podrá conocer al bebé que lleva en su vientre. “Haz lo que te guste, me decía”, recuerda Yurugi.

Lo intentó, pero su experiencia recuerda la persistente influencia de los cánones tradicionales y las consecuencias de salirse de ellos. Ahora, trabaja a tiempo parcial en una empresa. “Cuando dejas un puesto a tiempo completo, luego es difícil conseguir otro. Quizá pudiera haberlo logrado poco a poco, pero ahora la maternidad es otro obstáculo”, dice.

La sociedad japonesa espera que se siga el camino establecido. Quienes no lo hacen para seguir sus instintos se exponen a dificultades. El problema es que incluso seguir el camino ortodoxo no resulta muy propicio para ser padres, con largas jornadas laborales, pocas vacaciones, costes de vivienda tradicionalmente elevados para espacios reducidos, y un sistema con servicios públicos incompletos e insatisfactorios para muchos.

“Creo que la escasa natalidad es sobre todo un problema económico. Hay que asumir importantes gastos en educación y sanidad”, dice Yurugi. Una encuesta del Instituto Nacional de Investigaciones sobre Población y Seguridad Social de 2021 detectaba que para un 53% de los encuestados ese era el principal escollo para tener hijos.

Puede sorprender que, en una sociedad próspera como la japonesa, el componente económico resulte un freno importante. La cuestión es que la educación pública gratuita llega solo hasta los 15 años, y de todas formas las familias quieren para sus hijos la privada porque se considera mejor. La atención en guarderías o el sistema sanitario no están cubiertos de manera universal. El primer ministro Kishida reconoció que hay que intervenir en esa línea, y el jueves anunció la intención de redoblar el gasto público dirigido al cuidado infantil para ponerlo al nivel de Suecia.

Yurugi se desvió del camino estándar pero no rechaza las tradiciones de su país. Sin embargo, no tiene dudas de que el país necesita un golpe de timón.

-¿Hace falta un cambio en Japón?

-¡Por supuesto! Pero no tengo confianza de que se produzca. Los líderes son mayores, y creo que no tienen interés en un gran cambio. La prensa no es muy valiente. Y los jóvenes me parece que están rendidos. Yo voto, pero muchos ni siquiera eso.

HIBIKI SUGIIEl creciente anhelo de emigrarHibiki Sugii, estudiante universitario de 20 años, en Kioto.Andrea Rizzi

Sugii, de 20 años, nació en Fujieda, pequeña localidad entre Tokio y Kioto, ciudad a la que se mudó a vivir para estudiar en la universidad. Primer salto de otro más grande que este joven sonriente quiere dar: vivir en el extranjero.

Este anhelo, frecuente en otras naciones, incluso en las prósperas, lo ha sido mucho menos en Japón, una sociedad tradicionalmente muy cerrada. Algo más de medio millón de japoneses vive de forma permanente en el exterior, un 0,4% de la población residente. Otros 700.000 se hallaban en 2022 en el exterior en estancias prolongadas, superiores a tres meses. España, por ejemplo, tiene unos 2,8 millones de residentes en el exterior, equivalente a un 6% de su población. Pero el número de los japoneses que salen crece, y sobre todo son los jóvenes los que marchan. Una potencial complicación más para afrontar el desafío demográfico.

“Los jóvenes en Japón no somos muy felices”, dice Sugii, con un razonamiento directo y claro que no es lo más habitual. “Aquí uno no se siente muy libre de buscar su propio camino. Somos un poco un rebaño. Seguimos la corriente, actuamos pensando en qué pensarán los demás. No me siento muy a gusto con esa manera de pensar. El peso de las tradiciones es un poco estresante. Estoy bastante motivado para ir a vivir al exterior”, comenta.

Jung-Eun Lee, investigadora sénior en materia migratoria y profesora a tiempo parcial en la universidad Ritsumeikan, señala que en los últimos años observa un cambio, un mayor interés en aprender inglés y marchar al exterior. También cree que hay un cambio de valores en la nueva generación. “Algunas cosas están cambiando, pero no la estructura. Es una sociedad con raíces fuertes en la historia. Cambian pequeñas cosas, pero no excavan, no tocan los cimientos”.

Sugii, con una pasión por hacer música hip hop lo-fi, manifiesta ideas que muestran un claro corte generacional. Cree que la sociedad debería ser mucho más feminista. Se muestra completamente cómodo con la idea de aumentar los arsenales japoneses. “Estoy de acuerdo con aumentar el gasto militar y tener más armas. Nucleares, no, pero las normales, sí. No quiero que se usen, pero creo que tiene sentido para hacer que otros no tengan malas ideas y para no depender tanto de EE UU”.

AKIHO KOBOKAYAMAEl dilema maternidad-carrera profesionalAkiho Kobokayama, en una calle del barrio de Ginza, en Tokio, adyacente a la sede de la empresa en la que trabaja. Gonzalo Robledo

“Cuando pienso en mi futuro, creo que estoy en una encrucijada. Aún no he decidido nada, pero siento que estoy ante la disyuntiva de mi vida. El ideal sería poder tener carrera y familia”, dice Akiho Kobokayama, de 32 años. Ella nació en la prefectura de Hiroshima y se mudó hace diez años a Tokio para estudiar. Ahora trabaja en la capital en la agencia de publicidad Shinto Tsushin.

La tasa de participación de la mujer en el mercado laboral ha aumentado en Japón, desde un 60% a principios de siglo hasta un 74% actualmente. Se trata de un dato de enorme importancia en un país con escasez de trabajadores.

Sin embargo, las condiciones prácticas de este positivo paso de integración tienen sombras, con desigualdad persistente en los puestos de mando, brechas salariales. Además, la maternidad todavía constituye un freno en las perspectivas profesionales. Problemas compartidos con otras democracias avanzadas, pero según amplio consenso de expertos, más acentuados aquí que en otras.

El sentimiento de disyuntiva que expresa Kobokayama es sin duda uno de los elementos que influye en el declive demográfico de Japón. “Creo que, en Japón, en comparación con antes, es más fácil para las mujeres trabajar. La diferencia está en cuando llega el momento de casarse, dar a luz. En esa etapa, los hombres tienen más ventajas”, dice, en una sala de la sede de su empresa en el barrio Ginza de Tokio.

Cuenta que muchas de sus amigas de Hiroshima están casadas y una parte ya tiene hijos. En cambio, de sus amigas de la universidad de Tokio ninguna está casada. “Yo contemplo la opción de ser feliz sin matrimonio e hijos”, dice, en una muestra de un claro cambio cultural con respecto a las opiniones mayoritarias en generaciones pasadas.

El lugar de procedencia de Kobokayama, la prefectura de Hiroshima, símbolo mundial del horror nuclear, marca su visión del cambio geopolítico que afronta el país. “En Hiroshima tenemos una conciencia relativamente fuerte del valor de la paz y de los riesgos nucleares. En Tokio los jóvenes no tienen mucho interés en estas cuestiones o en la perspectiva de un posible cambio de la Constitución. Creo que es necesario que se eduque más en este tipo de conocimiento. Entiendo las necesidades de defensa. Comprendo que el declive demográfico entre otras cosas representa un problema si en el futuro fuese necesario reclutar fuerzas para defenderse. A la vez, creo que no puede haber solo un foco en la defensa, y que los jóvenes deben aprender más sobre el significado de la paz y la guerra”, dice.

-¿Eres feliz?

-Quisiera saber qué es la felicidad. Pero puedo decir que me siento satisfecha. No tengo grandes preocupaciones.

LAURA PANOLos obstáculos a la inmigraciónLaura Pano, italiana de 30 años, en una calle de Kioto, donde trabaja para una empresa del sector de los videojuegos.Andrea Rizzi

“Como extranjero, no te sientes nunca perfectamente integrado”, dice Laura Pano. Italiana de 30 años, vive en Kioto, donde trabaja para una empresa del sector de los videojuegos. Empezó a aproximarse a la lengua y la cultura japonesa en sus años universitarios en Italia, y decidió mudarse al país asiático antes de la pandemia, imantada por los muchos rasgos atractivos de la sociedad japonesa.

Pano es una de los 2,7 de millones de personas extranjeras residentes en Japón. Representan poco más del 2% de la población, una cuota pequeña comparada con las cifras de otras democracias avanzadas. El dato es el reflejo de una sociedad tradicionalmente reacia a aceptar inmigración, fenómeno que podría ser un paliativo para el declive demográfico.

El Gobierno japonés ha intentado flexibilizar en los últimos años las regulaciones para atraer mano de obra, pero siempre con esquemas rígidos que no han proporcionado avances suficientes para compensar. Con los años pandémicos, de hecho, la cifra de extranjeros ha bajado. La lengua, las fuertes raíces culturales, junto a la legislación y otros factores inhiben la atracción y plena integración de extranjeros.

“La experiencia como estudiante fue sencilla. Las dificultades emergen cuando decides vivir aquí a largo plazo sin estar casado con un ciudadano local”, cuenta Pano. Su trayectoria en Japón evidencia los rasgos de una sociedad muy organizada, pero a la vez muy rígida, con normas y costumbres que pueden resultar obstáculos para extranjeros, desde alquilar una vivienda hasta encajar en la mentalidad laboral local.

Pano cree que hay algunos síntomas de evolución en la sociedad japonesa, que la posición de la mujer en el mercado laboral ha mejorado, que se empieza a hablar más de lacras como el acoso sexual. Pero considera que la mejora es demasiado lenta. “Creo que, si no da un giro decidido y pronto, este país no tendrá futuro”, dice.

INSTITUTO SEIKO GAKUINEducar en la igualdadAlumnos del instituto Seiko Gakuin, en Yokohama, durante una clase.Andrea Rizzi

En una zona tranquila de Yokohama, con callejuelas que dan la sensación de estar en un pueblo, se halla el Instituto Seiko Gakuin. A diferencia del colegio Imakumano, este centro sigue activo décadas después de su fundación, lleno de alumnos. Es un instituto privado, católico, para varones, en el que se gradúan muchos estudiantes que prosiguen su trayectoria educativa en las mejores universidades de Japón.

El profesor Seiichi Kudo, de 68 años, es director del instituto desde hace dos décadas. Cuando empezó a dar clases, hace más de 40 años, nacían en Japón el doble de niños que hoy y la economía crecía con fuerza. Delante de sus ojos han pasado generaciones con perspectivas muy diferentes. El profesor destaca que, desde hace unas dos décadas aproximadamente, se ha ido afianzando en los sistemas educativos japoneses una asignatura que pretende subrayar la importancia de la igualdad de género, del compartir tareas entre hombres y mujeres.

Kudo señala que el Seiko Gakuin presta especial atención a esta cuestión. “Consideramos que es algo importante para una escuela que se precia de excelencia y cuyos alumnos van a ser parte de la clase dirigente futura. Los líderes deben ser conscientes de la situación social y aprender sobre igualdad de género, reparto de tareas domésticas”.

Se trata de un símbolo de la creciente consciencia de que hay corregir algunos rumbos. Entre los entrevistados hay consenso en que las cosas están cambiando, pero demasiado lento.

ANNA KUROKAWALos inasibles permisos de paternidadAnna Kurokawa, junto con su marido y la hija de ambos, Ari, en Tokio.Gonzalo Robledo

Anna Kurokawa tiene 35 años, es periodista en la cadena privada TBS, y es la madre de Ari, que tiene un año y dos meses. Actualmente, está de baja maternal. Su marido, productor en la misma cadena, no cogió ni un día de paternidad cuando nació la hija. Cuentan que no pudo: con la carga de trabajo que tenía era imposible.

La historia de Kurokawa muestra cómo el cambio en Japón necesita una acción del legislador muy decidida, porque en las zonas de sombra se imponen las viejas tradiciones y culturas de trabajo.

Kurokawa y su marido muestran puntos de vista modernos, bastante liberales. Señalan lo que consideran un excesivo espíritu de competitividad con el que muchos padres crían a sus hijos y que exacerba los problemas al multiplicar los recursos que deben destinarse a su educación. Sin embargo, cuando se les pregunta por valores de referencia para conservar en el futuro de Japón, señalan “la cultura del buen artesano”, un estandarte del ahínco a buscar siempre la perfección con una disciplina férrea, una referencia muy tradicional.

RIKUTO FUKUDA y YOKO WATANABEEl persistente tabú militarRikuto Fukuda, de 25 años, en una sala común de la residencia en la que vive, en Kioto.Andrea Rizzi

Hay una cena colectiva en la cocina común de la residencia Oak House en Kioto, un inmueble que ofrece servicios comunes a los residentes, entre los que la mayoría son jóvenes. Se habla de Japón, de su identidad, de los retos que le acechan.

Yoko Watanabe, de 32 años, chef, se declara muy en contra del rearme de su país. Cuenta que su abuelo fue soldado en la Segunda Guerra Mundial y nunca se recuperó mentalmente del todo de aquella experiencia. Rikuto Fukuda, de 25, arquitecto municipal, observa que no se habla mucho en la sociedad de estas cuestiones. Otros asistentes a la cena coinciden en ello. Fue tabú durante mucho tiempo y, según Fukuda, todavía sigue sin afrontarse con naturalidad pese a que es un asunto trascendental.

Fukuda dice que le gustaría tener hijos. Watanabe, con cinco hermanos y hermanas, querría tener tres. Ninguno de los dos tiene todavía descendencia.

Yoko Watanabe, de 32 años, en Kioto.Andrea Rizzi

Kishida, el primer ministro, declaró que la misión de Japón es crear una economía de “niños primero” y estudia para ellos múltiples medidas. Japón debe darse mucha prisa. Los nacimientos caen de forma tan abrupta que amenaza la estabilidad del sistema. De momento, lo que viene, son muchos más colegios cerrados como el Imakumeno de Kioto, donde Hikari Yurugi se despide. Es escéptica respecto a la idea de que su país logre cambiar a fondo. Pero sí quiere tener otro hijo. Japón necesita a más jóvenes con ese ánimo.

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