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Richard Ford: “El pegamento que mantiene a América unida no es la Constitución, ni la empatía, ni el amor, sino los dólares”

Paul Auster, en Oxford, en 2017.David Levenson / Getty

Esta entrevista forma parte de una serie de charlas con intelectuales, editores, activistas, economistas y políticos de primer orden que ayudan a describir el estado de cosas antes de las elecciones. Puede leer las demás entregas aquí.

Cuando se abre la página web de Escritores Contra Trump, se ve una fotografía en tono sepia de un joven tirado en el suelo, como en posición fetal, rodeado de numerosas piernas de hombres trajeados. “Ese joven soy yo”, revela Paul Auster, bajando sus inconfundibles cejas negras en un gesto entre el pudor y la chanza. “Es en 1968, cuando tenía 21 años, y me están arrestando en la universidad de Columbia”. Eran los años de ese movimiento por los derechos civiles que se cuela en las páginas de su última novela, 4321 (Seix Barral, 2017), una de sus obras más ambiciosas y celebradas. La fotografía prueba, explica el novelista, que siempre ha estado implicado en la política. “Pero nunca tan activamente como ahora”, reconoce, “porque siento que ahora el futuro entero de Estados Unidos está en juego”. El autor de La trilogía de Nueva York, con hordas de lectores por todo el mundo, ha pasado a la acción a sus 73 años, liderando un movimiento de escritores contra el presidente republicano que se somete a la reelección la semana que viene, y asiste atónito y preocupado a una campaña que desafía los límites de su prodigiosa imaginación.

Pregunta. Incluso para un novelista como usted, sería difícil imaginar una campaña como la que estamos viviendo…

Respuesta. Es una locura. Es el tipo de narrativa compleja propia de la mala literatura. Cuando Trump enfermó, no obstante, me pareció el tipo de historia que Sófocles o Shakespeare pudieron haber escrito. Y tenga en cuenta que vivimos con la posibilidad, por ejemplo, de una especie de golpe de Estado si Trump pierde. Parecen dispuestos a intentar invalidar la elección. De verdad lo están diciendo, no sé si es un farol o si tienen una organización en marcha, preparada para destruir el voto. Desde la distancia parece que es el caos total y que no tienen ni idea de lo que están haciendo. Pero también pensamos eso hace cuatro años y se las arreglaron para poner a Trump en la Casa Blanca.

P. ¿Cómo ha quedado su país después de estos cuatro años?

R. Creo que está más débil y más dividido de lo que ha estado probablemente en los últimos 150 años, desde el final de la Guerra Civil. Durante décadas, el Partido Republicano se ha movido más y más y más hacia la derecha, tanto que es hasta difícil hablar de ellos como un partido que cree en la democracia. Creen en el poder. Y entre sus fundamentos filosóficos está el hecho de que realmente no quieren un Estado. Creo que con Trump el desmantelamiento de la estructura entera de lo público en EE UU se ha acelerado de maneras que no hemos visto hasta ahora. Tenemos una agencia de protección del medio ambiente que no quiere proteger el medioambiente. Tenemos una secretaria de Educación que no cree en la escuela publica. Y así todo. Mucha de la gente que está sufriendo más sus decisiones les está apoyando por razones muy complejas, que tienen poco que ver con la política, y todo que ver con lo que podemos llamar una guerra cultural americana.

P. Y entonces llegó una pandemia…

R. Creo que no he sentido más indignación en mi vida sobre cómo un problema público ha sido gestionado por las personas en el poder. Lo llamaban una farsa, o algo creado por China. No han asumido la responsabilidad de gestionar una crisis nacional.

P. Hace cuatro años fue una de las pocas voces que advirtió de que había que tomarse en serio a Trump. ¿Por qué supo que podía ganar?

R. Primero, por el sistema que tenemos, el sistema del colegio electoral. Es la manera en que un candidato que no tiene la mayoría de votos puede ganar la presidencia. Pero sentí que había mucho más apoyo a Trump que el que decían los sondeos y la prensa. Y lo que convirtió mi optimismo en pavor fue el voto del Brexit en Inglaterra en junio. Pensé que si podía pasar allí, podía pasar aquí. Es una parte similar de la población, nacionalista, blanca, hostil hacia los inmigrantes, temerosa del otro, y enfadada por considerarse ignorada por la cultura general. Hay mucha gente que se siente así, aquí y en muchas partes de Europa occidental. Solo que aquí los números son muy grandes.

P. ¿Por qué les gusta Trump?

R. Porque les hace sentirse bien sobre sí mismos, y los demócratas les hacen sentirse mal sobre sí mismos. Es una manera cruda de verlo, pero es comprensible. Por eso le votan. Igual que Hitler les hizo a algunos alemanes sentirse bien sobre ellos mismos. Es una hostilidad furiosa y resentida hacia una sociedad cambiante. América es un país de inmigrantes, de gente de todos los orígenes, colores de piel, religiones, culturas. Muchos celebramos esa diversidad, pero otros no.

P. En su última novela, 4321, retrata el movimiento de derechos civiles en los años 60 y 70. ¿Cómo ha vivido la reciente movilización por la justicia racial?

R. Me ha devuelto fe en que América puede estar empezando a reexaminarse. Y eso es bueno. Las protestas fueron las más largas y masivas de la historia de este país. Y lo que es más importante, muchas personas blancas empezaron a preguntarse, por primera vez en sus vidas, cómo sería crecer siendo una persona negra en este país. Que esto sea algo sostenido y se convierta en parte de una conversión nacional duradera, está por ver. Pero ha sido grande. No se puede ignorar. Es una de las cosas más poderosas que he visto en toda mi vida.

P. ¿Puede Estados Unidos volver a la normalidad después de estos cuatro años?

R. Las cosas han cambiado para siempre. El mundo en general, y América en particular, están en crisis. Tenemos el gran problema verdadero al que debemos enfrentarnos todos, que es el cambio climático. Está llegando rápido. Es como un asteroide tremendo que viene del espacio y va a destruir grandes partes de la Tierra. Si no actuamos ya, será demasiado tarde. Y el sufrimiento en las generaciones venideras va a ser espantoso. Ya vemos los primeros signos en este país, los peores incendios y los peores huracanes que hemos tenido en nuestra historia. Y solo es el principio. Va a implicar una nueva forma de vida. La gente se enfada por llevar máscaras en la pandemia, imagínese los tipos de cambios que tendremos que hacer para reducir las emisiones. Luego está el sistema capitalista americano, que ha creado una sociedad tan injusta y tan inclinada hacia los ricos, que salvo que se aborden estas cuestiones, el país va a seguir empeorando. Todo eso debe ser abordado. Y va a haber retrocesos continuamente. No va a ser fácil. Pero creo que si los demócratas llegan al poder, y el Senado se convierte en una institución democrática, se pueden aprobar muchas leyes que empiecen el proceso de arreglar algunas de las injusticias más atroces del país.

P. ¿Cómo perdieron los demócratas la capacidad de apelar a la clase trabajadora?

R. No les han dado ninguna razón para votar por ellos. Están enfadados y resentidos, y los republicanos les hacen sentirse mejores. Pero por lo que se sienten mejores no tiene nada que ver con cómo les va la vida. Simplemente les refuerzan la superioridad que muchos sienten sobre los inmigrantes, las personas de piel oscura, y su etiqueta de blancos por sí sola les da una superioridad sobre otras personas.

P. ¿Habría que buscar las raíces de parte de esto en la presidencia de Obama?

R. El problema con la Administración Obama fue el siguiente. Tuvo ocho años de mandato. Los dos primeros, en los que contaba con la mayoría demócrata en Congreso, los dedicó a sacar adelante un plan sanitario. Eso es lo que quiso hacer primero. Puede ser discutible que fuera la mejor estrategia, pero definitivamente era un asunto importante, uno que ningún presidente nunca había podido resolver. Lo sacó adelante sin un solo voto republicano. Eso es llamativo. Muchos estábamos emocionados e inspirados por el hecho de que América había elegido a Obama y teníamos un presidente negro en la Casa Blanca. Piense en el simbolismo. Pero yo diría que para un tercio de la población, esto era probablemente la cosa más horrible que había sucedido nunca. Estaban horrorizados y enfadados. Tan amargados que inmediatamente después de que Obama fuera elegido, grupos de derechas empezaron a crear algo de lo que ya nadie habla, que es el Tea Party. El Tea Party fue una ofensiva de la extrema derecha para oponerse a Obama y a los demócratas. Y en 2010 ganaron la mayoría en Congreso, así que Obama no pudo hacer nada. No pudo sacar adelante ninguna ley. Y la verdad, los insultos que le dedicaron, la falta de respeto… parece como si hubieran agarrado a un hombre negro y lo hubieran atado con cuerdas. Le vendaron los ojos, le metieron un pañuelo en la garganta y le dieron patadas y puñetazos durante seis años. Seis años apaleándolo. Así que no fue su culpa. Fue la reacción a él la que desató un racismo en este país, que yo no creí que fuera tan profundo. Reveló las fallas geológicas de nuestro país. Y alimentó esa guerra cultural que Trump ha estado liderando estos cinco años, desde que inició su carrera presidencial.

P. ¿El resultado son dos bandos irreconciliables?

R. El país está tan peligrosamente dividido que es difícil imaginar cómo las dos partes pueden siquiera hablar. Ya no hay diálogo. Es como si estuviéramos en 1861, cuando empezó la guerra de Secesión, porque el odio entre las dos partes es colosal.

P. Es siempre el racismo la fuerza detrás de todo…

R. Sí. Todo en la historia de Estados Unidos vuelve siempre al racismo, es el defecto mortal de este país. La esclavitud era legal desde el momento en que empezaron las colonias. Para construir un país después de la revolución, teníamos 13 colonias. En algunas no había esclavitud porque la economía no dependía de ella. En el sur, por supuesto, la economía dependía del trabajo esclavo. Y para que estos Estados pudieran incorporarse a la unión y ser parte de EE UU, pidieron ciertas concesiones del norte, entre ellas que la esclavitud no fuera declarada ilegal, y que aunque tuvieran poblaciones más pequeñas, pudieran tener más representación en el Congreso contando a los esclavos. Los contaban como tres quintas partes de un ser humano. Fue un compromiso asqueroso. Y hemos estado pagando el precio desde entonces. Hasta que podamos confrontarlo, nuestro país no se podrá curar. En Alemania hay museos del Holocausto, no hay banderas nazis. En Estados Unidos hay banderas confederadas, y para mí no es diferente a una esvástica. Representa lo mismo. Por eso estas protestas me inspiran, porque parece la primera vez que la América blanca, o parte de ella al menos, lo capta. Pero hasta que sea universal no podremos estar menos divididos de lo que estamos.

P. ¿Qué le parece Joe Biden?

R. Biden es un demócrata moderado. Ha estado en la vida pública durante medio siglo. Nunca me ha gustado particularmente. Creo que muchas de las cosas que ha hecho han sido estúpidas. Pero sé que es básicamente una persona decente. No tiene tendencias criminales. Quiero decir, nos está gobernando un criminal. Tenemos a un criminal en la presidencia ahora, un mentiroso y un ser humano abominable. Joe Biden es decente. Creo que se ve a sí mismo en un gran momento de la vida americana y con el peso de Franklin Delano Roosevelt cuando llegó al poder en 1933 en medio de la Depresión. Hasta ahora creo que ha hecho un trabajo bastante bueno. Pasó meses sin decir nada y estaba bien. Yo le decía a Siri [Hustvedt, escritora y su esposa]: “Los demócratas podrían presentar a un tronco de árbol contra Trump, y el tronco ganaría”. Creo que Biden, actuando solo como un tronco, lo hará mejor que si está ahí fuera gritando y agitando los brazos. Ahora, lo importante es sacar a Trump y a los republicanos. Después ya nos preocuparemos por Biden.

P. “Los escritores están bien posicionados para defender la democracia”, escribe en la presentación de Escritores Contra Trump. ¿En qué sentido?

R. Si los escritores somos buenos en algo, es en expresar las ideas en lenguaje claro y conciso. Los escritores somos ciudadanos, y muchos de nosotros entendemos lo importante que son estas elecciones. Así que decidimos unirnos en un grupo y debatir lo que podemos hacer para contribuir a derrotar a Trump. Decidimos que era tarde para tratar de persuadir a nadie, así que nos concentramos en movilizar a la gente para votar. Porque todo se reduce a votar. Hubo 95 millones de personas que no votaron la última vez. Es asombroso. Quisimos concentrarnos en gente joven progresista que no está muy contenta con Biden y Harris. Queremos persuadirles de que no votar es votar por Trump. Si después quieres presionarles para que sean más progresistas, bien. Pero tenemos que hacer que ganen antes. Empezamos con 80 escritores y ahora hay más de 1.700.

P. ¿Es este el momento de su vida en que más implicado está en política?

R. Siempre he estado implicado, pero nunca tan activamente como ahora. Porque siento que el futuro entero de América está en juego. Si Trump sigue en el poder, cualquier apariencia de democracia va a desaparecer. Y vamos a ser un país diferente, un país autoritario. Es una posibilidad muy fea. Y trato de hacer lo que pueda para que no suceda.

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