Un grupo de periodistas rusos camina por un bosque cercano a Riga, el 21 de enero.Carlos Torralba
Una decena de periodistas rusos se reúnen cada sábado, al amanecer, en un bosque a 20 kilómetros de Riga. Con la primera luz del día, emprenden un paseo a través de unos senderos resbaladizos por las placas de hielo. Mientras caminan en silencio estiran los brazos con un bastón de gimnasia. Al llegar a la playa, donde un manto blanco cubre la arena, cargan sus pulmones con la brisa marina y meditan. De vuelta al aparcamiento, toman unos dulces y un té mientras comparten anécdotas de su día a día en la capital de Letonia. Todos abandonaron Rusia hace menos de un año, poco después de que comenzara la invasión de Ucrania. Como otros cientos de periodistas rusos exiliados en Riga, viven sin ingresos estables ni un panorama claro de futuro. Con una dificultad añadida: por primera vez sienten que el país que les dio la bienvenida hace meses los mira con recelo por considerarlos demasiado tibios frente a la guerra de Moscú o incluso por sospechar que puedan ejercer de espías.
La actividad a orillas del mar Báltico la organiza Riga Media Hub, una fundación que ha ayudado a continuar con su labor informativa a más de 300 profesionales rusos exiliados en Riga y cuyas voces aún llegan a parte de la ciudadanía rusa, pese a todas las restricciones. Uno de ellos es Lev Kadik, periodista e historiador de 45 años que trabajó, hasta su despido en otoño de 2021, como jefe de la sección de Política en Kommersant, el periódico económico de mayor tirada en Rusia. “Me dijeron que no estaba siguiendo la línea del partido [gobernante, Rusia Unida]. Siempre la línea del partido, siempre”, recuerda con sorna. “Los contenidos de Kommersant hoy siguen fielmente la narrativa oficialista, con un ligerísimo aliño de crítica liberal, aunque lo que le llega al lector es pura propaganda”, resume Kadik en una de las de las salas de reuniones del moderno espacio de trabajo que Riga Media Hub pone gratuitamente a disposición de periodistas rusos, bielorrusos y ucranios en una ubicación secreta —por motivos de seguridad—.
Kadik, un elocuente intelectual de izquierdas, comenzó los trámites para mudarse a Riga a mediados de febrero, 10 días antes de que Rusia atacara Ucrania. “La guerra disipó cualquier duda que pudiera quedarnos a mi esposa o a mí; no es fácil cambiar de vida cuando tienes cuatro hijos”, subraya el historiador, nieto de un letón. Kadik, que ahora trabaja para dos medios distintos, es consciente de que los periodistas rusos en Letonia incomodan a parte de la ciudadanía, una sensación que resultaba imperceptible en primavera, cuando cada semana llegaban decenas que huían de las nuevas leyes que les amenazaban con 15 años de cárcel por publicar cualquier contenido que contradijera la línea oficial del Kremlin.
En Letonia, un país con menos de dos millones de habitantes fronterizo con Rusia y Bielorrusia, gran parte de la población ve paralelismos entre el sufrimiento actual de la población ucrania y el de sus antepasados. En la memoria colectiva están muy presentes la invasión del Ejército Rojo, en 1940, y las deportaciones masivas a Siberia tras la II Guerra Mundial. Desde su independencia en 1991, la convivencia ha sido delicada entre la mayoría letona y la minoría rusa —en torno a un 25% de los habitantes—. En marzo, mientras decenas de medios de comunicación independientes se reubicaban en Riga, las autoridades letonas bloquearon la señal de 80 canales rusos, algunos bastante populares entre la comunidad rusófona del país.
Como en Estonia y Lituania, el Gobierno de Letonia ordenó en verano la demolición de todos los monumentos soviéticos. En Daugavpils, la segunda ciudad del país, el alcalde desafió la orden hasta el último momento y decenas de personas fueron arrestadas. Kadik admite que entre los ciudadanos étnicamente rusos que conoce en Riga, hay varios que estaban en contra de las demoliciones; y otros que tienen una visión equidistante de la guerra.
Banderas ucranias y un cartel crítico con Putin, ante la Embajada de Rusia en Riga, a finales de enero.Roman Koksarov (AP)
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En septiembre, Letonia prohibió la entrada a los turistas rusos, y las autoridades comenzaron a inspeccionar con lupa los visados para los periodistas que pretendan refugiarse en Riga, después de que los servicios secretos alertaran de la posible infiltración de espías del Kremlin. Aleksandra Ageeva, directora del portal independiente Sota Vision, vive con la incertidumbre de no saber qué sucederá cuando expire su visado en unos meses, y lamenta que los periodistas que corren muchísimos riesgos sobre el terreno ya no tengan una vía rápida de escape a Letonia. “En Rusia solo puedes cubrir ciertos asuntos si lo haces anónimamente”, recalca Ageeva, que a sus 36 años trata de formar una nueva vida en la capital letona junto con su madre y su hijo.
Ageeva comenzó en 2015 a grabar en solitario manifestaciones en Moscú y a difundirlas en YouTube. Su proyecto creció y hoy tiene decenas de colaboradores que cubren cualquier muestra de solidaridad con los presos políticos rusos, especialmente con el opositor Alexéi Navalni, y con la población ucrania. La periodista enseña orgullosa un vídeo grabado en Nochevieja, a 50 metros del Kremlin, en el que decenas de personas bailan mientras cantan “Ucrania no debe morir”. Ageeva agrega que en tertulias de televisiones rusas se llegó a decir que “las personas que aparecían en ese vídeo merecían la muerte”, y muestra su preocupación por dos empleados de Sota Vision, Ilia Makarov y Maksim Litvinchuk, que fueron detenidos a finales de enero en Moscú mientras cubrían una reunión de la junta municipal. Al menos 133 personas han sido ya condenadas en Rusia por publicar información contraria a la oficial o por “desacreditar a las Fuerzas Armadas”, según la organización independiente OVD-Info.
Donaciones a falta de suscriptores
Los medios rusos asentados en Riga subsisten con las donaciones de particulares y de organizaciones en el extranjero, principalmente alemanas. Hace un año, sus cuentas estaban algo más saneadas por las suscripciones en Rusia. Desde que el Gobierno ruso los declaró “agentes extranjeros” —a la mayoría en 2021—, la financiación de estos medios está castigada penalmente. Las redes sociales y YouTube les permiten seguir llegando a su público en Rusia a pesar de los intentos del Kremlin por silenciarlos. Algunos de los más pequeños, como Pskovskaya Guberniya, reciben lo justo y necesario para sobrevivir.
Denis Kamaliagin y Pavel Dimitriev son dos de los cinco empleados —todos treintañeros y exiliados en Riga— del único medio independiente que queda en la región de Pskov, fronteriza con Estonia y Letonia. Su página web ha sido bloqueada por las autoridades rusas hasta 18 veces, y cada vez han tenido que lanzar un espejo (una réplica exacta con una dirección muy similar). Abandonaron Pskov después de que unos agentes de paisano confiscaran todos los equipos electrónicos de su oficina. “Me insistieron en que no perdiera mi pasaporte, una clara invitación a marcharme del país”, relata Dimitriev. Varios de los colaboradores de Pskovskaya Guberniya todavía cubren la información sobre el terreno y envían sus crónicas a Riga.
Al huir, Kamaliagin y Dimitriev tuvieron claro que su destino sería la capital de Letonia. Descartaron otras ciudades a las que también se han mudado decenas de periodistas rusos, como Tbilisi. “Riga es una ciudad cercana, en la que casi todo el mundo entiende el ruso, la vida no es muy cara y el Gobierno es más de fiar que el de Georgia”, resume Dimitriev.
No todos los periodistas rusos que residen en Riga llegaron en los últimos 12 meses. Algunos se mudaron a orillas del Báltico tras la anexión de Crimea y el inicio de los combates en el este de Ucrania, en 2014. Los fundadores de Meduza, el medio independiente con mayor audiencia en Rusia, son algunos de ellos. A finales de enero, el Kremlin dio un paso más en sus esfuerzos por estrangular a Meduza al declararlo “organización indeseable”; ya no es solo delito financiarlo, sino que también se puede encarcelar a quien realice declaraciones para este medio o incluso a quien comparta su contenido en las redes sociales. “Tratamos de alertar a nuestros lectores de qué no deben hacer para no incurrir en ningún delito”, comenta Katerina Abramova, responsable de comunicación. “Afortunadamente, la situación no es tan terrible como en Bielorrusia, donde está penado el mero hecho de leernos”, denuncia.
El episodio más polémico se ha producido con otro de los principales medios de comunicación independientes rusos, Dozhd (Lluvia, en ruso). La cadena de televisión —la única no controlada por el Kremlin que quedaba en Rusia al inicio de la guerra— ha tenido una breve y complicada etapa en Riga. El momento crítico llegó tras unos comentarios de Alexéi Korostelev, un popular tertuliano de 27 años, en los que mostró cierta empatía con los jóvenes rusos movilizados al frente sin un equipamiento básico. Sus declaraciones fueron inmediatamente criticadas con dureza por ministros de Letonia y Ucrania. Korostelev fue despedido horas después, pero el daño resultó irreparable: la licencia de emisión de Dozhd —que ya había sido sancionada por utilizar un mapa en el que aparecía Crimea como territorio ruso— fue revocada unos días después. Tres empleados renunciaron a sus puestos en solidaridad con Korostelev.
El caso de Dozhd, con una línea editorial nítidamente contraria al régimen ruso y a la guerra en Ucrania, refleja el complicado equilibrio que tratan de encontrar los periodistas exiliados en Riga, que han de mantener la cercanía con su audiencia en Rusia sin levantar ampollas entre los letones, que en general consideran intolerable cualquier atisbo de compasión con la población del país enemigo. “Éramos conscientes de que nuestra situación en Riga no era sencilla, pero nunca imaginamos que llegarían a vetarnos”, resalta Tijon Dziadko, redactor jefe de Dozhd. La mayoría de los trabajadores de la cadena de informativos están preparando su segunda mudanza en menos de un año y en los próximos días se trasladarán a Ámsterdam, donde podrán seguir retransmitiendo por cable con una licencia expedida por Países Bajos. “No pretendemos volver a Letonia, pero vamos a limpiar nuestra reputación en los tribunales”, zanja Dziadko.
Las corresponsalías también se instalan en la capital letona
En Riga no solo se han asentado periodistas rusos. Decenas de corresponsales de medios extranjeros que trabajaban antes de la guerra en Moscú también han escogido la capital letona como nueva residencia. La estadounidense Radio Free Europe/Radio Liberty (RFE/RL) inauguró a mediados de enero su flamante sede, en un acto al que acudió el presidente letón, Egils Levits. El director de la oficina, Elmars Svekis, comenta que actualmente cuentan con 40 trabajadores, pero que en los próximos meses se contratará a más hasta “superar holgadamente el centenar”. RFE/RL también abrió a principios de enero una sede en Vilnius (Lituania). “Allí se ofrecerá el servicio al público bielorruso; en la nuestra, al ruso. Desde el inicio de la guerra, hemos multiplicado exponencialmente nuestra audiencia a través de Facebook y YouTube”, concreta Svekis, que incide en que la situación para sus colaboradores y lectores en Bielorrusia —donde hay dos periodistas de su organización encarcelados— es “mucho más peligrosa que en Rusia”.
La alemana Deutsche Welle también abrió sus nuevas oficinas en Riga a finales de diciembre. Y otros medios, como el Financial Times o la CBC (radiotelevisión pública canadiense), han trasladado a parte de su plantilla de Moscú a Riga.
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