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Rigoberta Bandini: “La promiscuidad está sobrevalorada”


Érase una vez una niña llamada Paula Ribó (Barcelona, 1990) que durante años dobló al personaje infantil Caillou. Era tan creativa que cuando salió de su colegio de monjas decidió implicarse en piezas teatrales como dramaturga y actriz. Con 30 años, Ribó fue madre, se transformó en Rigoberta Bandini, un alter ego musical bajo el que compondría la canción In Spain we call it soledad [En España lo llamamos soledad], uno de los himnos del confinamiento. Y de pronto, de forma totalmente inesperada, saltó a la fama. Artífice de los directos más divertidos que se hacen en el país, ahora Bandini lanza una nueva canción, titulada Julio Iglesias y en una de sus estrofas habla directamente a Ribó: “Niña que se fue, cuida a esta mujer que aún no te ha olvidado”.

Pregunta. ¿Por qué Julio Iglesias?

Respuesta. Porque ya no es solo una persona, sino todo un universo y una forma de vivir, que puede generar mucho rechazo porque era un hombre que, como muchos de su época, convivía con las mujeres de una manera muy patriarcal, pero consiguió crear un estilo único con su música y su forma de cantar. De alguna manera, es muy liberador jugar a ser Julio Iglesias, apoderarme de esos valores que siempre se han considerado masculinos.

P. Y si usted alcanzase el nivel de éxito de Iglesias, ¿llevaría el mismo estilo de vida?

R. No querría tener a mi disposición a 12.000 hombres. Creo que la promiscuidad está muy sobrevalorada.

P. ¿Cómo es eso?

R. Hace tiempo escribí un pequeño librito en el que apuntaba una frase que creo que resume muy bien esto: “Has confundido la felicidad con la euforia”. Durante años yo la he confundido, creo que la hemos confundido mucho los de mi generación.

P. Habla en sus letras del Ducados de su padre y el Seat Córdoba de su infancia. ¿Cree que los mileniales son demasiado nostálgicos?

R. Yo soy muy nostálgica desde los 10 años. Romantizo todo. Muchísimo. Lo de Julio Iglesias es el ejemplo claro.

P. Uno de sus grandes éxitos se titula Too many drugs [Demasiadas drogas]. ¿Cómo definiría la relación de su generación con las drogas?

R. Está muy normalizada, cosa que no encuentro del todo nociva. Lo peligroso es la banalización, porque al final son tóxicas, pero encuentro bonito todo el ritual por el que unos amigos deciden un día entrar en otro estado: abrazarse, quererse y decirse cosas increíbles. No estoy haciendo apología de las drogas, pero nos han dado cosas muy bonitas y quien diga que no, pues es que no ha probado las buenas.

P. Su última canción habla de un amante perdido. ¿Le cuesta mucho recuperarse de las rupturas?

R. Depende mucho de cada ruptura. A lo largo de mi vida he sido diferentes personas. Cuando he vivido alguna experiencia muy fuerte me ha pasado como con mi hijo ahora, que a veces lo miro y ya lloro porque me imagino cuando tenga 18 años y me diga que se va de casa… ¡Y aún tiene 16 meses! No solo es que tenga nostalgia. ¡Es que me adelanto a la nostalgia!

P. En la letra de esta misma canción dice: “Quería ser atleta y se cortó las tetas”. ¿Qué significa eso?

R. Cuando todavía jugaba con muñecas empecé a sentir miradas lascivas porque mi cuerpo se había desarrollado muy pronto. Odié mis pechos mucho tiempo. Con 20 años pasé por un quirófano para reducir su tamaño. Nunca he querido ser atleta [risas] pero ahora que lo veo con perspectiva me parece muy fuerte que la presión que recibimos las mujeres sobre nuestros cuerpos nos lleve a tomar decisiones como esta. Ahora mismo no me operaría.

P. ¿Qué pasó para que sus padres la llevaran con seis años a un estudio de doblaje?

R. Mi hermana y yo estábamos en una coral en el colegio y la profesora de música, que componía, nos dijo que necesitaba a niños para anuncios. Mi hermana empezó a hacer un personaje de [la serie infantil] La banda del patio y yo iba a verla cada puñetero día. Me fascinaba ese mundo. Entonces insistí en que yo quería hacerlo también, porque no tenía vergüenza ninguna y era pesadísima y me cogieron para ser Caillou.

P. ¿Y a sus padres no les preocupaba que se dedicara a eso? Al fin y al cabo es empezar a trabajar siendo muy pequeña.

R. Es que para mí era una actividad extraescolar que me motivaba tanto que casi me hacía estudiar más y terminar antes los deberes para dedicarme a ello. Y luego, durante muchos años en los que he hecho teatro, una actividad muy precaria, ese dinero es el que me ha permitido arriesgar en proyectos artísticos.

P. Hizo usted una adaptación de Shakespeare en la que convertía a Ricardo III en una mujer de 27 años…

R. Eso fue durante una residencia artística en Nueva York. Me interesaba muchísimo porque los villanos de Shakespeare, los villanos en general, consiguen que el público empatice con lo peor del ser humano. Hay un Ricardo III en todos nosotros. También hay una Julieta. Tenemos que aceptar esas partes y dejar de dividirnos en buenos y malos.

P. ¿Cree que vivimos en un momento en que se exige a los artistas un posicionamiento de blancos o negros?

R. Yo creo que una persona puede actuar mal en un contexto y no ser necesariamente malvada. No hay que ser benevolentes con las personas que generan discursos de odio o que la cagan estrepitosamente, pero encuentro el linchamiento público una cosa muy medieval. Entiendo que haya personas que piensen que es una manera muy eficaz de neutralizar cosas que no te gustan, pero al final lo único que generas es miedo a que te pongan en la guillotina de la plaza del pueblo.

R. ¿Y ha sentido usted ese miedo alguna vez desde que está en el ojo público?

R. Siempre hay miedo porque cuanto más crece el proyecto, más altavoz tengo. Me sabría muy mal herir alguna sensibilidad, sobre todo si es sin querer, porque si es queriendo, pues bueno, mira, esta es mi opinión, ya está. Pero afortunadamente no me he visto en ningún fregao

P. ¿Pero yo lo soñé o la vi en el barco de C. Tangana?

R. Ahhh [risas] No, no, yo estuve en un yate con él también, pero la semana anterior al escándalo. No nos conocíamos y coincidimos en el aeropuerto porque íbamos al mismo festival y pasamos unos días muy chulos en Mallorca.

P. ¿Se considera ambiciosa?

R. Sí, sí. Soy ambiciosa. Lo que pasa es que vengo de haber plantado muchas otras semillas que no han funcionado tanto así que con el éxito de ahora tampoco es que me esté flipando mucho. Lo estoy disfrutando desde un sitio bastante sano. Si crece más rápido igual me da un infarto. Me daría mucho palo no poder tener una vida normal, convertirme en David Bisbal. No poder ir por la calle es un precio que no sé si me apetece pagar. O sea que me gusta la música, pero lo primero que me gusta es la vida.

P. Parece usted muy segura de sí misma. ¿De dónde viene eso?

R. Yo diría que del amor. No sé. Mis padres me han dado mucho amor desde que era muy pequeña y me han hecho creer que era la hostia todo lo que hacía. Me han apoyado mucho en todos mis pasos. Y luego que empecé muy joven a hacer cosas. Además, si tú creas algo desde tu honestidad te haces mucho más inmune a la crítica porque es tu puta honestidad, o sea, no hay nada más. Es tu verdad.

P. Bromea mucho con lo de ser “una pija de las teresianas” y se disfraza con el uniforme de su colegio los conciertos. ¿Cómo fue su relación con las monjas?

R. Tengo una de cal y una de arena. Por un lado, fue salir de ahí y empezar a crear cosas y darme cuenta de que sentía ahí una represión muy fuerte. Pero por otro lado, aunque yo no sea excesivamente católica, porque para mí Dios es justamente libertad y expresión, sé que mi conexión con lo espiritual viene de ahí. Hay gente que me pregunta si soy del Opus y entiendo que lo piensen porque a veces me oigo y digo madre mía, pero esa experiencia me ha dejado dentro como una vela encendida. También se lo podría achacar a mi abuela, que es una persona que acaba de fallecer, pero que siempre me transmitió eso de mirar al cielo y entender la inmensidad. Por otro lado, mis padres han sido siempre muy creativos. Mi madre siempre dijo que quería ser corista de Julio Iglesias.


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