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Robert Capa, imágenes y palabras a favor de una república

“Para Gerda Taro [fotoperiodista y su pareja]. Que pasó un año en el frente español. Y se quedó”, escribía Robert Capa (Budapest, Hungría, 1913 – Thái Bình, Vietnam, 1954) en la dedicatoria de Death in the Making. Publicado originalmente por Covici-Friede, llegaría a las librerías de Nueva York en febrero de 1938, acompañado de una exposición. Se trataba del primer libro firmado por el legendario fotógrafo y reunía las fotografías capturadas durante el primer año de la Guerra Civil en distintos frentes republicanos acompañadas por una narración escrita por el propio artista. Imágenes y palabras que relatan los días de quienes intentaron frenar la insurrección fascista.

“Como verás tiene una calidad de impresión vergonzosa. No se ha retocado nada y todas las imágenes se han impreso en una especie de salsa color gris”, escribía Peter Köster, agente de Capa, al fotógrafo. No obstante, se trataba de uno de los primeros fotolibros de la historia y contribuiría a cimentar la reputación del autor como fotógrafo de guerra. La Fábrica, en colaboración con Damiani y el Centro Internacional de Fotografía (ICP), edita por primera vez la tan esperada versión en español. Una especie de edición remasterizada del original publicada bajo el título de La muerte en ciernes.

“Cuando llegamos a Barcelona el 5 de agosto, se habían acabado los combates. No resonaban los disparos en las calles. A los muertos se los habían llevado. Había triunfado el pueblo, en efecto, tras asaltar las guarniciones rebeldes, como había ocurrido en Madrid. El golpe de Franco había fracasado en las dos ciudades más grandes de España”, escribía Capa. El uso de la primera persona plural bien podía referirse a todos los periodistas extranjeros que llegaron a documentar la contienda, o a él y a Gerda, su amante, la también fotógrafa alemana. Llevaban trabajando juntos dos años. Él la enseñó a disparar una cámara. Juntos se reinventaron a sí mismos y decidieron cambiarse sus nombres, Gerta Pohorylle y André Friedmann, por los de Gerda Taro y Robert Capa. Durante un tiempo utilizaron el nombre de Robert Capa para comercializar las imágenes realizadas por ambos, lo que muchas veces ha dificultado adivinar su autor. Más tarde se independizaron y él se quedó con el nombre. Su arrojo y pasión los llevó a convertirse en los más famosos fotógrafos de guerra de su tiempo, pioneros del fotoperiodismo.

El libro incluye 24 imágenes de la joven fotógrafa, 111 de Capa, o atribuidas a él, ya que más de una podría ser bien de Taro o de Capa, y 13 de David Seymour, conocido como Chim, sin embargo, la publicación solo lleva el nombre de Capa en la portada. “En el libro original el nombre de Taro aparece en la primera página y en la dedicatoria, el problema es que la edición no especificaba la autoría de cada imagen. Algo que se ha corregido en esta nueva versión”, explica Cynthia Young, que lleva 20 años como comisaria encargada del archivo de Capa en el ICP, y es autora de un texto que se incluye en el libro. “Capa era realmente el autor. Fue él quien lo elaboró, de forma que no sorprende que Taro no aparezca en portada ya que no era la autora. Si bien trabajaron juntos en otros proyectos, no se sabe si el libro se concibió con ella en vida. Me inclino a pensar que esto ocurrió cuando Capa llegó a Nueva York en el otoño de 1937”. Lo que resulta más complicado de explicar es la total ausencia del nombre de Chim. “Podría ser que al llegar las fotos sin nombre a Nueva York Capa no estuviera allí, y los encargados del diseño se las atribuyeran todas a él. De hecho, los originales llevan todos el sello de Capa”, señala la comisaria. “Se desconoce como reaccionó Chim al ver el libro pero lo que si está claro es que los dos siguieron conservando una muy buena amistad hasta al final de sus días”.

Los tres fotógrafos eran jóvenes refugiados judíos, mantuvieron una relación de trabajo no muy estrecha pero sí cercana. Consideraban su afán por documentar la lucha contra el fascismo y su defensa de la república en cierto modo como un servicio civil, algo que podría entrar en contradicción con la neutralidad que hoy de alguna forma se espera del fotoperiodista. “Su obra lo refleja claramente. Pero en aquel tiempo esto no suponía un problema”, destaca Young. “Las publicaciones para las que trabajaban también mostraban un sesgo. Algunas como la británica The Sphere, o Life, que pretendían ser más objetivas, manipulaban los pies de fotos para dar un tono más neutral a las imágenes; otras revistas los cambiaban de igual forma en busca de hacerlas más prorrepublicanas. Era poco el control que podía ejercer un fotógrafo sobre su trabajo. Creo que la fuerza de la obra de estos tres fotógrafos procede de esa profunda conexión con uno de los bandos. Es lo que hace que conservé su poder”.

Los tres creyeron que la fotografía era capaz de cambiar el mundo algo de lo que ahora no estamos tan seguros, y pretendieron demostrar ese poder en una guerra donde por primera vez los civiles se convirtieron en objetivos, algo que lógicamente tuvo un gran impacto en los lectores. Su audacia, valentía y entrega a la causa dio forma al mito del corresponsal de guerra. “Los tres murieron trabajando, Taro perdió su vida en la batalla de Brunete, Capa en Vietnam y más tarde Chim en Egipto. Creyeron que valía la pena arriesgar para que las imágenes llegaran a los lectores. Aun así nunca lo expresaron verbalmente o en escritos. Es un concepto que fue creciendo después de sus muertes y que sirve también como recordatorio del precio de involucrarse tanto en el conflicto”, apunta la comisaria.

La publicación del libro original fue un intento de renovar el apoyo de Estados Unidos a la España republicana, promovido por distintos grupos y asociaciones. El proyecto se fraguó con la intervención del fotógrafo húngaro André Kertész, quien se encargaría del diseño original. Cuenta con un prólogo escrito por el periodista Jay Allen, y como portada se eligió Muerte de un miliciano, que pasaría a convertirse en icono de la contienda. Curiosamente la imagen no se incluyó en el interior. Entre las controversias que suscita se encuentra el debate sobre su supuesta escenificación, algo sobre lo que aún no se ha llegado a un consenso. De cualquier forma “la puesta en escena venía siendo una practica habitual en la fotografía de guerra, ya que hasta entonces se utilizaban cámaras de gran formato que exigían una larga exposición. De manera que abundaban los retratos de los combatientes y las imágenes de los campos de batalla vacíos”, afirma Young. Incluso con la llegada de las pequeñas cámaras de 35 mm que hicieron posible la acción, la escenificación siguió siendo normal. “Es precisamente durante el transcurso de la Guerra Civil española cuando se produce un cambio radical no solo en la forma de producción de las imágenes, sino en cómo estas son leídas y consideradas por los lectores, y en el énfasis que se otorga a los fotoperiodistas; empezarán a ser reconocidos como autores. Hasta entonces escaseaban los fotoensayos en la prensa y rara vez las fotografías llevaban firma”.

La autoría de Muerte de un miliciano ha llegado a ser puesta en duda. Una hipótesis contemplaba la posibilidad de que hubiese sido realizada por Taro. “Se basa en la creencia de que las dimensiones de las impresiones sugieren que provienen de una cámara de medio formato”, explica la comisaria. “Taro utilizaba una de estas cámaras, una Reflex Korelle, de ahí que se piense que fue ella la autora. Pero yo no estoy de acuerdo con el análisis de las dimensiones. Creo que no se puede concluir de las impresiones que tenemos qué tipo de cámara se estaba usando. Y, si realmente ella hubiese sido la autora, no tiene sentido que hubiese estado de acuerdo en que Capa utilizara la imagen bajo su nombre, como de hecho ocurrió. Ella era una mujer fuerte”.

Taro pasó de ser la aprendiz de Capa a ser reconocida por su trabajo en menos de un año. Es precisamente en el periodo que va desde su llegada a Barcelona, en 1936, hasta su muerte cuando se va consolidando la autonomía y estilo de Taro como fotógrafa. Aún así su figura permanecería por mucho tiempo desdibujada por la fama del fotógrafo.“Tenía talento y ambición y sin duda supuso una fuerza poderosa en la vida del fotógrafo y en su obra, algo que queda claro si se mira detenidamente cómo evoluciona la obra de ambos. Fue una relación increíblemente fuerte y fructífera”, destaca Young. “Parte de la obra que Taro realizó en 1937 se destaca por su fuerte naturaleza gráfica. Sus influencias procedían del cine constructivista ruso. Capa no tenía este sentido visual tan gráfico”. Sus diferencias de estilo se hacen más evidentes en el reportaje que Taro realizó en una morgue en Valencia después de un bombardeo. “Llama la atención su proximidad con la muerte, su manera de confrontarla. Capa rara vez fotografió la muerte de forma directa. La aproximación a la fotografía de Taro era mucho más física. Mucho más emocional e incluso psicológica”.

La muerte en ciernes es un libro apasionado escrito con la intención de captar la atención del lector. “No es una historia fría, objetiva y dura sino que pretende hacer a la gente reír y llorar; incorpora momentos ligeros cargados de humor, así como momentos oscuros y terroríficos”, concluye Young. “Las imágenes reflejan la personalidad de Capa y también cómo utilizó la fotografía a lo largo de su vida para captar una parte de la experiencia humana. Quería hacer ver cómo es la vida de los otros al lector de 1936. Un lector que no viajaba, ni tampoco podía informarse a través de distintas fuentes. La perspectiva actual es muy distinta. Y francamente, no creo que hoy hubiese podido hacer lo que hizo”.

Robert Capa. La muerte en ciernes. La Fábrica, 110 páginas. 36 euros.


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