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Roberto Gavaldón, la leyenda del cineasta olvidado

Si no fuera porque existió, la figura de Roberto Gavaldón (Jiménez, 1909 – Ciudad de México, 1986) parecería inventada. Digna de leyenda. Hablamos de un director de grandísimo éxito popular. Que concursó en los grandes festivales como San Sebastián, Venecia, Cannes o Berlín. Que ganó cuatro Ariel (el premio del cine mexicano) y sus producciones, decenas de ellos. Que dirigió la primera película de su país que compitió por el Oscar (Macario, en 1960, una película de género fantástico). Que lo calificaban en los rodajes como el Ogro. Que fue capaz de filmar todo tipo de géneros, que rodó trabajos con todas las grandes estrellas (María Félix, Pedro Armendáriz, Dolores del Río…). Que formó parte de la edad de oro del cine mexicano. Todo eso fue Roberto Gavaldón. Y todo eso se olvidó.

Durante décadas su nombre desapareció de las conversaciones cinematográficas, más centradas en el Indio Fernández. Pero la Cineteca Mexicana ha restaurado sus mejores títulos y el festival de San Sebastián, en colaboración con la Filmoteca Española, ha dedicado una retrospectiva al creador que trabajó como director de 1945 a 1979 y que completó su carrera con su labor en la promoción de su cine nacional.

Gavaldón supo sacar partido a la volcánica María Félix y a la gélida Dolores del Río. Y a ambas las desencasilló. A Del Río le regaló el doble papel de las hermanas gemelas en La otra (1946), en la que encarna a una femme fatale y a una humilde manicura. María Félix, eterna mujer bregadora en pantalla, estuvo soberbia en La diosa arrodillada como amante de un empresario casado. Con las dos repitió, y ante ellas puso a actores como Pedro Armendáriz o Arturo de Córdova, rostros poderosos perfectos para thrillers y melodramas.

Gavaldón empezó en el cine en Los Ángeles, donde había estudiado Odontología. En Hollywood trabajó como extra y ayudante de producción. Ese puente entre EE UU y México nunca lo abandonó en su carrera. Y aunque en la cinematografía patria empezó como guionista —algo que nunca dejó de hacer—, también intentó ser actor galán. Como director debutó con La barraca (1945), adaptación de la novela de Vicente Blasco Ibáñez.

María Félix y Arturo de Córdova, en ‘La diosa arrodillada’ (1947).

Fue un hombre consciente del tiempo en que vivía y su cine mostró el México urbano. Fuera de los platós, luchó por derechos laborales, sindicatos limpios de corrupción y formó parte del grupo fundador de la Academia de Cine de México. En la primera edición de los Ariel, La barraca ganó ocho galardones, entre ellos mejor película y mejor dirección.

Aunque dirigió películas de todos los géneros, incluidos wésterns rancheros, Gavaldón estaba dotado sobresalientemente para el film noir y para el cine comprometido socialmente. Su intensa labor cinematográfica y política acabó con un Gavaldón cansado a finales de los años sesenta. Algunas de sus últimas películas, como La madrastra (1974), las rodó en España. Otras, como Don Quijote cabalga de nuevo (1973), con Fernando Fernán Gómez y Cantinflas, no reflejan el talento del director de Flor de mayo (1959), Miércoles de ceniza (1958), El niño y la niebla (1954), Macario (1960), Rosauro Castro (1950), La noche avanza (1952) o incluso en la panfletaria Rosa blanca, rodada en 1961, que no logró estrenarse, por trabas de la censura, hasta 1972. Enfrentado a la crítica, que lo repudió, tras su muerte en 1986 le siguió un largo tiempo de sombra sobre su carrera que esta retrospectiva, con todos sus merecimientos, espera iluminar.


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