Agitador folclórico, artista total, embajador de la diversidad, estrella de los arrabales contraculturales, buque insignia del electro cuplé, provocador con coartada queer, icono sexual de la copla… A Rodrigo Cuevas (Oviedo, 36 años) le han definido de mil maneras quizás por la imposibilidad de etiquetarle. Un glorioso rescate de parte de nuestro folclore presentado con aires cabareteros y un juguetón espíritu hedonista. Un auténtico disfrute que ha conquistado tanto a hipsters como a señoras con ganas de verbena. “El folclore nos pone a todos en el mismo sitio”, sentencia.
Ferviente defensor de lo periférico (“usar nuestros trajes regionales nos da vergüenza pero disfrazarnos de cowboys, ninguna”), Cuevas descubrió el folclore en un congreso de musicología en Palma de Mallorca. “Nos llevaron a una taberna y había unos paisanos cantando coplas tradicionales. Me flipó. Fue un clic. Pensé: ‘Esto es muy potente, ¿por qué no estoy aprendiéndolo?’ Y ahí empecé”. Curiosamente no hay entrevista que se le haga en la que no se recuerde que, ojo, tiene formación clásica. “Yo no desmerezco para nada esa formación, pero lo que cuesta aprender es lo otro. No sabes dónde está, tienes que buscar, ir de casa en casa, tocar con las señoras, aprender de su cosmovisión y sentir todo eso que no se imparte en escuelas”.
En tiempos de pandemia, el artista se reconoce como afortunado: ha seguido girando con Trópico de Covadonga (donde interpreta los temas de su último disco Manual de cortejo, producido por el omnipresente Raül Refree) y su zarzuela cabaré Barbian. Este verano estará en Palencia, Benicàssim, Donosti, Barcelona o Palma de Mallorca. Pero, ¿cómo lleva un artista como él, tan proclive al contacto, enfrentarse a un público enmascarado? “Al principio me agobié un poco. Pensé: ‘¡A ver si voy a dejar de gustar!’. Ya me he acostumbrado y me centro en otras cosas. Intento canalizar la energía entre público y artista y llevarla por un lado más musical. Ha sido una forma de crecer”.
Encima de un escenario, Cuevas destila esa cosa tan cabaretera de interpelar al público para hacerlo partícipe en primera persona de lo que está ocurriendo: “Empecé siendo muy cabaretero, ahora no tanto, pero sigo teniendo ese deje de: ‘¡A ver, que estamos en la vida para algo!’. Que no pase eso de estar en el lecho de muerte y decir: ‘Ay, esto era la vida… Pasé vergüenza cantando, bailando, nunca me atreví a decirle a quien me gustaba que me gustaba, ni a hacer el trabajo que quería. Y mañana me muero”.
Si hay algo de lo que carece Cuevas es de vergüenza, algo que él califica de “muy moderno”. Se explica: “Antes a nadie le daba vergüenza echarse a cantar en medio de un bar aunque no lo hiciera del todo bien. Hay que recuperar eso o el mundo se va a convertir en una sosez en el que sólo habrá superestrellas del pop a las que admirar siendo luego incapaces de echarnos un cantar en casa. ¡Si lo guapo de cantar es hacerlo uno mismo, no que lo hagan los demás!”.
Poseedor de ese otro tesoro de su tierra que es la retranca asturiana (“la retranca más zorrona”), Cuevas reivindica desde Manual de cortejo la seducción de la que, según dice, nos estamos olvidando en aras a las urgencias tecnológicas. “Perder el arte del cortejo es el mayor signo de decadencia humana. Siempre digo que o ponemos poesía o ponemos fecha y hora. Pienso en mi abuelo ligando con su mujer cantando bajo un balcón una copla preciosa tipo: ‘Bien sé que estás en la cama/ Bien sé que durmiendo no/ Bien sé que tienes la mano/ Donde el pensamiento yo’, y luego lo comparo con ese mensaje en el móvil: ‘ola, d dnd?’. Sin letras, sin vocales y con faltas de ortografía y claro… Fecha y hora y nos ahorramos disgustos”.
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