Achraf Hakimi volvía a casa, el lugar donde casi lo acunaron de niño, y su casa era un paraje áspero en el que le esperaba guardando su banda Ferland Mendy, un cazador que no suelta una presa, incluso un punto más veloz que él a campo abierto. Sin duda, más decidido, dispuesto a que el canterano no olvidara la noche helada y ventosa en la que regresó a Valdebebas.
El francés lo vigiló en cada esquina, lo persiguió a cada rincón cuando atacaba el Inter. Y también cuando reculaba. Si Achraf se giraba con la pelota en el centro del campo para comenzar la circulación hacia la otra banda, ahí aparecía Mendy para apurarle hasta la última gota de aire. Como su estela.
Entonces Achraf, que solo quería retrasarla al portero, dudaba ligeramente, tenía una fracción de segundo menos y el balón no viajaba tan limpio. Ahí apareció Benzema, con el instinto de la final de Kiev, cuando le levantó una pelota a Karius. O el de la semifinal contra el Bayern, cuando se lo hizo a Tolisso y Ulreich. El robo contra el Inter caerá en el mismo vídeo recopilatorio de mordiscos de Benzema en YouTube. Recortó al portero y, ya solo, puso el 1-0.
Ante un Inter que se lanzó a apretar arriba desde el primer momento, el Real Madrid sacó los dientes y lució cuerpo al choque. Ni Vidal los arrugaba. Cuando el chileno se encontraba a la salida del ascensor con Valverde le terminaba cediendo el paso.
Tampoco el permanente runrún de Antonio Conte desde la banda provocó el tembleque de los de Zidane, su viejo compañero en la Juve. “¡Vai, vai!”. “¡Ataca!”. “¡Calma!”. Colocaba futbolistas, graduaba intensidades, como si jugara a la Play desde la banda, siempre de pie en los límites del área técnica, a menudo fuera. Por una noche, hubo alguien en el Alfredo di Stéfano que habló más que Sergio Ramos.
El contrapunto se lo daba Dani Carvajal, lesionado en la grada, la voz de la queja cuando caían los suyos sobre la hierba. “¡Vale ya, hombre!”. “¡Saca tarjeta!”. Hasta que el árbitro la sacó: “¡Claro, hombre, claro!”.
Como un boxeador
A ratos el partido se jugaba a empellones, como si transcurriera en un pasillo abarrotado. Discurría al palpo, casi a golpes. Para detener a Mendy, que no estaba solo por donde asomaba Achraf, Perisic tuvo que abrazarse a él como el boxeador que aguarda que suene la campana aferrado al púgil que lo castiga. En efecto, después del abrazo y una amarilla, acabó su tiempo en el campo y fue sustituido.
Para entonces, Zidane ya había lanzado a esa refriega de tipos recios a Rodrygo y Vinicius, los dos tiernos brasileños que tampoco se achicaron y terminaron por enderezar una noche que había empezado en línea recta con el 2-0 pero se había desviado enseguida. “Zidane nos ha pedido meter ritmo e ir para arriba con el balón”, contó luego Rodrygo.
Y cuando el Madrid se estiraba después de un par de embestidas a la contra del Inter, apareció la pareja carioca. Valverde lanzó a Vinicius por su carril izquierdo. Y Vinicius voló, y no la puso al primer palo, por donde entraba Benzema, sino más atrás, al lugar al que llegaba su compatriota, que alargó su idilio con la Champions y clavó el gol cerca de la escuadra. Lleva cinco goles en ocho partidos.
El futuro a medio plazo del Madrid, talentos en cocción, arregló el futuro inmediato del club, que llegaba al partido en la cornisa de la Champions, último del grupo con un solo punto. Achraf vio aquello desde 50 metros más atrás. Se había quedado enredado presionando arriba.
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