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Roja, un niño rescatado de la explotación infantil en la India

Las primeras luces del alba bañan los campos de cultivo, todavía anegados por las últimas lluvias del monzón en este pequeño rincón de la India, mientras Roja, de 12 años, se prepara para ir a la madrasa del pueblo. Durante dos horas aprende urdú y árabe junto con una treintena de niños y niñas de todas las edades. Tiempo que aprovecha Naseema, de 25 años y cuñada de Roja, para preparar la comida. Viven en Kora Harbans, una pequeña aldea rodeada de campos de arroz y fábricas de ladrillos en el distrito de Sitamarhi, en Bihar, uno de los Estados más pobres del país, cerca de la frontera con Nepal. A su vez, Sitamarhi es uno de los barrios más pobres del Estado, con uno de los índices de alfabetización más bajos del país (52%) y en el que sus habitantes viven fundamentalmente de la agricultura.

Son más de las ocho de la mañana cuando Roja regresa a casa, aún con el olor de la comida recién hecha impregnándolo todo. Tiene casi dos horas antes de irse a la escuela. Aprovecha para desayunar en cuclillas un plato de arroz con curri de verduras en el suelo de la habitación que sirve de cocina y dormitorio. Cuatro paredes de adobe sin ventanas. Un techo de uralita sobre una estructura hecha con troncos de bambú cubre la pequeña estancia, así como parte del espacio exterior donde pasan buena parte del día resguardados del sol y donde cuelgan las mantas y la ropa limpia. Delante de la cocina hay una bomba manual de agua medio oxidada con un pequeño camino hecho de ladrillos para sortear la que queda estancada y una gran planta de calabaza que crece de forma asilvestrada en un rincón. Una cuerda a modo de tendedero, que tanto sirve para colgar la ropa sucia como para dejarla secar al sol cuando ya está lavada, divide el patio. Al otro lado, una pequeña construcción de adobe con dos habitaciones, que ahora permanecen desocupadas desde que todos se fueran a trabajar lejos de casa, sirve de trastero a la espera de que alguno de ellos regrese para pasar una temporada en la aldea. No hay baño y la única luz artificial sale de dos bombillas. Alrededor, el suelo de tierra se encharca cada vez que llueve.

En las aldeas rurales de la India es común que se generen pequeños asentamientos o tolas formados por una decena de hogares en los que la mayoría están emparentados. Donde se vive en comunidad y en la que todos cuidan de todos. Por lo que no es de extrañar que aunque Roja se haya quedado solo con Naseema, que está a su cargo, y con Gulam, su sobrino de dos años y medio, siempre haya gente entrando y saliendo de la casa. El resultado es una pequeña comunidad que vive bajo un matriarcado forzoso, donde la mayoría de los hombres han tenido que migrar en busca de trabajo con el que sustentar a sus familias.

Roja es el pequeño de cinco hermanos. Su hermana mayor, Anisa, de 30 años, se casó hace tiempo y pasó a formar parte de la familia del esposo en otra aldea. La siguen sus hermanos Ibrahim, Kaleem y Hazrat, de 29, 23 y 18 años respectivamente. Solo Ibrahim está casado y tiene un hijo, que son los familiares con los que vive Roja. Su padre, Ismail, de 50 años, fue el primero en irse a trabajar a una fábrica de ladrillos en el Estado de Cachemira, al noroeste de la India. Cuando hay otras mujeres en la familia para hacerse cargo de los suyos, algunas veces la esposa acompaña al hombre para cocinar y para cuidarle, y esto es lo que hizo la madre de Roja, Mokima, de 45 años, dejando a sus cuatro hijos con su nuera. Aunque los tres mayores pronto tuvieron que migrar también para conseguir trabajo, Ibrahim a Bombay, Kaleem a Cachemira con sus padres y Hazrat a Ludhiana. A pesar de su corta edad y sin que sus padres tuvieran conocimiento de ello, Roja decidió también irse a trabajar para ayudar a la familia. Un vecino convenció a Roja y a otros tres niños de la aldea para que se fueran a trabajar a la fábrica de brazaletes que posee su hermano en Jaipur, en la capital de Rajastán. Con la promesa de recibir un buen sueldo, se llevó a los cuatro chicos a 1.200 kilómetros de sus casas.

Sadare Alam y Roja se asean en casa de Sadare después de haber pasado toda la tarde correteando y jugando por la aldea.Oscar Espinosa

Roja ha terminado de desayunar y se ha cambiado de ropa. Todavía tiene tiempo hasta que empiecen las clases. Sentado junto a su sobrino en la tarima de madera que ocupa la mitad del cobertizo, recuerda, con el rostro serio, cómo empezó su pesadilla. “Estuvimos dos días viajando en autobús hasta llegar a la fábrica en Jaipur”, explica antes de quedarse absorto en sus pensamientos con la mirada perdida. El pequeño Gulam, que continuamente busca la atención de su tío para que juegue con él, le tira la pelota reclamando continuar con el juego y le saca de nuevo una sonrisa, devolviéndole la mirada inocente y juguetona.

Cuando recuerda sus días en Jaipur le cambia la cara, con los ojos vidriosos baja la cabeza y con un tono de voz entrecortado va contando algunos detalles de lo que vivió hasta que deja de hablar y se queda pensativo. Roja pasó sus días sin salir de una habitación de unos cuatro metros por dos con otros tres niños. En un rincón trabajaban y en el otro dormían. Les daban de comer dos veces al día. “Empezábamos a trabajar a las ocho de la mañana hasta la una, entonces parábamos una hora para comer y descansar, y a las dos volvíamos al trabajo hasta las nueve de la noche”. Doce horas de trabajo sentado en el suelo pegando pequeñas piezas decorativas en los brazaletes lahthi típicos de Rajastán, y por el que nunca recibió un salario. Es habitual que las familias entreguen a sus hijos para ir a trabajar a cambio de un pago inicial de 2.000 o 3.000 rupias (entre 25 y 35 euros) y la promesa de que recibirán un buen sueldo mensual. En el caso de Roja, como se fue sin que sus padres estuvieran en casa, no recibió ese pago inicial, ni le llegaron a pagar nada por su trabajo.

Su pesadilla en la fábrica de brazaletes duró poco, ya que tuvo la suerte de ser rescatado a los dos meses. Roja es uno de los 58.289 niños que han sido liberados del trabajo infantil e integrados al sistema educativo durante el ejercicio 2020-2021, según datos recientes del Ministerio de Trabajo y Empleo. Su rescate tuvo lugar en enero de 2021, en el marco de una operación que empezó en diciembre de 2020 y en la que se liberaron a 92 niños de Bihar que trabajaban en Jaipur. A pesar de que el número de niños rescatados ha aumentado un promedio de un 7% durante los últimos cuatro años, sigue siendo insuficiente ya que solo representan un 0,58% de los más de 10 millones de niños entre 5 y 14 años involucrados en el trabajo infantil en la India, según el último censo de 2011. La OIT estimaba que a inicios de 2020 había 160 millones de niños en el mundo víctimas del trabajo infantil, a los que se calcula que se sumarán otros 9 millones para fines de 2022 como resultado del aumento de la pobreza provocado por la pandemia. Después del rescate permaneció cinco meses en un hogar para niños en Jaipur, hasta que finalmente fue enviado de vuelta a su casa en Bihar, donde pudo reencontrarse de nuevo con Naseema y Gulam en junio. Desde entonces habla casi todos los días con sus padres por teléfono, pero hasta que no empiecen los meses más fríos en Cachemira y regresen a la aldea, se tendrá que conformar con las fotografías de carnet que tiene de sus padres y que ya están algo gastadas de tanto cogerlas.

Roja muestra unos brazaletes parecidos a los que confeccionaba en la fábrica de Jaipur, en Rajastán, incrustando pequeñas piezas decorativas.Oscar Espinosa

Son casi las diez de la mañana cuando por la puerta de la casa de Roja aparecen Rasuddin y Sadare, dos niños de 11 años, sonrientes y con varios cuadernos en las manos. En cuanto Roja los ve entra rápidamente en la habitación para salir al poco tiempo con dos cuadernos y un bolígrafo. Sin apenas mediar palabra salen de la casa para emprender el camino hacia la escuela, que queda a un kilómetro de allí. Poco a poco se van sumando más compañeros camino del colegio. Un edificio de dos plantas de color rosa y verde, con arcos y columnas pintadas con los colores de la bandera india. Demasiado grande para las cuatro clases donde niños de diferentes cursos se ven obligados a compartir a los únicos cuatro profesores de que dispone el centro. En la clase de Roja se mezclan 27 niños de entre 9 y 12 años. En cuanto el profesor entra en el aula, Roja y sus amigos se sientan juntos cerca de la pizarra, y a una orden suya todos se ponen a escribir, copiando de cuadernos compartidos, las frases en hindi.

A finales de agosto reabrieron las escuelas en la India, después de permanecer cerradas durante casi un año y medio a causa de la pandemia, y Roja pudo reincorporarse al sistema de educación público que había abandonado a los ocho años. La rehabilitación educativa de los niños es uno de los principales objetivos en la lucha contra el trabajo infantil, la cual debe complementarse con la recuperación económica de sus familias para evitar que abandonen de nuevo sus estudios y vuelvan a caer en él.

Roja delante de la pizarra de su clase en la escuela pública, que abandonó cuando tenía ocho años y donde ha regresado tras ser rescatado del trabajo infantil.Oscar Espinosa

Unicef lleva a cabo en Bihar un programa enfocado a la erradicación del trabajo infantil a través de tres ONG asociadas: Save the Children, Action Aid y Pratham. Esta última es la que trabaja sobre el terreno en el distrito de Sitamarhi y quien está acompañando a Roja en su proceso de rehabilitación. La esencia del programa es ayudar a fortalecer los sistemas existentes, colaborando muy estrechamente con los órganos de gobierno locales de las aldeas, con los que Unicef y sus socios realizan medidas preventivas y de concienciación en la comunidad para evitar que los niños abandonen sus estudios. Velan para que las familias se ocupen de sus hijos y las asisten para que puedan acceder a los distintos esquemas de apoyo públicos, como tarjetas de racionamiento para conseguir productos alimentarios subvencionados, ayudas para el empleo o para el alojamiento, entre otros.

Cuando a las tres de la tarde termina la escuela, regresa a su casa a comer y a descansar un poco, y enseguida desaparece para jugar por la aldea. Le encanta ir en bicicleta, pescar y, sobre todo, jugar a críquet. Desde que volvió a casa va a todos lados con sus dos amigos, Rasuddin y Sadare, de los que no se separa y con quien está recuperando su infancia. “Solo sé que ahora mismo no quiero trabajar, quiero estudiar”, dice tímidamente pero sin dudar tras preguntarle qué quiere ser de mayor.

Es vendedora ambulante en El Alto y una de los más de 700.000 menores de 14 años que trabajan en Bolivia. La mayoría lo hace por extrema necesidad, como ella. Con la pandemia dejó los estudios, aunque espera retomarlos.

Más de un millón de menores de 17 años trabaja en yacimientos de todo el mundo. En Camerún, a miles de ellos se les niega su derecho a ir a la escuela y su vida consiste en rebuscar oro en las numerosas minas artesanales del este del país.

Los últimos datos sobre el trabajo infantil en el mundo son dramáticos. Por vez primera en dos décadas los progresos para erradicar este drama se han frenado por culpa de la pandemia y de la falta de acción política contra la pobreza.

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