Rusia busca afianzar la introducción de sus helicópteros en nuevos mercados. Las robustas aeronaves, que una vez pusieron el foco en Occidente, ahora vetado para la venta por las sanciones contra Moscú por anexionarse la península ucrania de Crimea, diversifican sus exportaciones como fuente económica, pero también de influencia. Russian Helicopters, el principal fabricante ruso, que ya ha centrado los esfuerzos para impulsar los lazos políticos y comerciales con Asia y Oriente Próximo, trabaja para consolidar sus ventas en regiones como América Latina, donde tiene registradas ya más de 350 aeronaves e impulsa nuevos grandes contratos, sobre todo civiles, con Argentina, Colombia o México.
Los helicópteros formaban parte del pilar tradicional del catálogo de exportación de armas soviéticas, ahora rusas, junto con los aviones, vehículos blindados, buques y submarinos de guerra. “Russian Helicopters es como un Kaláshnikov, sencillo y fiable hasta el final”, describe Ruslán Pujov, director del grupo de expertos en defensa CAST, con sede en Moscú. “Cuando miras un helicóptero ruso, uno de la gama de los Mi, por ejemplo, es algo rústico, parece un tanque; cuando observas uno francés, es más como un reloj suizo. ¿Prefieres combatir o enfrentarte a una emergencia con un tanque o con un reloj suizo?”, plantea Pujov, que remarca que el análisis de mercado muestra que, además, son económicamente competitivos y más baratos de mantener que otros.
Tras el derrumbe de la URSS, en la década de 1990 y principios de la de 2000, la compañía, considerada una de las joyas de la corona de la industria rusa y que había sido muy competitiva frente a sus rivales estadounidenses, pegó un bajón en inversión y desarrollo. Pero en los últimos años, gracias también a los contratos exteriores, está revitalizando sus plantas. Como la de Ulán-Udé, en la región de Buriatia y a unos pocos cientos de kilómetros de Mongolia, fundada en 1939.
La fábrica, en la que trabajan unas 5.500 personas, parece una pequeña ciudad de la época soviética. Con edificios y jardines bien cuidados, decoración de otro tiempo y una sólida separación por áreas. Ahora, asegura la portavoz de la planta, Svetlana Usóltseva, aunque el proceso de modernización está aún en marcha, la producción es casi por completo digital, con modelos en tres dimensiones y un programa especial. Sin embargo, partes del ensamblaje y la producción se siguen haciendo de forma manual; casi artesanal. “Es todo muy personalizado, se construye según las peticiones del cliente”, dice Usóltseva en una visita organizada por la compañía. Al fondo de la aséptica nave, uno de sus modelos color amarillo pálido pasa por el test de lluvia para garantizar el aislamiento interior total. Algunos de esos esqueletos de helicópteros irán a la India, a Vietnam o a otros mercados. El 40% de la producción de la planta va a clientes extranjeros, dice la portavoz.
Cuando los presupuestos para defensa en Rusia empezaron a bajar después del gran programa de rearme de principios de los 2000, Russian Helicopters buscó fórmulas para reducir su dependencia de los pedidos militares internos y se diversificó. En 2017, su matriz, la poderosa corporación estatal de defensa Rostec (que posee, entre otras, parte de la marca Kaláshnikov), vendió un 12,5% de la compañía de aeronaves a un consorcio de inversores de países árabes liderado por el Fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF, el mismo que ha financiado la vacuna contra la covid-19 Sputnik V y coordina los esfuerzos para exportarla).
Únete ahora a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites
Suscríbete aquí
Desde entonces, las exportaciones de sus helicópteros -que ya llegaban a China, Tailandia, Argelia o Egipto- se han ampliado en Oriente Próximo y Asia, con contratos millonarios, por ejemplo, con India. En la última década, el exportador estatal de armas de Rusia (Rosoboronexport) ha vendido a clientes extranjeros más de 850 helicópteros por valor de unos 20.000 millones de dólares (unos 17.240 millones de euros), según su director general, Alexander Mijeev.
Y en tiempos complicados, estas aeronaves juegan con otra ventaja para caber en los presupuestos públicos: que no son de uso único para la defensa, señala el analista Pujov, miembro del consejo público del Ministerio de Defensa ruso. “Son versátiles. Se pueden usar en operaciones más militares y también en otras de organizaciones gubernamentales, como evacuaciones médicas, apagar incendios, combatir desastres naturales. Y eso los deja en mejor posición ahora que muchos países, sobre todo desde la pandemia, han reducido sus gastos militares o han aplazado el gasto”, añade.
Rusia no impone grandes restricciones políticas a sus exportaciones de material de defensa y no supedita la venta a cuestiones de derechos humanos, como hacen países como Estados Unidos. Vende a Venezuela y a Siria. También a la India y a Pakistán; a Armenia y a Azerbaiyán. Así, tiene una cartera de clientes bastante sólida y amplia.
Sin embargo, con sus mercados tradicionales —como los países de la antigua URSS y otros Estados con los que mantiene buenas relaciones desde aquellos tiempos— algo saturados, Russian Helicopters ha puesto la mira en otras regiones. Como América Latina. También en África, señala el experto en Defensa Pujov. El Gobierno de transición maliense, ahora controlado por los militares que dieron dos golpes de Estado en el último año, informó a principios de este mes de la llegada de cuatro helicópteros rusos –y otras armas—, como parte de un contrato firmado el año pasado.
Rusia intenta expandir desde hace tiempo su presencia y afianzarse en la región latinoamericana. No solo es una forma de posicionarse frente a Estados Unidos y lo que considera injerencias de Washington en su patio trasero, el espacio post-soviético. Es parte de la agenda del presidente Vladímir Putin de recuperar el papel de gran potencia geopolítica de Rusia y ampliar su influencia global. Y dentro de sus herramientas para hacerlo están el comercio, la energía, los acuerdos de antidrogas o la venta de armas y equipos militares.
Así, desde hace dos décadas, Rusia ha reforzado su presencia en el mercado de defensa de América Latina. Aunque los helicópteros están teniendo especial demanda, según un análisis del Instituto de Estocolmo para la Paz SIPRI, que apunta que Argentina, Brasil, Venezuela (el mayor socio en materia de defensa en la región), Colombia, Perú, Uruguay y Ecuador han comprado helicópteros para labores técnico-militares. En Brasil, por ejemplo, la fuerza aérea usa helicópteros de combate rusos Mi-35M para patrullar las regiones fronterizas del país. Ahora, Argentina negocia la compra de otro lote de helicópteros rusos para sumar a los que emplea para su programa de exploración antártica.
Russian Helicopters ve, además, como un “área prometedora” el desarrollo de estas aeronaves en su formato civil para América Latina, donde el número de helicópteros y los planes de expansión le ha llevado a instalar centros de servicio en Perú (el mayor importador de helicópteros rusos en la región), Brasil y Venezuela. “Hay grandes oportunidades y las revisiones son buenas”, asegura Leonid Belykh, subdirector de Russian Helicopters en uno de los solares de la fábrica de Buriatia, que la compañía utiliza para los vuelos de prueba. Sus aparatos civiles están certificados en más países de la región americana que los que son solo militares.
En México está ya en marcha la confirmación del certificado de su helicóptero Ansat, que puede volar en condiciones climáticas extremas y se usa para transporte sanitario, de pasajeros o de carga. El primer Ansat llegó a México el año pasado. Sin embargo, el acuerdo, que contempla entregar 13 helicópteros más en una primera fase a su socio local, Craft Avia Center, y otros 27 en la segunda para el proyecto nacional de ambulancia aérea, se está retrasando por la crisis sanitaria global. Con esta venta en México, además, la compañía busca asentarse en el mercado latinoamericano, que lleva copado por el material estadounidense desde hace décadas.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.