Comer con hambre puede definirse como uno de los placeres más intensos del mundo. Una sensación de bienestar que solo la buena gastronomía puede proporcionar y que desemboca en ese suspiro placentero al mismo tiempo que te reclinas en el sofá. Sí, comer con hambre es un acto completamente normal y saludable, lo que no se recomienda es ingerir la comida rápidamente o con cierta sensación de ansiedad. Por eso desde la Universidad de Hiroshima (Japón) han mostrado las posibles consecuencias insalubres que puede tener el cuerpo al comer deprisa. Te lo contamos.
Comer con tranquilidad
Un reciente estudio de la Universidad de Hiroshima encabezado por el cardiólogo Takayuki Yamaji ha determinado que comer deprisa puede generar graves problemas saludables a largo plazo. Es más, las personas que comen más despacio no solo tienen menos probabilidades de engordar sino que son menos proactivas a padecer enfermedades tales como la obesidad, los paros cardiácos, la diabetes tipo 2 o los accidentes cerebrovasculares.
Cabe destacar que este curioso estudio se ha dado a conocer en las Sesiones Científicas de la Asociación Americana del Corazón ante toda la comunidad internacional de médicos e investigadores. Sin duda, un lugar perfecto para mostrar los daños que puede generar esta mala práctica alimentaria en la salud de las personas. Una afección que no solo modifica el metabolismo, sino también el estilo de vida: «Comer más despacio puede suponer un cambio de estilo de vida crucial para ayudar a prevenir el síndrome metabólico. Cuando las personas comen rápido, tienden a no sentirse llenas y es más probable que coman en exceso. Comer deprisa provoca una mayor fluctuación de la glucosa, lo que puede llevar a la resistencia a la insulina», afirmó Takayuki Yamaji.
Un experimento demostrado
Para demostrar tales afirmaciones, desde la Universidad de Hiroshima contaron con la participación de 642 hombres y 441 mujeres. Un macroexperimento en el que la media de los voluntarios era de 51,2 años y sin ningún tipo de síntoma relacionado con el síndrome metabólico. En primer lugar, los científicos procedieron a dividir a los voluntarios en tres grupos diferentes según la velocidad con la que comían habitualmente: lenta, normal y rápida. Pasados cinco años de investigación, los estudiosos llegaron a la conclusión de que los voluntarios que comían más rápido eran mucho más propensos a desarrollar el síndrome metabólico. Si hablamos de resultados, el 11,6% de las personas que formaban parte del grupo más rápido desarrollaron esta afección. Sin embargo, solo el 6,5% y el 2,3% de los individuos de los demás grupos fueron portadores de este síndrome después de cinco años.
Los datos son claros, comer deprisa incrementa la ansiedad y incide en que los individuos adquieran un mayor aumento de peso. Sin olvidar un incremento en los niveles de glucosa en sangre y un evidente cambio en la circunferencia de la cintura.
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