Me he planteado como desafío escribir una columna que pueda glosar, a través de la comparación, tanto la violencia de Will Smith en los Oscar como la denuncia de Corinna Larsen en los tribunales londinenses contra Juan Carlos I. Es un desafío y dos golpes, porque una situación puede ser defendible, pero sienta mal y otra puede sentar mal, pero ayudaría a lograr cierto ajuste de cuentas. Lo del caso Larsen resulta más complicado debido a su perfecta mala imagen en España, cuando en realidad ayuda a formar una sociedad más consciente de sus instituciones. No solo ha revelado el modus operandi del rey Emérito, sino que también ha desnudado a una justicia, incapaz de resolver una inmunidad peligrosa tanto para la figura del rey como para la institución, como se ha comprobado.
Smith, ahora también con mala imagen, ha noqueado al agresivo y maleducado humor televisivo en el momento cumbre de su exitosa carrera. Una persona enferma no puede ser objeto de burla. La alopecia, igual que la gordura o la delgadez, no son bromas. Burlarse de ellas ante quien las padece es igual de violento que el gesto que provocó. La mala broma estaba fuera de lugar, ¿es gracioso utilizar las carencias o discapacidades ajenas como contenido? Vivimos rodeados de ellas y desde luego no nos hacemos mejores al señalarlas. No opinar sobre la bofetada de Smith, sería esquivar la realidad. El golpe fue certero, casi cinematográfico y muy real. La reacción del actor, uno de los más taquilleros en películas de acción, tuvo una lógica casi mecánica. Que las escenas de humillación verbal se cierren con un puñetazo, es un truco recurrente de malos guiones, pero aquí abrió la caja de Pandora. Y no podemos justificarlo.
Larsen ha reaccionado mejor que Will Smith devolviendo golpes con puños de cachemir y buenos abogados. Mientras la alfombra roja de los Oscar resulta cada vez más esperpéntica, Larsen aprovecha su juicio para proveer estilismos apropiados para la situación, el clima y el mensaje que pretende enviar. Ella no es actriz, es una experta en ingeniería financiera que ha trabajado para diversas fortunas. Con esa elegancia estándar, afilada con esfuerzo y buen olfato, intenta que, recurriendo a las buenas maneras y a la legalidad, nada suyo salga perjudicado. Como Smith, Larsen buscó una reparación, por eso no ha dudado en dar buenos golpes, menos toscos quizás, con una selección de prendas combinadas, siempre dentro de un pantone plano y sereno. Rosado y beige, salmón y pechuga.
Como personajes de acción, tienen similitudes. Sin inmunidad y sin más apoyos, Larsen, que puede ganar algo en este juicio, un acuerdo económico o protección a futuro, también cometió un fallo: apareció con tres bolsos en vez de uno. Parecía que al llevar tantas causas en su acusación, necesitaba de un bolso para cada una de ellas. Entrando en el juzgado, se enredaron entre sí y casi la aplastan contra la reja que protegía el jardín. Algunos disfrutaron el traspié, pero Larsen reaccionó cual equilibrista y desanudó sus bolsos y sus causas, sin gesto alguno de impaciencia. Aplicando alguna lección budista aprendida en su clase de meditación. Verla así, enredada y desenredada, confirmó mi admiración por su sangre fría y su cachemir caliente.
Sí, Smith actuó en caliente. Él ha reprimido las aristas de su personalidad para construir esa carrera y recibir el Oscar y eso es lo que pudo desvelar el mal chiste de Chris Rock, cuando esa represión se traduce en violencia en el lugar y el momento menos adecuado. Al final el machote intenta justificarse con lágrimas en nombre del amor. Corazón de oro y puños de acero. ¿Y su esposa? Convidada de piedra. Atrapada en su Gaultier.
Lejos, Larsen puede conseguir su pequeño Oscar ante la ley de los hombres sin puñetazos ni lágrimas.
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