Fausto Bertinotti y su Refundación Comunista eran en 2006 lo más parecido a un partido antisistema que había en Italia (salvando ya a la Liga Norte, claro). Pero ese año la formación entró en el Gobierno de Romano Prodi y él se convirtió en el presidente de la Cámara de Diputados, que implica ser el tercer cargo del Estado. Aun así, el político lombardo continuó con una suerte de oposición desde dentro -y en la calle- hasta que terminó desempolvándose aquella vieja expresión que explica la estrategia de algunos políticos: “Partido de lucha y de gobierno”. Exactamente en lo que se ha convertido el líder de la Liga, Matteo Salvini, hoy uno de los grandes socios del Ejecutivo de Mario Draghi (con tres ministros en el Consejo), y a la vez el principal instigador de las protestas en la calle estos días para pedir la reapertura del país.
Salvini construyó su partido, la evolución nacional de la vieja Liga Norte, bajo el esquema político de la confrontación. Buscar un enemigo y atacar. En su primera gran etapa política localizó al fenómeno migratorio, protegido por el trabajo de rescate ONG en el mar, y construyó una máquina electoral imbatible cuando Italia sufría los estragos de la crisis financiera y el malestar social de la calle. Marchito ya el tirón de ese asunto, hoy ha puesto el foco en la necesidad de reabrir a toda costa el país -aunque los datos lo desaconsejen- y dispara contra la figura del ministro de Sanidad, Roberto Speranza. La presión ha sido tal en la última semana que Enrico Letta (secretario del Partido Democrático) y Pierluigi Bersani (líder de Libres e Iguales, el partido de Speranza) fueron a ver a Draghi para trasladarle su preocupación y la necesidad de que obligase Salvini a rebajar el tono.
La visita surtió efecto. El primer ministro se plantó en la rueda de prensa de hace una semana -la misma en la que llamó dictador al presidente de Turquía, Erdogan- y señaló que era él quien había elegido a Speranza y que, por tanto, no cabía discutirle. Pero no logró frenar la caza, y esta semana su nombre se ha vuelto a cuestionar: en los despachos de los socios de gobierno -se ha hablado de buscarle un puesto internacional relevante para poderle sustituir- y en la calle. “Las críticas al ministro Speranza no están fundadas ni justificadas”, insistió Draghi este viernes ante una hemorragia que no cesa. En parte por ello, Draghi ha acelerado el plan de reapertura del país al 26 de abril y ha dado un calendario que permitirá rebajar la tensión en la calle. “Es un riego, pero moderado”, aceptó él mismo. Pero hay otra partida en marcha que complica las cosas.
El jueves, la líder del único partido de oposición, Giorgia Meloni (Hermanos de Italia), presentó una moción de censura contra el ministro de Sanidad que Salvini todavía no ha dicho si apoyará. “Veremos dónde se sitúa cada uno”, lanzó la ultraderechista, segura de que la operación pondría en crisis la ambigüedad del socio de coalición y, a la vez, rival por la hegemonía de la derecha. “Es evidente que la moción no va contra Speranza, sino Contra Salvini. Meloni quiere retratar esa ambigüedad ante el electorado más conservador para llevárselos a su terreno. Para entender la situación y las reacciones de Salvini estos días, hay prestar atención a la guerra que libra con Meloni”, señalan fuentes del Ejecutivo.
La estrategia del doble juego, sin embargo, funciona bien. No hay un horizonte claro para modificarla todavía, apunta el Piero Ignazi, politólogo y autor de Partido y democracia: El desigual camino a la legitimación de los partidos (Alianza, 2021). “No tiene por qué haber un punto donde tenga que elegir. Continuará así es muy eficaz. Estás conectado con la gente insatisfecha con la política del gobierno, porque claramente han perdido mucho y todas las intervenciones no les satisfarán. Tiene el apoyo de esta gente, y al mismo tiempo se puede vanagloriar de todos los resultados del Ejecutivo”, apunta.
Las reminiscencias de la paradoja Bertinotti en Salvini se observan también a escala internacional. El líder de la Liga forma parte del Ejecutivo más declaradamente europeísta de las últimas décadas en Italia. El pasado enero decidió aceptar la petición del presidente de la República, Sergio Mattarella, y apoyar al expresidente del BCE, salvador de la moneda única y adalid de los valores comunitarios. Sin embargo, continúa tejiendo alianzas en este continente con las fuerzas que mayores tensiones provocan en el camino de la unidad y arremeten contra las supuestas élites.
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El pasado 2 de abril estuvo en Budapest para reunirse con el primer ministro Húngaro, Viktor Orbán, y con su homólogo polaco, Mateusz Morawiecki. Un acercamiento que, de nuevo, tiene también como objetivo incomodar a Meloni. Las dos facciones del mundo ultra en Europa -los conservadores y el grupo de Le Pen y Salvini- tratan de seducir estos días a Orbán, que ha abandonado el Partido Popular Europeo y deshoja la margarita populista. Salvini ya ha anunciado que piensa en un nuevo espacio político con el húngaro. “Si quiere abandonar el mundo ultra. A nosotros nos parece estupendo”, señalan fuentes de Hermanos de Italia, restando importancia a la jugada. Otro movimiento aparentemente contradictorio con el Ejecutivo que apoya en Italia, pero estratégicamente calculado para seguir un tiempo más en misa y repicando.
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