RIO DE JANEIRO – “Han expulsado religiosos, han quebrado objetos sagrados e incluso hay casos de muerte”. Así describe el babalao Ivanir dos Santos la realidad que se vive en pleno siglo XXI en Brasil, donde los ataques a cultos afro se duplicaron en 2019 a manos de narcotraficantes que dicen actuar en nombre de Jesús.
Brasil registró el año pasado más de 200 ataques contra religiones como la umbanda y el candomblé, un incremento del 100 % con relación a 2018 y que refleja el creciente fanatismo religioso en el país suramericano, según la Comisión de Combate a la Intolerancia Religiosa (CCIR).
La mayoría de las agresiones a estos templos, de acuerdo con expertos consultados por Efe, fue perpetrada por narcotraficantes que se autoproclaman evangélicos, un culto que en los últimos años ha tomado fuerza en Brasil y que es seguido por un tercio de la población.
Las religiones de origen africano, en cambio, representan a menos del 0.5 % de los brasileños, según el último censo.
Aunque los ataques se concentran en Sao Paulo, Río de Janeiro y Bahía, tres de las regiones más importantes de Brasil, los hechos se extienden a todo el territorio brasileño.
Uno de los casos más recientes tuvo lugar en Brasilia, donde el templo “Caboclo Jurema”, de la religión umbanda, fue atacado a finales de diciembre por delincuentes que destruyeron e incendiaron parte de las instalaciones, una agresión que se ha repetido en otras oportunidades.
“Hay personas que saben diferenciar la religión de los otros y saben respetar la diferencia, pero hay otras personas que infelizmente no saben respetar”, aseguró a Efe Eris Paula Carvalho Rocha, “filha de santo” -aspirante a sacerdotisa- del templo.
Bajo investigación de las autoridades, aún no hay certeza si la acción fue perpetrada por narcotraficantes evangélicos, pero el “modus operandi” es similar a los ataques que han sufrido otros templos de este tipo de cultos en Brasil.
La umbanda y el candomblé creen en un ser supremo pero su culto está dirigido a espíritus y fuerzas de la naturaleza que son vistos como ancestros divinos conocidos como orixás.
Entre ellos están Ogum, orixá del hierro, la guerra y el fuego o Iemanjá, deidad femenina de los lagos, los mares y la maternidad.
La multitud de deidades que adoran y la forma como practican sus cultos, que incluyen la utilización de médiums y hasta el sacrificio de animales, hacen que religiones conservadoras como la evangélica las vean como creencias “paganas”, según expertos.
Al ver lo “pagano” como “lo malo” los delincuentes evangélicos que atacan ese tipo de templos creen que están “luchando contra el mal”, explicó a Efe Christina Vital, socióloga de la Universidad Federal Fluminense y autora del libro “Oraçao do traficante” (Oración del narcotraficante).
Los cultos evangélicos se sitúan como la segunda religión más popular de Brasil con el 31 % de seguidores, solo por detrás del catolicismo, que se mantiene como la fe mayoritaria (50 %), según una encuesta de Datafolha divulgada a mediados de enero.
Es tal la fuerza que han venido tomando que se estima que en 2032 pueda llegar a convertirse en la creencia con mayor número de seguidores en el país.
Los evangélicos han ampliado enormemente su influencia en la política y ya cuentan con su propia bancada en el Congreso, además de haber sido fundamentales para la victoria del ultraderechista Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales de 2018.
En la base social, su crecimiento ha sido particularmente fuerte en las favelas, algunas de las cuales están bajo el dominio de narcotraficantes y milicianos (grupos paramilitares integrados por policías y expolicías) por la ausencia del Estado.
A lo largo de la historia, los narcotraficantes siempre se han vinculado a alguna religiosidad como el catolicismo, la umbanda y el candomblé, que ya existían en las favelas, según Vital.
Para ella, con el crecimiento del número de evangélicos en las comunidades se produjo un cambio en esa visión religiosa y pasó a ser considerada por los narcotraficantes como “inspiración” para dejar el crimen.
“Cuando ellos están en el crimen pasan a reconocer esa religiosidad como una red de protección y como una fuente de inspiración para ese momento de la salida”, dice la experta.
“Porque siempre existe esa jugada del momento en que ellos van a salir del tráfico, como si fuera una situación provisional, y son varios los pastores que trabajan con los narcotraficantes en ese direccionamiento, en una programación para el futuro”, agregó.
La tesis de Vital es compartida parcialmente por Ivanir dos Santos, babalao (sacerdote) del candomblé y reconocido internacionalmente por su lucha contra la intolerancia religiosa.
Para Dos Santos, las cárceles son otro ambiente donde ha crecido vertiginosamente el número de evangélicos, por los beneficios que reciben los reclusos si se convierten a esa religión.
“Pero consecuentemente cuando salen de la prisión continúan unidos con el trafico de drogas, entonces lo que hacen es reprimir lo que ellos llaman figuras demoníacas”, explicó a Efe.