Enfundada en un abrigo y dejando su pelo rubio al descubierto, la terrorista belga Cassandra Bodart cuenta que tenía 18 años cuando decidió seguir por “amor” a su marido al grupo ISIS.
Más de un lustro después, confiesa que ya reniega del islam y quiere volver a casa.
“No”, responde Cassandra a la pregunta de si todavía es musulmana. Es la primera vez que confiesa delante de la cámara que ya no profesa la fe a la que se convirtió con 17 años desde la región belga de Sambreville.
“De todas maneras, ellos lo saben aquí muy bien. La gente me ha acusado de ser espía para los (norte)americanos, para los kurdos. De hecho, me han dicho que está prohibido y que yo salí del islam”, afirma en alusión a las mujeres de los extremistas con las que vive tienda con tienda en el campamento de Roj, en el extremo noreste de Siria, donde lleva casi dos años.
En Roj se agolpan desde hace meses mujeres que se unieron a ISIS junto a sus hijos a la espera de ser repatriados.
En el campo, dice, ella pertenece ahora al “clan de las desradicalizadas”, junto a otras francesas.
Cassandra creció en el seno de una familia cristiana y en 2013 puso un pie en Siria, un año antes de que el líder de ISIS, Abu Bakr al Bagdadi, proclamase su “califato”. Vivió cuatro años en Al Raqa, la capital de facto de los yihadistas.
“Me atrajo el islam porque yo tenía problemas con mi familia. Usted sabe que las familias en el islam están muy unidas, son solidarias entre ellas. Es eso lo que me atrajo para convertirme al islam. Yo buscaba algo como una familia”, subraya sentada en una fría habitación del campamento mientras arrecia una fuerte lluvia.
Cassandra se casó tres veces por “matrimonio islámico” entre los 17 y los 18 años de edad, primero, con un kurdo y después, con un argelino, pero por el que decidió unirse a ISIS fue por el tercero, el yihadista francés de origen argelino Abdelhamid Derguiani, muerto el 14 de agosto de 2017 en “un coche bomba” durante la batalla en la que fue liberada Al Raqa.
“Yo me enamoré” y “simplemente le seguí”, afirma del hombre al que conoció por Facebook. Se fue a vivir a Francia medio año y partió a Siria en 2013, poco después de que lo hiciese su compañero.
Una vez en Al Raqa tuvo ocho abortos, siempre en etapas tempranas del embarazo, asegura con un semblante serio y cabizbaja.
“Debido a los bombardeos, por el estrés y por el miedo cada vez perdía un niño”, apunta, aunque matiza que “perder un niño cuando es un mes de embarazo o cuando estás de seis meses es una gran diferencia”.
Su marido la encerró en casa desde que llegó. No trabajaba y solo esperaba a que su marido muriese para lograr libertad.
“Estaba en el asedio de Al Raqa (junio-octubre 2017). Es un poco triste, pero yo esperaba a que mi marido muriese para tener la libertad y poder escapar. Es triste cuando uno ama a una persona. Uno le ama pero, al mismo tiempo, se alegra cuando esa persona muere porque uno es prisionero. Es un sentimiento muy duro”, dice.
Cassandra quiere ser repatriada a Bélgica, un “derecho” que como ciudadana belga reclama.
“El discurso de democracia y ciudadanía no está en concordancia con sus actos porque es bonito hablar de democracia, de vivir juntos, de justicia y de ley, pero hay que aplicarlas”, arguye.
Y es que, como insiste: “Soy belga, no tengo otra nacionalidad. Mi derecho es volver. Además, he sido juzgada en Bélgica, es mi derecho ser juzgada y soy yo quien pide ser juzgada”, asevera.
Cassandra ha sido condenada en rebeldía en Bélgica a una pena de cinco años de prisión “por participación en actividades de un grupo terrorista”. Si regresa, será “encarcelada y juzgada de nuevo”, señala su abogado, Nicolas Cohen, al teléfono.
Su ignorancia y el amor por seguir el camino de un hombre que fue a hacer la guerra santa son los argumentos que esgrime para diferenciarse del resto de los que han ido a combatir.
“Alguien que ha venido porque ha seguido a otra no es mismo que alguien que ha venido con intención personal”, recalca.
Ni siquiera sabía dónde estaba Siria, según Cassandra.
“No sabía que había una guerra en Siria. Es mi marido quien me ha hablado de Siria. Yo le dije, ¿qué es? Y el me dijo: es un país”, se ríe.
Pero, por el momento, Bélgica no tiene intención de repatriar a las mujeres, aunque sí ha ordenado que un número de niños regrese.
“No hay un proceso claro de repatriación. Bélgica dice que es imposible actuar por ella en esa zona de Siria”, controlada por las autoridades kurdosirias, que no están reconocidas por el Gobierno de Damasco, explica el letrado.
Ellos, añade, piensan “lo contrario” por lo que han iniciado un juicio contra el Estado belga, que defenderán el próximo 24 de mayo.
Desde 2014 hizo planes para escapar de ISIS. Comenzó un proceso para irse de Siria, pero “el ISIS te ejecuta, te mata si uno huye”, subraya.
También previno a la policía en Bélgica en 2014 de que estaba en Al Raqa y quería salir, aunque no tenía los medios para hacerlo.
Le dijeron que desde el momento en el que saliese de Siria se harían cargo de ella.
En ese momento, y según su versión: “Bélgica me pidió que si quería volver era necesario una moneda de cambio”.
Pero “yo no acepté porque tenía mucho miedo. La policía de las mujeres, en los cibercafés (en Al Raqa) cogían los teléfonos y vigilaban las conversaciones para ver quién era espía, o no. Si te cogen con una conversación así, seguidamente ISIS te corta la cabeza”, relata.
“Yo no tenía ganas. No porque no tenía ganas de ayudar a mi país, sino porque mi vida es más importante”, zanja.
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