Hicieron todo lo que les dijeron que tenían que hacer ―formarse, comprometerse―, pero cuando salieron al mercado de trabajo vieron que no lo había —el paro juvenil superaba el 40%— y cuando fueron al de vivienda descubrieron que no podían pagarla. Aquel día, 15 de mayo de 2011, venían de distintos barrios y ciudades, pero compartían preocupaciones y sobre todo indignación hacia los encargados de aportar soluciones, convertidos en un problema más. Lo que empezó como una manifestación de protesta terminó en la toma de la plaza a la que todo el país mira al hacer sus propósitos de Año Nuevo, transformada durante un mes en una alfombra humana repleta de tiendas de campaña y ansias de cambio. Inventaron muchos lemas —”Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”; “No hay pan para tanto chorizo”; “Rebeldes sin casa”—, pero todos se resumían en uno: “No nos representan”. Diez años después, EL PAÍS ha reunido a activistas que participaron en aquel toque de atención al sistema; un movimiento que cambió el lenguaje —“perroflautas”, “confluencia…”—, meneó la apacible vida interna de los partidos políticos, provocó la aparición de nuevos jugadores en el tablero parlamentario y, según sus representantes, es “más necesario ahora que nunca”.
Cómo llegamos a Sol. Ganas de hablar y ser escuchados
Sofía de Roa trabajaba entonces en el gabinete de prensa de una universidad. Tenía 26 años y lo veía “todo negro”. “Me parecía que nada funcionaba: ni partidos, ni sindicatos, ni instituciones “. En febrero de 2011 empezó a colaborar con un grupo llamado Malestar.org. Conectaron por Facebook en 50 ciudades españolas y se reunían los viernes en Sol o Callao en grupos de diez. No imaginaban cuántos serían apenas tres meses después, cuando Sofía colocó su saco de dormir sobre el kilómetro cero y se convirtió en voz del 15-M desde Radio Ágora Sol. Hoy forma parte de Calidad y Cultura Democráticas, organización sin ánimo de lucro “para aumentar la cultura política de los ciudadanos y controlar los procedimientos de las instituciones sin excepción”. La preside Felipe Gómez-Pallete, ex director general de la Fundación Amancio Ortega.
Para Clara Sánchez el 15-M empezó en abril de 2011. Estudiaba Psicología y asistió a una manifestación convocada por Juventud sin Futuro. Allí le dieron unas octavillas de otro grupo llamado Democracia Real Ya. “Me sentí muy identificada. Conectamos enseguida y empezamos a montar la manifestación del 15 de mayo. Para nada nos imaginábamos lo que pasó después. En nuestras asambleas éramos apenas 20 personas”. Hoy tiene 32 años y trabaja de orientadora educativa en un instituto.
Natalia Biscari y Ricardo Benítez, ambos de 55 años, viven en Miraflores de la Sierra y tienen un negocio de churrería. Aquel mayo de 2011 seguían la protesta por televisión. “Oímos que Esperanza Aguirre llamaba perroflautas a los acampados y dijimos ‘¡Ese es nuestro sitio!”. El ambiente les atrapó. “Empezamos a participar en las asambleas en la plaza [constantes, multitudinarias y larguísimas] y nos dimos cuenta de que no estábamos solos; que aquello que nos habían dicho de que la crisis era por haber vivido por encima de nuestras posibilidades no era cierto. Empezamos a colaborar con Democracia Real Ya y hasta hoy”.
Iraultza Esteve Alonso tenía 23 años aquel 15 de mayo y estudiaba Imagen. “Yo ya era activista, pero había perdido la ilusión porque éramos grupos muy minoritarios y nuestros métodos no funcionaban”, recuerda. En Sol encontró la fuerza que necesitaban para hacerse oír y para creer que era posible “participar de forma activa en la toma de decisiones, no delegar solo en la institución”. En la plaza, convertida en una especie de ayuntamiento paralelo, participó en las comisiones de infraestructuras, educación, comunicación y extensión a barrios. Hoy ya no forma parte de ningún colectivo. “He llevado el activismo a lo cotidiano: ayudar a mis vecinos, darle la chapa al camarero… Mi situación laboral no ha mejorado, pero mi red sí. Una de las cosas que me cambió el 15-M fue buscar puntos de encuentro con personas con las que jamás pensé que tendría nada en común por su estatus económico o por estar más cerca de la autoridad. Sin esa red hoy todo sería mucho más insufrible”.
En 2011, Fabio Gándara estaba en paro. Estudió Derecho y Ciencias Políticas y había estado trabajando en Cuatrecasas, el bufete que fichó a Soraya Sáenz de Santamaría cuando dejó la política. Creó un blog, Soy un joven español preocupado por su futuro para denunciar la falta de oportunidades y terminó siendo uno de los portavoces del 15-M. Levantado el campamento, empezó a trabajar en Change.org y reorientó por completo su vida profesional. Fundó una empresa de comunicación social que hace campañas para ONG y hoy tiene una hija, Lana, con su pareja, a la que conoció en aquella multitudinaria concentración de indignados.
¿Ahora sí nos representan? Juicio a los herederos
”Podemos no existiría sin el 15-M, que afectó mucho a todos los partidos e instituciones”, afirma Sofía. “Pedro Sánchez no sería número uno del PSOE y presidente del Gobierno hoy sin el 15-M. Tampoco existiría la ley mordaza, que es una reacción a nuestro movimiento. Todos los partidos intentaron introducir innovaciones en transparencia, en participación… pero todavía tiene que calar muchísimo más para que se pueda hablar de representación porque no terminan de ilusionar a la gente y en las encuestas siguen apareciendo como un problema”, añade.
Clara cree que “los nuevos cometen los errores y aciertos que cualquier otro partido”. “Tenemos gente del 15-M que lo ha intentado a través de las instituciones y al final no te permiten funcionar como nos gustaría”.
Natalia rechaza que Podemos y su escisión, Más Madrid, sean “herederos del 15-M”. “Son partidos que se fundaron con gente que participó en el 15-M y consideraron que la forma de cambiar las cosas era desde dentro de las instituciones, pero el 15-M es, sobre todo, un movimiento horizontal y un partido, por muy quincemayista que quiera ser, no deja de ser vertical. Creo que Podemos falló en eso porque no siguió el ejemplo del 15-M en ese sentido. El único líder era Iglesias y eso permitía enfocar la diana en un solo personaje”. Su pareja, Ricardo, opina: “No son lo que nos gustaría que fueran, pero menos es nada”.
“No me representa ningún partido”, afirma Iraultza. “Entiendo que son herramientas y que en el sistema en que vivimos no nos queda otra que hacer uso de ellas, pero siguen sin representarme”.
Para Fabio, “Podemos parecía que traía otra forma de participación en política con los círculos asamblearios, la promesa del abajo a arriba… pero ha asumido la estructura interna de la vieja política con un hiperliderazgo. Eso ha sido decepcionante. Yo sigo indignado”, zanja.
¿Ha cumplido el 15-M sus objetivos? La protesta y sus consecuencias
“Antes no se hablaba de primarias en los partidos y de repente todos empezaron a hacerlas”, apunta Ricardo en el haber de logros. “Vivíamos en el bipartidismo, con el PP y el PSOE cogiendo el testigo para hacer prácticamente lo mismo y eso se quebró con el 15-M” añade. Natalia lamenta que el multipartidismo se haya convertido en “bibloquismo”, pero señala otros triunfos: “Antes de 2011, los programas que tenían éxito eran los del corazón. Era impensable que se hicieran debates políticos en prime time, y a raíz del 15-M a la población le empezó a interesar”.
“Para mí”, opina Clara, “uno de los principales objetivos era remover conciencias y eso se consiguió con creces”. “Mi generación estaba muy alejada de la política y creo que el 15-M fue un revulsivo bestial. De aquello derivaron muchos movimientos vecinales que siguen vivos, aunque no a niveles de años previos. Y se retrasó diez años el auge del fascismo mientras en otros países europeos ya estaban dentro porque el 15-M supo poner el foco en las causas reales de la crisis evitando que proliferaran ese tipo de discursos. La decepción más grande que me he llevado en estos diez años ha sido ver eso que pensé que ya no iba a ver en mi país: el fascismo de la intolerancia. No logramos transformar la democracia todo lo que nos hubiese gustado. A veces se nos ve más y otras menos, pero cuando salte otra chispa, allí estaremos”.
“La situación general está peor”, opina Sofía, “pero el espíritu del 15-M es parte de la solución porque lo que hicimos fue llamar la atención sobre lo que hoy estamos sufriendo. Se ha deteriorado lo que ya estaba muy deteriorado. Es complicado construirte un futuro con las condiciones que nos están dando y que te roben un horizonte de vida es muy decepcionante, pero el 15-M no se ha diluido. Se fue de las plazas a la mente de cada persona y eso es imposible de destruir. El 8-M, por ejemplo, es un 15-M mejorado”.
Iraultza señala como uno de los logros el inconformismo. “Fue un punto de inflexión en el que mucha gente acomodada que había aceptado la vida que nos habían vendido como la única posible empezó a cuestionar el sistema y surgieron nuevos colectivos con personas que no tenían una experiencia activista”.
Fabio cree que se ha “avanzado poco”. “Ya no es aquel bipartidismo anquilosado, hay más oferta política, pero falta madurez, pactos, diálogo y hemos pasado del bipartidismo a dos bloques muy polarizados. Los grandes cambios que pedíamos, como la circunscripción única o las listas abiertas no se han producido. Queda mucho camino”.
Autocrítica. Las disputas que luego reprodujo Podemos
El movimiento se propuso tomar todas las decisiones por consenso. Las asambleas se eternizaban y la ilusión de los primeros momentos dio paso a cierta frustración. Algunos querían levantar el campamento y seguir trabajando barrio a barrio, otros preferían mantener la plaza de Sol para conservar el foco de atención. Algunos querían trasladar sus ideas a las instituciones; otros las daban por perdidas. El 15-M anticipó los debates —calle o Parlamento— y disputas internas que luego reprodujo Podemos, que terminó escindido en dos partidos cuando Íñigo Errejón, cofundador, creó Más Madrid. “Éramos un movimiento etéreo, muy heterogéneo”, recuerda Clara, “y cada uno tenía una idea distinta sobre a qué debía evolucionar esto. Hacer política es muy difícil porque hablas de algo que te atraviesa por dentro y es muy fácil que surjan diferencias. Nos faltó aprender a gestionarlas de otra manera, pero pienso que dentro del 15-M se consiguió mejor que en la política institucional”.
¿Volveríamos a acampar en Sol?
“Sigue habiendo muchos motivos”, opina Natalia, “pero la sociedad ahora está muy crispada y creo que no sería posible repetir una acampada pacífica en aquellas condiciones”. Fabio coincide, aunque cree que “puede haber una nueva ola de protestas en cualquier momento”. Para Sofía, “hay razones para acampar en Sol y en muchos otros sitios, aunque más potente que acampar es cambiar las mentes”. Clara volvería a hacerlo. “Todos los motivos que nos llevaron a acampar, la desigualdad, el mal funcionamiento de los servicios públicos… siguen ahí”. Iraultza no repetiría: “Me iría a un entorno rural a construir otra realidad dentro de este mismo sistema”.
En la plaza una placa recuerda a los acampados: “Dormíamos, despertábamos”. La colocó el Ayuntamiento de Manuela Carmena en 2018, seis años después de que la entonces presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, entregara el premio a la Tolerancia de la Comunidad a los comerciantes de Sol por soportar a los que definió como “camorristas y pendencieros”.
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