Ser perfecto significa no tener imperfecciones, fallas ni debilidades, y ¿quién diría que no es una meta legítima? Para muchos, perfeccionismo es ventaja; por lo común, se aplica en el lugar de trabajo para describir conductas a las que, supuestamente, uno debe aspirar si desea tener éxito—estándares altos, dedicación, atención a detalles—. Esto es un mito, el perfeccionismo tiene elementos que lo distinguen de lo que sería aspirar a hacer las cosas bien, es perjudicial para la salud y para el rendimiento. Así lo constata el célebre escritor Truman Capote en el prefacio del libro Música para camaleones, en un comentario con el que sale del armario de su propio perfeccionismo: “Luego, un día, empecé a escribir, sin saber que me había encadenado, de por vida, a un amo noble pero despiadado. Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y esto sólo tiene por finalidad la autoflagelación”.
El perfeccionismo afecta a personas de todas las edades y estilos de vida, pero, en particular, va en ascenso entre estudiantes. Un metaanálisis en el que fueron incluidos 41.641 universitarios británicos, canadienses y estadounidenses entre 1989 y 2016 mostró incrementos lineales en el porcentaje de jóvenes que sienten que deben alcanzar la perfección para lograr sus objetivos académicos y profesionales. Dichas observaciones llevaron recientemente al autor principal, Thomas Curran, del Departamento de Ciencias Psicológicas y del Comportamiento de la London School of Economics, a proponer que estamos ante una “epidemia oculta de perfeccionismo”. En otras palabras, nos encontramos bajo una presión infinita por conquistar niveles inalcanzables de logros medidos en función de criterios cada vez más amplios.
El perfeccionismo extremo es una forma compulsiva de requerir que las cosas y el yo sean perfectos y exactos. Apuntar a la perfección puede tener un coste personal alto, acarrea múltiples efectos negativos, como trastornos alimentarios, ansiedad o depresión —especialmente entre los jóvenes, el vínculo entre perfeccionismo y riesgo de suicidio es un dato alarmante—. “Es un estilo de personalidad que tiene elementos cognitivos y motivacionales muy particulares”, apuntan los investigadores canadienses Paul Hewitt y Gordon Flett, quienes han trabajado en el campo durante más de 30 años. “Nuestra creencia fundamental es que el perfeccionismo es una diátesis que se activa en un contexto estresante”.
Según ellos, un número cada vez mayor de personas está experimentando lo que definen como “perfeccionismo multidimensional”, que incluye el perfeccionismo dirigido hacia uno mismo, hacia los demás y el prescrito socialmente. Mientras que el perfeccionismo orientado hacia uno mismo se enfoca en estándares personales extremos, el dirigido hacia los demás implica exigir que otros cumplan con expectativas desmesuradas, en tanto que el prescrito socialmente conlleva la percepción—verídica o no— de que otras personas, o quizás la sociedad en general, están imponiendo demandas de perfección en uno mismo. Cada forma de perfeccionismo viene con una carga negativa, particularmente intensa para quienes sufren del prescrito socialmente: cuando la persona que lucha por la perfección falla, especialmente en presencia de otros, siente un profundo sentimiento de culpa y vergüenza por lo que percibe como una actuación defectuosa de un yo defectuoso.
Hewitt y colaboradores proponen un modelo del perfeccionismo basado en las relaciones de apego que configuran las experiencias formativas de los niños y adolescentes. Ubican sus orígenes en la discrepancia entre las necesidades de apego, de pertenencia y de autoestima y las respuestas a dichas necesidades en el vínculo con los padres o cuidadores; en su sentido más amplio, también consideran la importancia de otras relaciones —hermanos, compañeros, parejas románticas—. El desajuste produce percepciones distorsionadas de los otros significativos que son percibidos como críticos, da lugar a un sentido del yo frágil y fragmentado, y a esquemas de las relaciones y del yo caracterizados por sentimientos de vergüenza. La necesidad de ser perfecto —o parecer perfecto— es una estrategia inconsciente para compensar un sentido de autoestima dañada.
¿Cómo beneficiarse del favor de lo imperfecto? Date permiso para desarrollar expectativas más realistas y flexibles. Mantén tu propia perspectiva y céntrate en lo que te apasiona para poder encarar tus tendencias perfeccionistas. En situaciones críticas es vital solicitar ayuda profesional. Nos estigmatizamos cuando fallamos, por ello es importante aprender que fallar es aceptable. Trata de reconocer que también hay un significado en el fracaso. Parafraseando a Juan Ramón Jiménez y víctima frecuente de las calamidades del perfeccionismo: lo perfecto y lo imperfecto deben existir en equilibrio, cada uno con su perpetua, inevitable, demandante y hermosa realidad. “Perfecto e imperfecto, como la rosa”.
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.
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