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Sergio Serrano, la pasión espiritual por el toro, el punto y aparte de una vida

Cuando Sergio Serrano, vestido de avellana y oro, apareció en la puerta de cuadrillas de la plaza de Las Ventas el 22 de septiembre de 2019 era un torero prácticamente desconocido para la afición madrileña.

Minutos después, mientras sonaban los clarines y timbales que anunciaban la salida del tercer toro de la tarde, abandonó el burladero y encaminó sus pasos hacia toriles para esperar de rodillas a un toro de Saltillo, astifino y fiero, según las crónicas.

Dicen los que lo vieron que Serrano se mostró como un torero seguro, valiente y entregado, y cambió la oreja que tenía ganada por una vuelta al ruedo al fallar en la suerte suprema.

Lo que muchos no sabían es que el torero no era un joven e inexperto imberbe con sueño de gloria, sino un hombre de 34 años en aquel momento y un torero con 10 temporadas a sus espaldas, que llegó a Madrid con las maletas hechas para marcharse del toreo esa misma tarde si su presencia hubiera pasado desapercibida.

“No puedo vivir de la tauromaquia, pero sí gracias a ella”

“Fui a Las Ventas a disfrutar la tarde, con la tranquilidad que ofrece la experiencia, y la seguridad de que todo depende de tu esfuerzo y capacidad”, cuenta Serrano.

“Llegué dispuesto a jugarme la vida, pero sin ansiedad, y con la esperanza de sentirme bien”, continúa. “Hoy es el día -pensé- por el que he luchado y me he sacrificado durante mucho tiempo”.

El torero está convencido de que aquella corrida supuso un punto y aparte en su trayectoria profesional.

“Sí, Madrid me ha dado un impulso y me ha confirmado que puede haber algo en mí. Su afición saber ver el trasfondo de un hombre que llega con su verdad desnuda y la plasma en el ruedo, aunque tenga defectos; y capté el mensaje: espérate, no corras, aguanta un poco más que, quizá, pueda haber algo para ti. Lo que no podía imaginar es que llegaría la pandemia…”

Sergio Serrano (Albacete, 1985) tomó la alternativa en la plaza de su ciudad natal, “a la que estoy muy agradecido porque me ha ofrecido posibilidades, pero es un ciclo tardío, en el mes de septiembre, cuando las ferias ya están hechas, y lo único que conseguía es un puesto para el año siguiente. Es muy difícil aguantar con una o dos corridas por temporada; hasta que llegó Madrid…”.

– ¿Se hubiera retirado si no llama la atención en Las Ventas?

Sergio Serrano, en una imagen reciente.

– “Sin duda. Hoy estaría en mi casa tranquilo y feliz, y con esa honradez que deben tener los hombres cuando saben que se le han acabado las cartas. No estaba dispuesto a esperar otra vez la feria de Albacete”.

A pesar de su veteranía en el escalafón, Serrano no ha toreado más de 20 corridas, pero asegura que mantiene intacta la ilusión de sus tiempos más jóvenes.

“La pasión es el único secreto para mantenerme en pie; saber que el toro es mi vida, lo que me hace feliz, con lo que me siento identificado, y porque, a pesar de todos los avatares y algunos golpes, te pones delante de un animal, aunque sea en el campo, y se te cura todo. En fin, que, aunque, a veces, te puedas sentir desgraciado, sabes que el amor al toro te mantiene vivo. A mí me mueve la tauromaquia”.

– ¿Se puede llegar a ser feliz en su situación?

– “Por momentos, sí. Si no tuviera la válvula de escape de entrenar cuando finaliza mi jornada laboral, me faltaría algo. Es verdad que, por el momento, no puedo vivir de la tauromaquia, pero sí vivo gracias a ella. Yo digo que el hombre trabaja para mantener al torero, pero, al final, me levanto cada día con la ilusión de estar preparado como si me fueran a llamar mañana. Yo creo que esto es algo espiritual que ojalá muchas personas tuvieran la oportunidad de compartir”.

“Creo que mi tren aún no ha llegado, pero ya he comprado el billete”

Sergio Serrano trabaja como comercial en una empresa de formación que es propiedad de uno de sus hermanos, está casado desde hace tres años con una mujer a la que pidió matrimonio en el brindis en un festival, y espera que la puerta abierta en Las Ventas le ofrezca un nuevo camino profesional.

“Creo que mi tren aún no ha llegado; he comprado el billete y espero en el andén”, prosigue. “Antes no tenía ni el tique, pero sí la mentalización de que algo alcanzaría gracias al sacrificio y la constancia que he aprendido en mi familia. No he llegado a la meta soñada, pero Madrid ha sido un pequeño regalo, y es muy bonito, sobre todo cuando vienes de sobrevivir con una mano delante y otra detrás”.

El torero cuenta que procede de una familia muy humilde, el menor de cuatro hermanos, y recuerda los veranos de su infancia junto a un rebaño de ovejas. “Cuando eres un niño no comprendes que los demás tengan vacaciones y tú no, pero esa experiencia te ofrece una gran dimensión de la importancia del trabajo”.

“Soy un hombre muy afortunado”, recalca. “Y no solo por mi familia, sino por las personas que me rodean en mi profesión; porque han puesto su tiempo a disposición de mi sueño, y eso no es fácil, y debo valorarlo”.

– Once años a la espera de un triunfo es mucho tiempo…

– “Es cierto, y las causas pueden ser diversas: las circunstancias, el sistema taurino o yo mismo. Quizá, no habré estado a la altura de algún compromiso o soy víctima de un mundo que no es maravilloso, quién sabe… Quizá, la vida me ha guardado un trozo para que lo digiera y crezca como persona y torero. A un artista deben sucederle cosas para plasmarlas y vomitarlas después en la plaza. Si no has vivido y te has contagiado de experiencias eres un ser vacío como artista”.

– Usted mismo ha recordado alguna vez que el banquillo te curte o te pudre.

– “Así es. De momento, me está curtiendo, pero también te puede pudrir, y más como está hoy la profesión, que es muy difícil asomar la cabeza”.

Sergio Serrano esperaba ilusionado la temporada de 2020 después de buen sabor de boca que dejó en Madrid, pero la pandemia rompió sus sueños. Solo dos paseíllos: Añover del Tajo y Manzanares (en este último junto a Ponce y Curro Díaz y con televisión), y en ambos dejó constancia cierta de sus buenas condiciones. De momento, la agenda de 2021 está vacía, pero el torero no pierde la esperanza.

“Tengo la tranquilidad de que con mi trabajo están cubiertas mis necesidades, y que no puedo aspirar a grandes metas. Voy al campo, cuento con un apoderado convencido de que, antes o después, recogeremos algún fruto, y, sobre todo, que lo que parecía un punto y final se ha convertido en un punto y aparte”.


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