Ícono del sitio La Neta Neta

Setenta mujeres en pijama: el proyecto de una fotógrafa valenciana contra la presión estética


En Noches insomnes, Elizabeth Hardwick ofrece una descripción bastante exacta de los hombres tradicionalmente etiquetados como “solterones”: “El soltero elegante y conservador evoca una imagen de ropa cuidada, de zapatos encajados en hormas de madera, de escritorios de caoba con aplicaciones de cuero y antiguas plumas de latón; vasos y botellas y cubiteras; cortinas a juego con unos cojines escogidos por decoradores o amigas y un sofá tapizado a rayas. La colección de discos, sin una mota de polvo y ordenada alfabéticamente; una simetría rancia y, sin embargo, tranquilizadora”.

Si cambiamos el género de la palabra, en cambio, no solo estaremos cambiando una letra, sino que además estaremos dando un vuelco a su significado. Una de las primeras apariciones de la palabra “solterona” en la literatura española se remonta a 1809, cuando Santiago González Mateo describía a una en los siguientes términos: “Beata por fuerza, desdentada, virolienta, quadragenaria y tan abominable, que con dificultad pudiera hallarse semejante”.

Esta imagen llena de connotaciones negativas ha pervivido a lo largo de la historia, incluso con cameos en productos culturales tan populares como las canciones de The Beatles. Eleanor Rigby, la solitaria protagonista de una de sus canciones, recoge el arroz del suelo después de las bodas (Eleanor Rigby, picks up the rice / In the church where a wedding has been; “Eleanor Rugby recoge el arroz / En la iglesia donde se ha celebrado una boda”). La canción acaba precisamente en su entierro, al que nadie acude (Eleanor Rigby died in the church and was buried along with her name / Nobody came; “Eleanor Rigby murió en una iglesia y fue enterrada junto con su nombre / Nadie fue”).

Que este estereotipo sea tan persistente es representativo del desprecio histórico hacia la mujer independiente, en opinión de Juana Gallego, directora del Máster Género y Comunicación de la Universitat Autònoma de Barcelona: “Una mujer sola siempre ha sido sospechosa. Se ha construido la idea de que las mujeres no deben tener un proyecto de vida propio sino enfocado a los demás. Si lo desafían, se les acusa de haber traicionado su rol de género”, nos dice en conversación telefónica.

Numerosas autoras en los últimos años han investigado y reflexionado en profundidad sobre el estereotipo de la mujer sola. Kate Bolick, autora de un libro titulado Solterona, sitúa sus orígenes en la época de los juicios por brujería: “De las decenas de miles de ejecutadas por brujería en Centroeuropa desde 1450 hasta 1750, tres cuartas partes eran viudas de más de cincuenta años que vivían solas, lo que equivale a decir que su delito era la audacia de existir sin un marido”.

La aparición de los gatos

Es precisamente en la época de los juicios por brujería cuando las mujeres solas empiezan a ser asociadas con un complemento que les ha acompañado hasta la actualidad: el gato. Un panfleto de aquella época afirmaba que Agnes Waterhouse, la primera mujer ejecutada por brujería en Inglaterra, vivía con un gato al que llamaba Satán. Desde aquella ejecución, acontecida en 1566, no hemos dejado de encontrarnos con asociaciones semejantes. En la siguiente ilustración, de 1789, titulada “Old Maids at Cat’s Funeral”, encontramos a dos mujeres llevando en brazos un ataúd diminuto con la cara de un gato, seguidas por una cohorte de mujeres con gatos en brazos.

Esta asociación se intensificó en un momento especialmente trascendente para la lucha de las mujeres por su independencia: el sufragismo. Al mismo tiempo en que las autoridades negaban la participación política de las mujeres (el juez de la Corte Suprema estadounidense Joseph P. Bradley dijo en 1872 que las mujeres eran, “en primer lugar, esposas. Y, en segundo lugar, ciudadanas”) empezaron a circular protomemes machistas que representaban a las sufragistas estadounidenses como gatos.

Según explicó Corey Wrenn, directora de Estudios de Género en la Universidad de Monmouth, en declaraciones a la edición estadounidense del Huffington Post, “los gatos son criaturas caseras, como se suponía que debían serlo las mujeres blancas de clase media. Estas asociaciones pretendían recordar a quien las viera que las mujeres debían quedarse en casa, tranquilas, apolíticas y domésticas”.

Por supuesto, no es lo mismo quemar a mujeres en la hoguera y representarlas como si fuesen inocentes gatos. Pero como explica Juana Gallego, “estos mecanismos de control hacia las mujeres se han venido actualizando con el paso del tiempo, adaptándose a la situación social de cada momento, en una carrera por mantener a las mujeres controladas”.

Aunque sin asociarlas con los gatos, las mujeres que luchaban por sus derechos también fueron ninguneadas en España recurriendo al estereotipo de la “solterona”. “El movimiento feminista, la aspiración de la mujer a disfrutar de los mismos derechos sociales que el hombre, es un intento absurdo y que desprestigia a la mujer como ser inteligente. ¿No se da cuenta que al pedir una igualación sale perdiendo? ¿No ve que esto, además de ser imposible, porque no somos iguales, la perjudicaría? La única explicación posible de semejante disparate es la falta de feminidad entre quienes plantearon tales reivindicaciones y con pertinacia siguen persiguiéndolas. Las que acaudillan este movimiento suelen ser solteronas o mujeres psíquicamente viriles”, escribía en 1946 el doctor Antonio Clavero Núñez en Antes de que te cases, un influyente manual que se vendía como “un texto de formación prenupcial, un consejero para los casados en su vida conyugal y una guía para la mujer en sus trances de maternidad” y que alcanzó 14 ediciones durante el franquismo.

Podíamos pensar que estas alusiones no son más que un chiste demodé, un comentario jocoso, una broma sin repercusiones en la vida cotidiana de las mujeres. Pero está sobradamente estudiado de qué manera las expectativas sociales sobre cada género acaban configurando sus realidades. Esto, que en términos sociológicos se llama “socialización diferencial”, también lo encontramos en las columnas periodísticas de Begoña García-Diego, ganadora del Premio Café Gijón de novela en 1957 y autora de un recopilatorio de columnas periodísticas —firmaba una sección en el diario ABC llamada «Cuarto de estar»— publicado en 1962 con el título de Chicas solas.

“Había oído mil veces los comentarios de tu padre con los íntimos de la familia: ‘Mi hija Marta, qué pena, más de treinta años y sin novio. Ayer me dio una mala contestación sin venir a cuento; claro, se le está empezando a agriar el carácter a la pobre’. No era cierto. (…) Yo sabía eso, sabía que no te pasaba nada; pero que acabaría pasándote no por haberte quedado soltera, qué tontería, sino por el clima especial que esa circunstancia estaba creando a tu alrededor”, escribe García-Diego en su “Carta abierta a una mujer soltera que pronto dejará de serlo”.

Volviendo a la relación entre las mujeres solas y los gatos, el estereotipo ha perdurado con los años. La ficción audiovisual está llena de ejemplos, como, por ejemplo, el personaje de Liz Lemon en 30 Rock, quien, para anunciar una ruptura, se viste con un chándal holgado y una riñonera, se hace una coleta y adopta un gato al que llama Emily Dickinson (soltera célebre y autora de los versos “Los momentos superiores del Alma / le sobrevienen en soledad…”). Son símbolos, nada casuales, de su regreso a la soltería. Pero quizás su encarnación reciente más célebre sea la del personaje de Eleanor Abernathy en Los Simpsons.

Locas de los gatos

Este último caso nos sirve para ilustrar otra visión del estereotipo: el de “la loca de los gatos”. Esta figura suele asociarse a mujeres mayores, solitarias y algo trastornadas. El doctor Randall Lockwood, miembro de la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad hacia los Animales, lo calificaba como una “gran simplificación”. Este artículo de Vice explica que existen personas que, debido a algún tipo de trastorno o fijación, pueden acaparar muchos animales. Pero estas personas pueden tener cualquier edad, sexo y estado civil. Y los animales que acaparan no tienen por qué ser necesariamente gatos, sino que pueden ser muy variados.

Este estereotipo aún se usa en muchas ocasiones como arma arrojadiza. Por ejemplo, en las secciones de comentarios de los reportajes escritos por mujeres en medios online. La web estadounidense Refinery29 lo analizaba en un artículo reciente, que afirmaba que, hoy en día, “cuando cada vez más mujeres siguen su propio camino”, el insulto loca de los gatos “dice menos sobre las mujeres que sobre las personas que lo usan”.

En los últimos años, es cierto, son abundantes las iniciativas que ironizan o que tratan de resignificar la relación entre los gatos y las mujeres. Susan Michals es una periodista especializada en arte que en 2015 organizó la primera CatCon, una convención celebrada en Los Ángeles a la que acudieron 12.000 personas -muchas disfrazadas- para celebrar el mundo de los gatos. “Una de las razones por las que puse en marcha CatCon en 2015 fue cambiar lo que significa ser una persona que ama los gatos”, cuenta Michals a Verne por correo electrónico.

Susan Michals nos cuenta que le gente se sorprende al saber que solo tiene una gata pese a ser la organizadora de una convención consagrada a estos animales. “Sí, tengo solo una gata [se llama Miss Kitty Pretty Girl], y soy una MUJER DE LOS GATOS”, escribe en su correo electrónico. También presume de que su convención ha logrado ampliar el concepto tradicional de las ferias de gatos -antes prácticamente limitadas a concursos de belleza gatunos- para ocuparse de problemáticas más amplias, como la promoción de la adopción y el debate sobre últimas tendencias. “Ya se celebran más de veinte eventos en Estados Unidos ‘inspirados’ en CatCon, y muchos de ellos han sido creados por mujeres”, comenta.

En las redes sociales también se perciben algunos movimientos que buscan resignificar la relación entre las mujeres y los gatos. #CatLadyProblems [Problemas de una mujer con gato], por ejemplo, se ha convertido en una etiqueta común en Twitter y en Instagram (en esta última red aparecen más de 210.000 publicaciones con esa etiqueta).

También hay artistas que en su trabajo exploran la relación entre las mujeres y los gatos. Es el caso, por ejemplo, de la fotógrafa de moda BriAnne Wills, dueña de dos gatos, Tuck y Liza. Algunos de sus retratos de mujeres con gatos publicados en la cuenta de Instagram Girlsandtheircats [chicas y sus gatos] también se han publicado recientemente en un libro. “Muchas mujeres no sentimos la misma vergüenza por tener gatos porque cada vez más nos apoyamos mutuamente gracias a Internet”, decía la fotógrafa en esta entrevista con Refinery29.

Todas estas iniciativas recientes, de manera más o menos directa, persiguen la reapropiación de un estereotipo que, tradicionalmente, ha servido para sostener desigualdades. Este proceso de reapropiación lo vivió incluso el propio término “feminismo”. Este artículo de eldiario.es cuenta cómo la palabra “feminismo” se usaba al principio para designar “con desprecio y cierto cachondeo” a los hombres que apoyaban la causa sufragista. Sin embargo, con el paso de los años, la sufragista francesa y pionera feminista Hubertine Auclert se reapropió del término para usarlo en el sentido político con el que hoy lo conocemos. “Además de ser una forma ingeniosa de desmontar al interlocutor, la reapropiación del insulto es un acto de reivindicación política”, afirma el artículo.

Sobre la reapropiación de un término también hablamos en Verne a propósito de la palabra “manada” después de la violación de una chica de 18 años en los sanfermines de 2016. Después de saber que cuatro de los cinco agresores habían contado su agresión a sus amigos en un grupo de WhatsApp con ese nombre, el colectivo feminista empezó a usarlo en las manifestaciones de apoyo a la víctima con el cántico “Tranquila, hermana, aquí está tu manada”.

* También puedes seguirnos en Instagram y Flipboard. ¡No te pierdas lo mejor de Verne!




Source link

Salir de la versión móvil