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Shon Faye: “El debate sobre la diferencia entre sexo y género es una distracción”


Shon Faye (Bristol, Reino Unido, 33 años) es desde el año pasado la escritora trans más leída e influyente de las últimas décadas gracias a Trans. Un alegato por un mundo más justo y más libre (Blackie Books), ensayo en el que plantea una férrea defensa de la educación y la sanidad públicas. Ha vendido más de 30.000 ejemplares en el Reino Unido y ahora llega a España. Se declara admiradora absoluta de Veneno: “La mejor ficción que he visto nunca sobre la vida de las mujeres trans y eso incluye todo lo de Hollywood”. La entrevista se desarrolla en un hotel de Madrid el mismo día en que Rusia declaró la guerra a Ucrania, la semana pasada. “Me he levantado con una total sensación de irrealidad”, decía.

Pregunta. Que en Europa se esté produciendo una guerra es catastrófico en todos los ámbitos. ¿Cómo perjudica a la causa LGTBI?

Respuesta. Creo que la narrativa grandilocuente de las relaciones internacionales y los conflictos bélicos ha sido codificada siempre como masculina y por lo tanto mucho más importante que los problemas de las mujeres o los gais, cuando en realidad hay una relación directa entre ambos asuntos, porque la guerra repercute en la vida de las personas y también en las relaciones de género. La hipermasculinidad se ensalza en las guerras y las mujeres tienden a ser maltratadas. El estado de lo que llamamos “género” fluctúa muchísimo dependiendo de las circunstancias geopolíticas. Ya lo vimos durante la pandemia, que tuvo repercusión a gran escala pero también en las vidas íntimas: mucha gente de grupos en riesgo se vio obligada a encerrarse con sus propios agresores. Y sí, creo que cuando se producen grandes acontecimientos globales siempre existe el riesgo de que los derechos de las minorías ya no interesen.

P. En España pasó con la aprobación de la ley trans durante la pandemia. Mucha gente argumentaba que no era el momento de hablar de eso…

R. Creo que no hay activista por los derechos civiles a quien no le hayan dicho alguna vez que tiene que esperar su turno. Incluso a las feministas de izquierdas de los años setenta les decían a menudo que tenían que esperar a que triunfasen el socialismo y la revolución para que las mujeres pudieran ser iguales. Y la cuestión es que no, no tienes que esperar a nada, porque la gente vivimos en el presente. Es un mito que todas estas cuestiones no puedan convivir y que haya que enfocarse en una sola cuestión. Es una táctica bastante autoritaria que prioriza los intereses y preocupaciones de los hombres, blancos y heterosexuales que ocupan posiciones de poder.

P. Quizá algunos sentían que las minorías llevaban ya demasiado rato ocupando la agenda informativa…

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R. Creo que en el sistema capitalista nuestros líderes tienden a beneficiarse de todo lo que quite la mirada de sus propios errores. A veces las minorías tenemos toda la atención mediática para generar pánico, como ocurrió en el Reino Unido con los medios de Murdoch durante el Brexit o luego cuando llegó la covid. Es más fácil decir que los gitanos, los refugiados, las personas trans, los musulmanes, son el problema. Así la gente en lugar de mirar al Gobierno se enfada con ellos. Y después nos vuelven a quitar el protagonismo, sin más.

P. Habla de forma excepcionalmente clara. ¿Participó en concursos de debate cuando estudió en Oxford?

R. Tuve una educación muy tradicional: fui a un colegio privado, me dieron una beca para estudiar literatura inglesa en Oxford y luego hice un posgrado en derecho en Londres. Es verdad que en el ámbito jurídico aprendes a exponer un razonamiento sin dejar que las emociones te dominen. Si estás tratando de persuadir a alguien y estás enfadada, cosa a la que las personas trans tenemos todo el derecho, nadie te va a escuchar.

P. Trabajó durante una época en un bufete de abogados, ¿le costó mucho integrarse en el mundo laboral?

R. El ambiente era muy serio y bastante más aburrido y venía de relacionarme con gente más excéntrica, así que siempre sentí que no acababa de encajar. Y luego es que no me gustaban mis clientes, algunos de ellos increíblemente ricos. Veía una falta de ética increíble en ellos y me costaba mucho defender sus intereses.

P. Tiene usted muchos amigos en el ámbito de la comunicación, la creatividad y la moda. ¿No siente que a veces los medios, en especial las revistas, fetichizan a las personas trans y las utilizan?

R. Sí, de hecho escribí un reportaje largo sobre esto en el Vogue británico de febrero en el que hablaban varias chicas trans. Hay siempre una delgada línea roja para las minorías: quieres hacer que tu trabajo y tu mensaje lleguen al mayor número de gente posible, pero a la vez eres muy consciente de que eres como una moneda de cambio para que ellos puedan tachar la casilla de diversidad e inclusión. Así que ahora cuando me piden colaboraciones, incluso con marcas, aunque estén muy bien pagadas, si solo me benefician a mí las rechazo.

P. En los debates de género hace falta tener mucha información para dar una opinión cualificada. ¿Cuánto tiempo le lleva a usted dar una opinión cualificada sobre algo?

R. Las redes sociales nos han hecho creer que debemos tener una opinión sobre todo. Hoy cuando abrí mi móvil de pronto todo el mundo era experto en relaciones internacionales. Hay algo muy enfermizo en cómo las redes recompensan a todo el que tenga una opinión, sepan o no de lo que están hablando. Hace años, cuando abandoné Twitter, me tuve que plantear este dilema, porque me di cuenta de que las contestaciones de la gente, que les gustasen mis comentarios, me generaban mucha dopamina pero no era sano. Lo bueno de haber escrito un libro es que me ha permitido estudiar un tema dos años, someterlo a verificación después… así que, bueno, sigo teniendo opinión sobre muchas cosas pero solo hay unas pocas de las que me atrevería a hablar en público.

P. ¿Cree que en torno al debate de género y lo trans hay una falsa sensación de que es muy complicado?

R. Creo por ejemplo que el debate sobre la diferencia entre sexo y género es una distracción, que ese debate está hecho para que la gente “normal” no se involucre y piense: no entiendo esto, no tengo tiempo para leer sobre ello; y que eso a su vez les haga dudar en cuanto a si deben pronunciarse a favor. Creen que es demasiado complicado cuando no lo es: hay un grupo de gente que ya existe y o bien eliges crear servicios, protección y libertades contra la discriminación para ellos y para todo el mundo o no lo haces.

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