El príncipe Harry vive su primer verano lejos de Inglaterra cuando se cumplen 23 años del accidente de tráfico que se llevó a su madre para siempre. Aquel trágico agosto del Mercedes, Dodi Al Fayed y la muerte contra un pilar del puente del Alma en París. 23 años del paseo más triste de su vida, tan pequeño, desolado y perdido, junto a su hermano William, acompañando el féretro de su madre, Diana Spencer. Este año será el primero separado de William, lejos de su padre y de la Familia Real de la que ha querido desaparecer, la misma en la que su madre se sintió la mujer más infeliz del mundo, especialmente por el trato que le dio su marido, el Príncipe Carlos, y con la que pasó los peores años de su vida. Se ha marchado lejos y su paso atrás como miembro de La Firma le ha llevado hasta California (Estados Unidos) junto a su mujer, Meghan Markle. Este aniversario será diferente. Si Harry volviera a escribirle una carta a su madre – como la que dejó junto a unas flores el día de su funeral en septiembre de 1997, empezaría explicándole, cómo han cambiado las cosas, “Mummy”.
Su padre se casó con Camila, la reina madre ya no está, William es padre de 3 hijos y ganó el Brexit; tío Andrés, apartado por su presunta implicación en el escándalo sexual Epstein y él ha cogido los bártulos y vive en Estados Unidos. La prensa, testigo implacable, ha dado cuenta de todo.
En el accidente mortal se vieron involucrados 10 fotógrafos que seguían el coche en el que iba la pareja del momento, pero la sentencia judicial los exculpó finalmente y responsabilizó al chófer, Henry Paul – también fallecido- que conducía con exceso de velocidad y bajo los efectos del alcohol. Ninguno llevaba el cinturón de seguridad, excepto el guardaespaldas, Trevor Reese-Jones, el único que se salvó y que ocupaba el asiento de copiloto. Una tragedia que ha marcado las vidas de los dos hijos del príncipe Carlos de Inglaterra y Lady Di. Y no es para menos. Su madre recuperaba el control de su vida lejos de su padre y de la mujer con quien le había sido infiel desde siempre, pero todo acabó en aquel túnel, aquel 31 de agosto.
Cuando Harry decidió apartarse de la Familia Real a finales del pasado año, disparó contra la prensa como principal culpable de la infelicidad de su mujer, la actriz norteamericana Meghan Markle con la que se casó en mayo de 2018. Él la alejaría de esa pesadilla que también sufrió su madre. La propia Meghan declaró en la entrevista realizada en el viaje del matrimonio a Australia, un par de meses después de que naciera su primer hijo, Archie: “No esperaba que fuese fácil, pero sí al menos justo”, en alusión a las críticas recibidas por la prensa y lo duro que le resultaba adaptarse. Desde luego debe ser terrible perder a una madre siendo un niño, extremadamente difícil y nada fácil, pero tampoco es justo responsabilizar a la prensa de la pesadilla que fue la vida de Diana, princesa de Gales. Sí, la prensa siguió sus pasos desde el minuto 1 y la última noche de París fue una locura, empezando por salir a esa velocidad y ese chófer ebrio. Menuda tragedia, pero cuando Lady Di llegó al hotel Ritz de Paris, le precedían 15 años de profundo sufrimiento junto a su marido, paparazis al margen.
Harry debe recordar que Diana acudía a los medios cuando era la única opción que tenía para seguir adelante. Al principio, no, pero luego adoraba las fotos y avisó en más de una ocasión a fotógrafos afines para que inmortalizaran lo que ella deseaba se supiera. Carlos de Inglaterra se casó porque debía hacerlo. Amor, cero. Su esposa debía ser impecable, sin tacha virginal, y la mujer de quien él estaba enamorado desde joven nunca pasó el corte de Buckingham. Apareció Diana en una fiesta organizada para que ambos se encontraran y 6 meses después se comprometieron. Casi no se conocían, apenas tenían gustos comunes, ni siquiera compartían amigos, pero era hija de conde, “una preciosa rosa inglesa”, muy joven, sin tacha. Perfecta. Él, 12 años mayor. Diana se enamoró, probablemente, no de Carlos Windsor, sino del Príncipe de Gales. A las princesas se le supone dicha y perdices, pero su historia sería diferente. Ella supo que había otra mujer desde el principio. Camila Shand sería la tercera en discordia hasta el día en que murió. 8 años después, los amantes se casaron. Los escuchó hablar por teléfono muchas veces. Él la dejaba sola a menudo. Solo el nacimiento de sus dos hijos alivió su sufrimiento. Diana “mataba” por ellos. Cuando el príncipe William sufrió un golpe en la cabeza con un palo de golf en el colegio, a los ocho años, lo llevaron al hospital y avisaron de inmediato a sus padres. Diana se quedó toda la noche con él, a su lado. El príncipe Carlos siguió con su agenda. Se marchó a la ópera.
Lady Di comenzó a brillar y eclipsaba a su marido. Inolvidable aquel baile con John Travolta en la cena de los Reagan en su viaje oficial a Estados Unidos en noviembre de 1985. Aquel vestido negro y su Saturday Night Fever particular. En Buckingham temblaron hasta las teteras.
Desgraciada en su matrimonio, confesaría después que se autolesionó para llamar la atención. Sufrió bulimia. Desesperada, habló con la reina Isabel. No podía soportar la infidelidad de su marido. La soberana, que la entendió perfectamente, le dijo que su vida era esa y había que aguantar. Harta de tanto control y desprecio, buscó el amor fuera de Palacio: en la ciudadanía. Se volcó en causas sociales, apoyó a enfermos de Sida, lideró una valiente campaña contra las minas antipersonas en Angola. Se acercó a la gente como ningún Windsor había hecho antes. Había nacido la princesa del pueblo.
Entonces llegó la bomba: varios medios recibieron de forma anónima una grabación en la que Diana habla con su amigo James Guilby de su matrimonio: “Es tan difícil, tan complicado. Hace que mi vida sea una auténtica tortura. Si quieres estar como yo tienes que sufrir, no te imaginas cuánto”. Y continuaba: “Su abuela siempre me mira con una extraña mirada en sus ojos” … “Maldita sea lo que he hecho por esta puta familia”.
Meses después trasciende una conversación íntima entre Carlos y su amante Camila. Aquella en la que le dice que le gustaría ser su támpax. La imagen del Heredero cae fulminada. Los británicos se pusieron de parte de Lady Di. En noviembre de 1995, llegó el turno de Diana en la madre de todas las entrevistas, concedida a la BBC, y su “Éramos 3 en ese matrimonio. Demasiada gente”. La reina Isabel escribió a ambos pidiéndoles que se divorciaran. Estaban perjudicando a sus hijos, al país y a la Monarquía. La sentencia llegó en seis meses. La tragedia de su muerte, solo un año después.
Si Diana levantara la cabeza hoy, es muy probable que se fuera con Harry y Meghan a su espectacular mansión de Montecito, en Santa Bárbara, también lejos, muy lejos de Buckingham.