Vivimos en una era en la que la disponibilidad de alimentos ricos en grasas y azúcares ha llevado a una paradoja preocupante. Por un lado, más personas viven más tiempo, pero por otro, estamos enfrentando una epidemia de enfermedades relacionadas con la obesidad que desafían nuestros sistemas de salud y afectan la calidad de vida de millones de personas. Pero algunas personas ven inevitable consumir ciertos alimentos, lo que provoca que se sientan mal al comprobar como engordan, pero un reciente estudio ha dado una clave que muchos desconocían: la culpa es de una hormona y no de la comida.
Si engordas la culpa es de una hormona y no de la comida
Las consecuencias graves y potencialmente mortales de la obesidad incluyen enfermedades cardíacas, hipertensión, diabetes tipo 2, apnea del sueño, ciertos tipos de cáncer y problemas mentales como la depresión y la ansiedad. Afrontar esta crisis sanitaria requiere un enfoque integral, y uno de los caminos más prometedores es investigar las interacciones cerebrales con los alimentos.
Recientemente, un equipo liderado por Michiru Hirasawa, de la Universidad Memorial de Terranova en Canadá, llevó a cabo un estudio fascinante sobre la inflamación del hipotálamo, una parte esencial del cerebro que regula el equilibrio energético y nuestro apetito. Descubrieron una relación entre la inflamación cerebral y la ingesta de dietas ricas en grasas.
La hormona MHC es la clave
La hormona MHC parece ser la clave en esta relación. Las dietas altas en grasas activan esta hormona en el hipotálamo a través de la molécula prostaglandina E2 (PGE2), que regula el apetito y procesos inmunes como la fiebre. La importancia de la concentración de PGE2 radica en su efecto sobre el apetito: altas concentraciones provocan una inflamación intensa que reduce el apetito, mientras que concentraciones menores lo incrementan.
Los investigadores también observaron que al eliminar los receptores de PGE2 en las neuronas MHC mediante modificación genética en ratones, estos quedaron protegidos contra la obesidad y el hígado graso inducidos por la inflamación del hipotálamo debido a una dieta alta en grasas.
Sin embargo, predecir el resultado de la inflamación sigue siendo complicado, ya que puede variar en intensidad y duración, y afectar a diferentes órganos, células y moléculas. A pesar de las distintas enfermedades que puede desencadenar, reducir la inflamación sigue siendo una estrategia prometedora para abordar tanto la obesidad como la anorexia.
La dieta mediterránea puede ser una solución
Hirasawa sugiere que una dieta mediterránea, conocida por ser antiinflamatoria y beneficiosa para la pérdida de peso en personas con sobrepeso u obesidad, puede ser una opción. Sin embargo, se debe tener cuidado en la aplicación de tratamientos antiinflamatorios, ya que la inflamación también cumple funciones vitales, como la curación de heridas y la lucha contra infecciones.
Con tasas alarmantes de sobrepeso y obesidad pronosticadas para los próximos años, especialmente entre los más jóvenes, encontrar objetivos terapéuticos contra el apetito descontrolado es crucial. Los hallazgos de Hirasawa podrían eventualmente llevar a tratamientos innovadores para la obesidad, al entender el mecanismo que inicia con la ingesta de comidas grasas y termina en una inflamación que incrementa el apetito.
Si bien la modificación genética de ratones suena radical, Hirasawa se muestra optimista acerca de posibles tratamientos que bloqueen este mecanismo. No obstante, advierte que se deben identificar posibles efectos secundarios y garantizar la seguridad antes de implementar cualquier tratamiento.
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