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Sin noticias de Noof


“Si quieres escapar, lo primero que necesitas es tu pasaporte”, recomendaba una sonriente Noof al Maadeed en un vídeo grabado tras llegar al Reino Unido huyendo de Qatar hace dos años. La joven denunció el maltrato familiar y las restricciones que sufría por ser mujer a pesar de que ya había alcanzado la mayoría de edad. A finales del mes pasado, decidió volver a su país tal como contó en las redes sociales, donde era muy activa, y de repente, no ha vuelto a saberse más de ella. Varias organizaciones de derechos humanos han dado la voz de alarma.

No hay noticias suyas desde el miércoles 13 de este mes cuando dejó de actualizar sus cuentas de Twitter e Instagram y de responder a los mensajes. La víspera, en uno de sus últimos tuits, Al Maadeeb, que cumplió 23 años el pasado lunes, denunciaba “intentos de asesinato” por parte de familiares.

En otra entrada advertía, “si no veis publicaciones mías en los próximos días, significará que me han entregado a mi familia en contra de mi deseo”. Aunque antes de dejar de escribir dijo estar “un poco más OK”, el silencio en el que se ha sumido a partir de entonces preocupa a sus amigos, que han lanzado una campaña bajo la etiqueta #وين_نوف (dónde está Noof).

Según Rothna Begum, investigadora de derechos de la mujer en Human Rights Watch (HRW), las autoridades cataríes han dado a entender que la joven “no está con su familia, que se encuentra bien y a salvo”, pero pide que aclaren que no se encuentra en un centro de detención. “Seguimos muy preocupados porque no tiene acceso a su teléfono y no se puede comunicar con ella”, declara a EL PAÍS. En su opinión, el caso de Al Maadeed es “representativo de muchas mujeres que afrontan violencia a manos de sus familias o amenazas a su vida”.

También el Gulf Centre for Human Rights (GCHR) ha expresado “gran inquietud sobre la repentina desaparición de la defensora de derechos humanos Noof al Maadeed”. El GCHR ha pedido “al Gobierno de Qatar que facilite pruebas de que la joven está a salvo y que se respetan sus derechos civiles”.

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Desde su llegada al Reino Unido, donde pidió asilo político, Al Maadeed se había convertido en una activista contra la violencia de género y la tutela masculina. Denunciaba como este sistema, vigente en distintos grados en los países de la península Arábiga, frena la independencia de las mujeres al hacerlas depender para sus decisiones (estudiar, trabajar, viajar o casarse) del permiso de un varón. También utilizaba sus redes sociales para ayudar a quienes como ella se sentían atrapadas por las leyes misóginas de sus países, con consejos sobre cómo escapar y solicitar refugio.

¿Por qué decidió entonces regresar? En un vídeo explicó que llevaba una vida normal en el Reino Unido hasta el día en que se sintió una extraña y que quería vivir en su país. También daba a entender que había recibido garantías por parte las autoridades cataríes. El Gobierno de Doha no ha respondido a EL PAÍS sobre este caso.

Amal al Malki, decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad Hamad Khalifa y declarada feminista, dijo a la web Doha News hace una semana que “una fuente fiable” le había asegurado que Al Maadeed se encontraba “bien y en buenas manos”. Sin embargo, ha declinado hablar con este diario. “Prefiere no hacer comentarios en este momento”, asegura su asistente.

HRW publicó la pasada primavera un informe en el que denunciaba el sistema de tutela en Qatar que reduce a las mujeres a eternas menores. Según el estudio, ni siquiera se trata de un cuerpo legal claro, sino de una mezcla de leyes, políticas y usos que contradicen la Ley de Familia (la tutela acaba cuando los cataríes cumplen 18 años) y la Constitución (que establece la igualdad “sin discriminación en razón del sexo”).

Pero en Qatar, como en otros países del Golfo, el enorme desarrollo económico que ha financiado la abundancia de hidrocarburos no se ha traducido en un avance equiparable de la mentalidad. A menudo, cuando las mujeres piden ayuda ante una situación de violencia de género, las autoridades intentan reconciliarlas con sus familias e incluso las obligan a volver a casa, en lugar de facilitarles la posibilidad de vivir por su cuenta. Ni siquiera se libran las mujeres de las casas reales locales, como se ha visto en los casos de Latifa y Haya, una de las hijas y una de las esposas del emir de Dubái.

Al mismo tiempo, el acceso a la educación y a los nuevos medios de comunicación han dado a las mujeres de la zona una ventana al mundo sin precedentes. En los dos años anteriores a la pandemia, un goteo de huidas al extranjero por parte de ciudadanas de esos países pusieron de relieve la gravedad de la situación. Las ONG que las ayudan aseguraban que era solo la punta del iceberg, ya que muchas no logran escapar y la mayoría de las que lo consiguen prefieren guardar silencio.

A pesar de la escasa población autóctona de Qatar (apenas un 15% de sus 2,9 millones de habitantes), dos cataríes hicieron público su caso en 2019. Al Maadeed y Aisha al Qahtani reabrieron un debate que las autoridades habían tratado de silenciar. En agosto de ese año, varias cataríes denunciaron la discriminación de la tutela desde una cuenta anónima de Twitter, al parecer inspiradas por la reforma del vecino Arabia Saudí a su draconiana ley. En menos de 24 horas, la policía de ciberseguridad citó a declarar a una de las responsables y se cerró la cuenta.

Al año siguiente, el Gobierno de Doha suprimió el requisito de que las cataríes presentaran una autorización de su guardián para sacarse el carné de conducir. Sin embargo, HRW ha denunciado que los funcionarios del aeropuerto también empezaron a pedir a algunas mujeres que llamaran a sus tutores para asegurarse de que no se estaban escapando.

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