Sin noticias del lado bueno del Brexit


La libertad solo se conquista para ejercerla. Boris Johnson aún retiene la habilidad para lanzar grandes consignas, aunque la parroquia que las celebra se haya visto reducida. “No podemos decidir de repente que queremos ser libres y renunciar al uso de esa libertad. Mi Gobierno tiene una agenda clara para unir a los ciudadanos, reducir las desigualdades territoriales y extender las oportunidades por todo el país”, explicaba a su periódico aliado, The Daily Telegraph, poco después de cerrar in extremis el acuerdo comercial con la UE.

Las primeras dos semanas del Brexit solo han traído problemas, pero no ha sido el apocalipsis que se llegó a pronosticar a lo largo de años de amargo debate. El hecho mismo de haber logrado evitar una ruptura desordenada de los lazos con la UE, al firmar un tratado de mínimos que evita los aranceles y cuotas y pone las bases de la relación futura, ha eliminado la incertidumbre que mantenía paralizadas a las empresas. Y la crisis del coronavirus -con la hibernación económica que ha supuesto- ha camuflado los primeros efectos del divorcio, que en circunstancias normales habrían sido mucho mayores y más llamativos. Algunas compañías, como la transportista DPD, paralizaron provisionalmente sus envíos por carretera al continente después de comprobar que uno de cada cinco cargamentos era devuelto por no tener los papeles de aduanas en regla. “Ha quedado demostrado que tenemos una carga añadida con este nuevo procedimiento, mucho más complejo, y que necesitaremos información adicional aduanera para que sus paquetes puedan llegar a Europa”, informaba a sus clientes.

Algunos incidentes no han pasado de la anécdota, como el celo de los policías holandeses en requisar a los camioneros procedentes del Reino Unido sus bocadillos de jamón y queso, por no haber pasado el necesario control fitosanitario. O la sorpresa de las compañías británicas de frutas al descubrir que tenían que pagar aranceles extra (100 euros por tonelada) de los plátanos importados de Ghana. “El Acuerdo altera las reglas del juego para el comercio de mercancías y, aunque no impone aranceles, crea un buen número de barreras no arancelarias. Pero esto es normal porque es la consecuencia de abandonar la unión aduanera de la UE y no puede sorprender a nadie. Los exportadores tendrán que adaptarse a los nuevos requisitos, estándares británicos y normas sanitarias y fitosanitarias, y eso exigirá un esfuerzo”, explica Eduardo Barrachina, el presidente de la Cámara de Comercio de España en el Reino Unido.

La HM Revenue & Customs (la Agencia Tributaria británica) ha cifrado en casi 8.000 millones de euros el gasto suplementario que supondrá para la industria rellenar declaraciones de aduanas y cumplimentar nuevas exigencias como la demostración del cumplimiento de las reglas de origen de la mercancía. La mitad del comercio internacional del Reino Unido es con la UE, pero en volumen supone las dos terceras partes. De Asia llegan grandes contenedores; de Europa (en sentido de ida y vuelta), cargamentos medianos que se han visto desbordados con los nuevos trámites.

La mayoría de las sorpresas desagradables surgen con cuentagotas, a medida que los diferentes sectores afectados descubren su nueva realidad. Por ejemplo, las casi 220.000 personas que viven de la actividad generada por músicos o actores británicos han firmado una petición al Gobierno para que negocie con urgencia su libertad de movimiento en territorio europeo. Los 60 días sin visado de los que disfruta cualquier turista no les vale a ellos. Deben realizar un trámite específico para cada país al que acuden a trabajar. Una pesadilla a la hora de plantear una gira artística. “Después de todo lo que ha sufrido este sector en los últimos meses, ¿cómo ha podido ocurrir esto?”, se pregunta Deborah Annetts, la presidenta de ISM, la principal asociación de músicos. “Es urgente que se reconozca plenamente el valor que incorpora la música a nuestras vidas y a nuestra economía”, continúa.

La pandemia, sobre todo las medidas restrictivas que ha supuesto y el declive económico que ha provocado, ha hecho que hasta 1,3 millones de no residentes -en su mayoría, de la UE- hayan decidido regresar a sus países en 2020, según los cálculos del Centro de Excelencia en Estadística Económica (ESCOE, en sus siglas en inglés). Hostelería y universidades se nutrían de esta población, que optó por hacer las maletas. “La opción era permanecer en el Reino Unido, sin trabajo, con poco o nada de dinero, y afrontar unos alquileres caros, o regresar a casa con sus familias, con menor coste y menor riesgos de acabar enfermando de la covid-19. No era una decisión muy complicada”, asegura el informe de la ESCOE. Todas esas personas dejan un hueco que habrá que reparar con urgencia cuando el virus se debilite. Pero para entonces, la libertad de movimientos que garantizaba la UE habrá desaparecido. Deberán hacer frente a la exigencia de visados, permisos de trabajo o matrículas universitarias hasta el doble de caras.

Y luego está la City, como se conoce al centro financiero de Londres. El acuerdo comercial entre el Reino Unido y la UE dejó fuera el sector servicios, que supone el 80% de la economía británica. El Gobierno de Johnson se apresuró a otorgar “equivalencias” (el salvoconducto que reconoce el mismo nivel de exigencia a las leyes de un país tercero que regulan el sector) a las entidades europeas. La Comisión Europea se ha tomado su tiempo. Algunas entidades, como las Cámaras de Compensación (clearance houses), ya funcionan sin problemas, porque determinadas operaciones en euros, por su complejidad y volumen, no tienen otra alternativa que Londres. Pero para muchas otras actividades, las firmas han decidido trasladarse con armas y bagaje a territorio comunitario, como Fráncfort. El ministro británico de Economía, Rishi Sunak, ha anunciado un futuro prometedor para el sector una vez alcanzado el Brexit. La realidad, hasta la fecha, es que más de 8.000 altos directivos ya han abandonado Londres. “Nos hemos embarcado en un nuevo viaje. Vamos a examinar cómo hacer de la City el lugar más atractivo en el que operar para nuevas compañías de todo el mundo”, anunciaba Sunak.

La estrategia futura de Johnson es una incógnita. Sus esfuerzos se centran en combatir los estragos de la pandemia, pero pocos analistas dudan de que, en cuanto le sea posible, comenzará a tentar los puntos débiles del acuerdo comercial para extraer ventaja de la desvinculación del Reino Unido con la normativa comunitaria. El periódico Financial Times revelaba el viernes que Downing Street ya había avanzado a los empresarios su intención de flexibilizar aún más el mercado laboral, y deshacerse de la norma general de 48 horas de trabajo a la semana. El Gobierno de Johnson se ha apresurado a desmentir la información, pero a nadie ha sorprendido el supuesto movimiento de un mercado ya de por sí más desregulado que el comunitario. Se puede hacer más competitivo el mercado laboral sector a sector, sin renunciar aparentemente al compromiso general. Como se puede cumplir con los compromisos del Tratado de París sobre Cambio Climático sin necesidad de atarse a la inversión en renovables, y apostar con más fuerzas por las nucleares. “Ahora solo depende de nosotros aprovechar las nuevas oportunidades”, ha proclamado Johnson. Mientras comiencen a demostrarse, el Gobierno británico se esforzará en disimular en la medida de lo posible “los baches” que surjan en los primeros pasos del Brexit.


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