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‘Sin tiempo para morir’: Daniel Craig, el James Bond que echaremos de menos

Sin tiempo para morir cierra uno de los mejores ciclos cinematográficos de 007, cinco películas que han valido para reencontrarse en el siglo XXI con un agente secreto nacido en la Guerra Fría. Cuando hace 15 años Daniel Craig tomó el relevo, pocos apostaban a que el actor británico acabaría apoderándose de tal manera del personaje. Craig le aportó una intensidad erótica y emocional que quedó fijada en Casino Royale, una de las mejores películas de la larga franquicia y la mejor de las cinco interpretadas por un actor capaz de refundar al personaje como un hombre torturado y amargo, un tipo de gesto contrariado, gélido por pura prevención.

Casino Royale escondía una película de amor trágico en la que la mujer interpretada por Eva Green (Vesper) resultó otro acierto que perdura y al que en este capítulo final se le sigue sacando partido. En la secuencia más carnal de aquel filme, los dos permanecían vestidos y sin mirarse, sentados y abrazados bajo el chorro de una ducha. Bond se enamoraba de una mujer superior a él en belleza, clase e inteligencia. El famoso plano del actor saliendo del agua en bañador luciendo torso y unos ojos azules a juego con el turquesa del mar supuso el bautismo de un nuevo 007 en el que el objeto sexual era él y solo él. Un hombre de belleza tosca, en cuya primera presentación al público no aparecía conduciendo un impoluto Aston Martin sino un sucio bulldozer y que, en otro momento, cuando le confundían con un aparcacoches, sacaba a relucir con arrogancia su conciencia de clase. Una fuerza bruta cabreada que se paseaba por el mundo cargando con su enorme ego, pero que, a la hora de la verdad, poseía un corazón de cristal.

Todo eso está en Sin tiempo para morir. De hecho es la base de esta última entrega en la que Léa Seydoux (Madeleine) prolonga el arquetipo fijado por Green-Vesper de mujer enamorada aunque amenazante para la coraza del impertérrito Bond. En un guiño explícito al embrión del personaje, el agente es un hombre ya maduro retirado en Jamaica, la isla caribeña en la que Ian Fleming concibió sus novelas. La película, dirigida por el californiano Cary Joji Fukunaga, incide en la necesidad de Bond de pasar página y dejar atrás el pasado, pero lo hace apelando a la ligereza y el humor que siempre estuvo en su esencia y que en los últimos tiempos se había arrinconado para dar paso a un modelo de película de acción más oscura y enrevesada.

El pulso entre pasado y futuro marca el paso de este nuevo, trepidante y bien orquestado homenaje al personaje. Sin tiempo para morir es una película de acción clásica que circula a la velocidad de una autopista, y que además abre una serie de carreteras secundarias por las que tantear una salida de futuro: ¿Una 007 mujer? ¿Un Bond negro? ¿Un 007 que explote con gracia la crisis de la masculinidad?

Mientras tanto, en su ocaso, el último Bond no renuncia a la grandeza de su trono y, como Tarzán, salta de rama en rama de Italia a Jamaica, de Jamaica a Cuba, de Cuba a Londres y de Londres a Noruega. Un despliegue generoso en referencias a sus predecesores, del Aston Martin V8 Vantage de los ochenta de Timothy Dalton al famoso DB5 de los sesenta de Sean Connery; y a lo grande, con secuencias tan espectaculares como la persecución motorizada que abre el filme o personajes tan deliciosos como el que interpreta Ana de Armas, cuyo episodio en Cuba es de lo mejor del filme y sabe a poco. Sin tiempo para morir se despide por todo lo alto de su héroe, tanto, que cae en un final algo impropio de una saga siempre abierta a nuevas oportunidades. Lo que sí queda claro es que echaremos de menos a Daniel Craig y su manera de convertir el exceso de testosterona en el ingrediente más humano de James Bond.


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