Casi 12 años de guerra civil han dejado en el noroeste de Siria, la zona del país más afectada por el terremoto de este lunes con epicentro en Turquía, tres escenarios terribles para un temblor de tierra: edificios debilitados por los bombardeos; servicios médicos endebles, con hospitales dañados y falta de médicos; y una economía en harapos. El desastre natural profundiza el drama generado ya por las armas, que han dejado alrededor de medio millón de muertos y 6,6 millones de refugiados. A la espera de que continúe el recuento de víctimas, el terremoto deja un balance de 1.300 muertos: 570 en las zonas que controla el Gobierno de Damasco y más de 700 en el territorio en manos de las fuerzas opositoras al régimen de Bachar el Asad, según información de los Cascos Blancos (la Defensa Civil Siria).
Desde 2019, Siria acumula aún más tragedias. Primero, su economía se vio salpicada por el desplome libanés, uno de los tres más graves desde mediados del siglo XIX, según el Banco Mundial. Luego vino la covid y, finalmente, el cólera.
“El terremoto va a agravar una situación ya de por sí dramática; con una tasa de pobreza del 80%, un desempleo elevadísimo; una inflación que no deja de crecer sobre todo en los productos de la cesta cotidiana, ya que parte del trigo procedía de Rusia y Ucrania; y una moneda que casi ha perdido ya el 80% de su valor”, asegura por teléfono Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Complutense de Madrid, y especialista en el conflicto, sobre el que ha publicado recientemente Siria: la década negra (2011-2021).
Vista aérea de la ciudad siria de Besnia, este lunes tras el seísmo. MUHAMMAD HAJ KADOUR (AFP)
Aunque por motivos distintos, algunas imágenes de este lunes eran ya familiares para muchos sirios: la búsqueda desesperada de desaparecidos entre los escombros, los cadáveres en bolsas negras, los tanques de agua dañados, las cicatrices en los edificios… La Defensa Civil Siria, más conocida como los Cascos Blancos, ha señalado que las fuertes lluvias y la nieve, que han motivado el cierre de algunas carreteras, están impidiendo a algunos de sus equipos llegar a los lugares en los que se precisa la ayuda.
El terremoto ha afectado tanto a zonas controladas por el Gobierno de El Asad como a las áreas rebeldes, desde el último reducto yihadista hasta las fuerzas apoyadas por Ankara, en un conflicto profundamente internacionalizado. De los 4,6 millones de personas que viven en el noroeste de Siria, el 90% necesita ayuda humanitaria. Allí, donde 2,9 millones son desplazados, 1,8 millones de ellos vive en alguno de los 1.400 campamentos de desplazados, asentamientos informales, o simplemente edificios abandonados por los bombardeos efectuados por las fuerzas leales a Damasco o de su aliada Rusia. Es una especie de reducto rebelde en el que han acabado concentrados a raíz del empuje de las fuerzas regulares desde que Moscú entró en el conflicto y cambió su curso. Los yihadistas de Hayat Tahrir Al Sham controlan la provincia de Idlib. Otras partes del norte también afectadas están en manos de Turquía, y de las milicias que apoya, o de los kurdos.
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Aunque tanto la zona gubernamental como la rebelde se han visto afectadas por el terremoto, el día después pinta bastante más negro para la opositora, cuyos grandes valedores son Turquía y Qatar. El país vecino estará previsiblemente más preocupado en curar sus propias heridas. Además, las ONG y los organismos internacionales tendrán complicado introducir ayuda por el único sitio posible: Bab Al Hawa. Es el único paso fronterizo por el que Naciones Unidas puede hacerlo sin necesidad de pedir la aprobación previa de Damasco. Naciones Unidas calcula que cerca de 2,5 millones de personas dependen de la ayuda que lleva a través de ese único cordón umbilical. Además, ha resultado dañado en el terremoto. Tras el desastre, Amnistía Internacional ha pedido a El Asad que permita que la ayuda humanitaria llegue a todas las zonas del país “sin restricciones”. Así lo ha demandado, a través de un comunicado, la directora adjunta de la ONG para Oriente Medio y el norte de África, Aya Majzoub.
El pasado enero, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó prorrogar seis meses su apertura. Rusia lo permitió a regañadientes. Desde 2019, critica el arreglo al considerar que la ONU debería vehicular la ayuda a través del Gobierno de El Asad. Hubo suspiros de relajación tras la votación, ya que era particularmente sensible por producirse en medio de la guerra de Ucrania. Rusia tenía esta vez pocos alicientes para hacer un gesto a Occidente y se temía que utilizase su asiento permanente en el Consejo para vetarla.
También tras el terremoto parece reproducirse el esquema de alianzas de la guerra siria. Rusia, Emiratos Árabes Unidos y Argelia ya han anunciado que enviarán apoyo humanitario al Gobierno de Damasco. “Aunque las comunicaciones sean muy complicadas en la zona afectada de Turquía, también por el temporal invernal, es bastante más factible que llegue allí la ayuda a que lo haga a las zonas rebeldes de Idlib, que sufre un bloqueo por parte del régimen, que no lo va a levantar por esta circunstancia”, señala Álvarez-Ossorio
Las condiciones de vida en Idlib han mejorado desde 2020, cuando Moscú y Ankara iniciaron un alto el fuego de facto, pero existe el riesgo de que el terremoto genere una nueva oleada de refugiados hacia Turquía, que pretende justo lo contrario: que regresen los 3,7 millones que alberga. Los refugiados sirios allí están cada vez más presionados a regresar a su país y que Turquía celebre elecciones el próximo junio no ha ayudado a suavizar el discurso sobre ellos.
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