Sobre los pronósticos


Cualquier forma de análisis está sujeta al sesgo cognitivo, el mío incluido. Los analistas que más aciertan son los que son conscientes de ello. La semana pasada escribí sobre una forma particular de sesgo, el llamado sesgo del modelo. Cuando se tiene un modelo matemático, por ejemplo, de la propagación de una pandemia, uno puede sentirse tentado de tomarse más en serio la simulación que la realidad que intenta explicar.

Hay muchos sesgos cognitivos. En el caso de los analistas políticos, con el que tienen que tener cuidado es con el sesgo retrospectivo, o el “yo ya lo sabía”. La mente humana no está bien equipada para lidiar con la incertidumbre radical, aquella que no está sujeta a ninguna distribución de probabilidad. Cuando alguien te dé porcentajes de probabilidades sobre futuros sucesos políticos, mi consejo es que te alejes. La victoria de Olaf Scholz en las elecciones alemanas era imprevisible en marzo o abril. La apuesta del socialdemócrata era que, una vez que la ciudadanía alemana conociera a todos los candidatos, lo elegiría a él, el experimentado ministro de Finanzas. La apuesta dio en el clavo. Pero en aquel entonces era imposible saber que Annalena Baerbock, la colíder de los Verdes, iba a implosionar debido a un escándalo de plagio. Y, desde luego, no había forma de prever que Armin Laschet, el líder de la CDU, iba a reírse en una reunión con las víctimas de las inundaciones. El hecho de que la apuesta de Scholz diera en el clavo no significa que tuviera que dar necesariamente. Si hubiese fallado, el analista sometido al sesgo retrospectivo nos habría dicho que era absurdo pensar que pudiera acertar. Hace algún tiempo llegué a la conclusión de que la mejor manera de ver el futuro es a través de los escenarios y los acontecimientos que pueden actuar como detonantes. Pero esto no puede traducirse en probabilidades.

¿Qué es lo que sabemos, entonces? Antes de las elecciones alemanas observamos una prolongada tendencia a la baja en el voto del SPD. Al principio de la campaña, los sondeos daban al partido socialdemócrata tan solo un 14%. A lo largo de la carrera electoral, Scholz ganó unos 10 puntos. Lo mismo pasó con Gerhard Schröder en las campañas de 2002 y 2005, cuando el SPD parecía un probable perdedor. Entonces y ahora, hay un sector inestable del electorado alemán que cambia de opinión durante la campaña. Por lo general, suele girar en bloque. Este bloque favorecía a Baerbock en abril, a Laschet en junio, y viró hacia Scholz en agosto. El apoyo sigue manteniéndose. Pero podría decantarse por Markus Söder en 2025. O no.

También sabemos que la única tendencia constante en la política europea es la fragmentación. Actualmente, los partidos políticos con mejores resultados obtienen entre un 20% y un 25%, y no el 40%-45% que obtenían antes. Hoy en día hay seis partidos representados en el Parlamento alemán. Por primera vez, Alemania tendrá una coalición tripartita. En Holanda, la tendencia a la fragmentación está más avanzada. Allí hay 17 formaciones políticas con representación parlamentaria. Para formar una coalición hacen falta cuatro. Es verdad que un porcentaje abrumador quiere ver a Scholz como canciller, pero solo el 25% votó al SPD.

Los sesgos cognitivos no existen de manera aislada. Si al sesgo retrospectivo se le añade la falacia de composición, se convertirá la victoria de Scholz en un renacimiento socialdemócrata en Europa. Los líderes de España, Portugal y todos los países nórdicos son socialdemócratas. Con Scholz en la cancillería, la suya será la fuerza más potente de Europa. Puede percibirse una tendencia, tal vez una tendencia secular. Ojo. Las elecciones son juegos de suma cero. Un trasvase del 0,9% habría dado la vuelta a los resultados. Las victorias ajustadas, como la de Donald Trump en 2016, el referéndum del Brexit o el mismo triunfo de Scholz son importantes, pero casi nunca constituyen el comienzo de una tendencia.

¿Dónde deja todo esto a los observadores políticos? La mayoría seguirá haciendo lo mismo: extrapolar las encuestas y contar historias. Los analistas inteligentes darán un paso atrás, en el espíritu de aquel autor que reconocía que estaba “confuso como siempre, pero… confuso a un nivel superior y en relación con cosas más importantes”.

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