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Si se pasea usted por internet con el navegador abarrotado de páginas abiertas en diferentes pestañas, no está solo. Este modelo de navegación comenzó a introducirse hace más de 20 años para permitir una gestión más flexible de las consultas. Pero no ha cambiado mucho desde entonces. “En aquel momento, internet era del tamaño de Madrid, ahora tiene diez veces el tamaño de la tierra. Y seguimos utilizando las mismas herramientas”, razona Aniket Kittur, investigador del Instituto de Interacción Humano-Máquina de Carnegie Mellon University. El coste de lanzarnos a esta inmensidad en un barquito de cáscara de nuez es que no damos abasto.
No solo estamos manejando una cantidad de información y servicios incomparablemente mayor. Ahora también desempeñamos muchas más tareas en paralelo: chateamos, compramos, leemos, escribimos, jugamos… Empezamos por abrir una pestaña para el correo electrónico, desplegamos otra para alguna aplicación de mensajería instantánea, una más para las búsquedas, quizás otro par con YouTube, Spotify o alguna red social; y nada más empezar ya tenemos cinco páginas en segundo plano. “En los móviles el reto es el mismo, pero con frecuencia mucho peor. Es mucho más difícil cambiar entre pestañas o tomar notas”, añade Kittur.
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Según Quelic Berga, profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC, una parte del problema está en nosotros mismos. “Tiene que ver con nuestros tiempos y nuestra naturaleza humana. Marissa Meyer, responsable de algunos de los éxitos de experiencia de usuario de Google entre 1999 y 2012, dejó claro que somos capaces de recordar bien tres cosas, algunos podemos alcanzar a recordar cinco y poquísimas personas llegan a más de siete. Aceptando eso, es evidente que no es aconsejable abrir más de cinco pestañas, pero si eso se cumpliese este artículo no habría llamado la atención de nadie”.
Abrir más páginas de las que podemos gestionar de forma efectiva provoca dificultades para encontrar la información, distracciones y mermas de la productividad que a su vez producen estrés en el usuario. Si alguna vez ha sentido algo parecido, estaba sufriendo el fenómeno conocido como sobrecarga de pestañas. “El usuario se siente abrumado y estresado, y toma peores decisiones porque no puede encontrar sentido a todo lo que está viendo”, explica Kittur.
Los usuarios más expuestos a sufrir las consecuencias de la sobrecarga de pestaña son aquellos trabajan con el conocimiento: analistas, investigadores, programadores… “Cualquier persona que a menudo haga malabares con media docena de proyectos entre los que va moviéndose día a día”, precisa el investigador. Además, este estilo de navegación se contagia del entorno laboral al personal: también abrimos decenas de pestañas cuando estamos buscando información para hacer reformas en casa o planeando las vacaciones.
¿Por qué nos cuesta tanto cerrar una página antes de abrir la siguiente? Kittur y su equipo han identificado un duelo de fuerzas opuestas. Por un, lado los límites de nuestra atención, el espacio de la pantalla y la potencia de nuestros dispositivos se unen a la presión social para ser organizados en un cóctel de razones de peso por las que deberíamos desprendernos de tantas pestañas como fuera posible.
Por otro, sentimos la necesidad de dejarlas abiertas porque queremos que sean un recordatorio, una tarea para más tarde o una referencia que queremos volver a consultar; y también nos empujan a caos las aspiraciones de procesar más información de la que somos capaces de asumir, las dudas sobre si algunos contenidos son relevantes o no, y la intención de construir un modelo de lo que está ocurriendo en nuestra mente a base la combinación de pestañas, ventanas e incluso pantallas. “El hecho de saber que podemos abrir infinitas ventanas sin que eso afecte demasiado nuestra experiencia de navegación desata la gula y el deseo de no perder nada”, resume Berga.
En opinión del Kittur, las propuestas que han ido surgiendo, con plataformas como Pocket para guardar contenidos para más tarde, o la posibilidad de agrupar pestañas en Google Chrome no alcanzan a solucionar todas las vertientes del problema. En su grupo de investigación llevan años intentando superar las limitaciones del navegador basado en el sistema de pestañas infinitas. “Hay como mil cosas que hemos probado que de entrada parecían una buena idea y luego resultaron insuficientes”, admite.
Lo más complicado, explica, es conseguir una herramienta que nos permita organizar los contenidos en torno a cada tarea y pasar con facilidad de una a otra. Además, considera necesario que el navegador implemente la posibilidad de que los usuarios construyan (e incluso compartan) sus propios modelos mentales combinando las partes que les interesen de las páginas visitadas sin verse obligados a copiar y pegar pedazos en un documento aparte. “Ahora estamos en fase de beta cerrada con una extensión de navegador llamada Skeema que intenta hacer esas dos cosas”, comenta. “Lo que estamos intentando es crear sistemas que se ajusten al modo en que funciona la mente humana”.
Interfaz de Skeema
En cualquier caso, tanto él como Berga coinciden en que el reinado de las pestañas aún se prevé largo, al menos, en lo que a los principales navegadores se refiere. Cambiar un sistema que lleva dos décadas echando raíces en nuestras costumbres las costumbres de cientos de millones de usuarios es arriesgado. “Hay una enorme presión por parte de Google, Apple y Microsoft para conseguir que sean sus navegadores los predeterminados. La innovación queda a menudo delimitada por esta batalla”, señala el profesor de la UOC.
Mientras llega el modelo que nos permita dejar atrás las pestañas y consiga hacerse hueco en las plataformas dominantes, Berga nos anima a tomar el control de “la batalla que se libra diariamente en nuestros escritorios” y buscar un equilibrio entre nuestra capacidad de organizarnos y la de gestionar la información, entre los intensos flujos de páginas que visitamos y la capacidad del diseño para ayudarnos a gestionarlos.
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