Una mujer camina por la calle en Nizag, Chimborazo (Ecuador).Roberto Machado Noa (Getty Images)
Patricia Decker cuenta unas monedas que sacó del bolsillo para comprar aceite y preparar el almuerzo. Es todo su presupuesto. Hay pollo, que ha logrado comprar este mes, aunque por lo general la dieta en su casa consiste en arroz, huevo y, en el mejor de los casos, sardina o atún, lo que alcance para comprar con 2,74 dólares de media al día. No tiene un trabajo constante, por lo que su único presupuesto son 82 dólares que recibe del bono que le da el Gobierno ecuatoriano a las mujeres en situación de pobreza, que varía entre 50 a 240 dólares, según el nivel de vulnerabilidad en el que son catalogadas.
El dinero debe alcanzar para mantener a tres de sus cinco hijos, que viven con ella en una vivienda en Monte Sinaí, uno de los barrios deprimidos de Guayaquil. Logró levantar un pequeño espacio con un préstamo de 200 dólares. El pago de las cuotas también salió del bono. Es una habitación de paredes de caña, techo de zinc y el piso tiene una parte de tierra y otra de cemento que ella misma embarró, dice con orgullo. Ese cuarto fue una victoria tras separarse de su pareja, después de 15 años de golpes y adicciones. Viven hacinados y con necesidades porque “él muy rara vez manda algo para los niños”, pero Patricia prefiere estar tranquila
La mayor parte del tiempo, la familia sobrevive con 82 dólares. “No sé cómo hago milagros con ese dinero, hasta yo misma me asombro”, dice la madre. Pero ese milagro en realidad significa sacrificios. “A veces no hay para la merienda, así que procuro darles el almuerzo un poco más tarde para que no sientan mucha hambre o les doy una colada”, que es una bebida de avena y agua que en el mejor de los casos tiene naranjilla.
Tampoco le alcanza para enviar a los tres niños a la escuela, por lo que ha tenido que elegir y solo envía a los gemelos de 15 años, que están en el bachillerato. La niña de 10 años se queda en casa. “No me alcanza para enviarla a ella, aunque sea una escuela pública, piden cosas o no tengo para el pasaje de bus de los tres”, dice.
Como Patricia, casi 1,5 millones ecuatorianos reciben algún tipo de ayuda estatal a través de bonos, una cifra que está lejos de cubrir a los 5,9 millones de personas que viven en condición de pobreza o pobreza extrema en el país, según los últimos datos del Instituto de Estadística y Censos, INEC, que reportó que el 25,2% de la población urbana es pobre, y el 8,2% vive en extrema pobreza. La data es casi dos puntos menos que en el 2021, pero el INEC especifica que no es una reducción significativa. Aún así el presidente Guillermo Lasso celebró “la reducción importante en los índices de pobreza y desigualdad”.
El INEC establece que una persona es pobre por ingresos calculando el costo de los productos básicos y cuando lo que percibe mensualmente son 88,72 dólares mensuales. Y es extremadamente pobre cuando los ingresos son 50 dólares. Bajo este concepto, Patricia y su familia son pobres. Otra forma de medición del INEC es por “necesidades básicas insatisfechas”, donde se evalúa la calidad de la vivienda, hacinamiento, acceso a servicios básicos, acceso a educación y capacidad económica, bajo este parámetro la pobreza a nivel nacional aumenta a 31,4%.
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Yasmin Salazar, docente de Economía de la Escuela Politécnica Nacional, dice que lo preocupante es que “no existe un plan serio de combate a la pobreza, porque entregar bonos no lo es”. Explica que la suma del bono y de los precarios salarios que percibe una familia no atacan todas las aristas que involucran la pobreza, como la falta de acceso a tratamientos médicos, tener una vivienda con servicios básicos, escolarizar a los niños o la desnutrición.
El índice de desnutrición es un termómetro que mide el impacto de la pobreza en Ecuador, que es el segundo más alto de la región, solo por detrás de Guatemala. En el país uno de cada cuatro menores de cinco años sufre desnutrición crónica según Unicef, y aunque el Gobierno ha dicho que esta es su principal preocupación, la curva de desnutrición infantil casi no se ha movido y las condiciones para acceder a alimentos son cada vez más difíciles para las familias como la de María, que tiene discapacidad, al igual que sus dos hijos menores.
María va a la escuela en el sector de Socio Vivienda a recoger a sus hijos un poco más temprano del horario de salida para hablar con la profesora y pedirle cinco dólares. “No tengo nada para darle de comer a los niños, hoy solo pude darles un pan en el desayuno”, cuenta. Sobrevive con los 55 dólares del bono; es decir, 1,83 dólares diarios, pasó la línea de medición de la pobreza de 50 dólares para ser considerada por el Gobierno como extremadamente pobre, y no hay ninguna protección para asegurarle la alimentación. “Le devolveré los cinco dólares a la profesora cuando me paguen el bono, ella siempre me ayuda” añade. Falta una semana para eso.
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