El sueño de vivir y trabajar en Nairobi, la capital de Kenia, es inalcanzable para la mayoría de sus cinco millones de habitantes (registrados) y los miles que llegan a diario desde zonas rurales. Conlleva mucho sufrimiento. La escasa remuneración, la falta de aptitudes que den acceso a un empleo digno y/o el gran número de familiares dependientes obliga a muchos pobladores de Nairobi a buscar alojamientos baratos en los más de 40 suburbios de la ciudad. Vivir en estos barrios significa residir en una casa pequeña, sin desagües, con la electricidad obtenida de manera ilícita, con unos servicios de agua deficientes… En una chabola. Y con tan poca seguridad y tal grado de inactividad u ociosidad que las malas compañías y la drogadicción triunfan. Solo la esperanza de un futuro mejor, muy lejos de estas zonas casi siempre degradantes, es el único motor para salir adelante. Muy pocas veces consiguen salir de allí. Así viven Douglas, Ezekiel, Nyambura y Nancy.
Douglas Irungu
“Mukuru es mi hogar. Me encanta estar aquí, aunque muchos jóvenes han sido asesinados por tema de drogas”. Hablamos con Douglas Irungu, de 30 años, que nació y creció en el pueblo de Lunga Lunga, en el suburbio de Mukuru. Este padre de familia trabaja con la comunidad, entrenando a jóvenes en acrobacia. Se considera un artista. “Es para darles un propósito y ayudarles a obtener ingresos. Es mi manera de devolver algo a mi comunidad”, explica.
Irungu ha estado esforzándose en construir un gimnasio al aire libre adecuado para entrenar a sus alumnos. El espacio de entrenamiento improvisado de ahora provoca lesiones que impiden la asistencia. Ha actuado en China, Dubái y España. Los precios de sus espectáculos varían en función del lugar; en los suburbios suele cobrar muy poco y, a veces, él y su grupo incluso actúan gratis. “Las clases que imparto a los jóvenes son sin coste, aunque en alguna ocasión sus padres me ofrecen un regalo de agradecimiento que siempre estoy encantado de recibir”, comenta.
Lo inconveniente de criar a sus hijos en el suburbio de Mukuru, porque las drogas y la delincuencia relacionadas con las bandas están siempre al acecho, es un tema importante para él. Y narra cómo el 20 de abril de 2016, el diario Nairobi News informó de una protesta callejera que organizaron los jóvenes de la barriada Mukuru Kwa Reuben tras el asesinato a sangre fría de ocho jóvenes. Se sospechaba que utilizaban pistolas y armas rudimentarias para robar en la zona industrial.
“Aunque estoy preocupado de que alguien intente influir en mi hijo para que se una a una banda, por el momento no tengo pensado abandonar Mukuru, pero lo haré en el futuro. Quiero lo mejor para mi familia, así que estoy ahorrando”, cuenta Douglas.
Este suburbio acoge a más de 400.000 residentes. Mukuru es una palabra kikuyu que significa valle o cantera. Tiene aproximadamente 30 pueblos y abarca más de 260 hectáreas. Según un informe de 2017 sobre la situación en este asentamiento, los principales pueblos de la barriada son Mukuru Kwa Njenga, Mukuru Kwa Reuben, Viwadani —una palabra swahili que significa “área industrial”—, Mukuru Kayaba, Fuata Nyayo, y Mariguini. Está rodeado por un cinturón industrial de centros de fabricación y distribución, una línea de ferrocarril que separa este y oeste, y el río Ngong, que atraviesa Mukuru Kayaba y Mukuru Kwa Njenga; se encuentra a siete kilómetros al sureste de la zona del distrito comercial del centro de la ciudad.
Ezekiel Masau
Ezekiel Masau es padre de tres hijos y trabaja ocasionalmente en la zona industrial. Se mudó a Mukuru en 2017, cuando cerró la empresa para la que trabajaba. “No tenía ninguna gana de vivir aquí, pero está cerca de mi trabajo nuevo a poca distancia a pie. Mi salario también fue un factor determinante para venir. Gano una media de 15.000 chelines (unos 115 euros), que es muy poco”, explica Masau.
Según él, vivir en los suburbios es duro: las viviendas están en malas condiciones, no existe sistema de alcantarillado y hay pobreza por todas partes. Espera poder regresar a su pueblo en Makueni en el futuro y ser agricultor. “Nadie elige vivir en los suburbios. Son las circunstancias las que te obligan a ello”. Y añade: “Por ahora no me puedo permitir mudarme, porque mi primer hijo está en la universidad, el segundo en el instituto y el último en la escuela primaria”.
Nyambura Wakiri
Wakiri se mudó hace diez años desde el oeste de Kenia para vivir con su marido en Nairobi y acabó en el suburbio de Kibera. Madre de una hija y un hijo, regenta allí una pequeña tienda, porque ser ama de casa no lo contemplaba como opción. “No he intentado conseguir un empleo porque valoro mi libertad. Además, hace tiempo que estoy enferma [no quiere desvelar su mal, pero sida y tuberculosis u otras enfermedades pulmonares abundan en la zona] y no creo que ningún empresario me mantenga contratada durante mucho tiempo, porque no me dejarían coger a menudo bajas por enfermedad”, explica Wakiri.
Vivir en este barrio chabolista no fue su decisión, pero la renta familiar solo permite acceder a una vivienda en este tipo de barrios. Su hija mayor vive con sus abuelos en el pueblo, porque a ella le quita el sueño el abuso de drogas cada vez más extendido en Kibera. “Por muy intranquilos que estemos, no nos podemos permitir mudarnos ahora, así que hago lo que puedo para mantener a mi hija adolescente lejos de este entorno. Está mucho más segura en el pueblo con sus abuelos. Mi hijo tiene solo cuatro años, y para cuando sea un adolescente estoy segura de que nos habremos mudado”, sostiene.
Ocupada en un principio por nubios de la frontera entre Kenia y Sudán, el nombre de Kibera proviene de la lengua nubia y significa bosque o selva. Este barrio chabolista está a siete kilómetros al suroeste de Nairobi y alberga entre 500.000 y un millón de residentes (no hay censo). El asentamiento tiene 12 pueblos que suenan míticos: Gatwekera, Soweto, Makina, Kisumu Ndogo, Kichinjio, Laini Saba, Silanga, Lindi, Kianda, Mashimoni, Raila y Kambi Muru.
Esta tendera ahorra 150 chelines (1,17 euros) para su plan de volver a su aldea y montar un negocio allí. “Me gustaría que ahorrásemos más, pero apenas ganamos lo suficiente para cubrir nuestros gastos. Cada mes gastamos 4.000 chelines (31,14 euros) en mi medicación, lo que supone un esfuerzo considerable”, añade.
Nancy Gakii
En 1995, Nancy Gakii se mudó de Meru a Kibera, en Nairobi, con la esperanza de encontrar un empleo. Es madre de cinco hijos y encontró trabajo como camarera en el suburbio. Dos meses después lo dejó para trabajar en un puesto de comida y luego dejó este trabajo para montar un negocio de ropa de segunda mano. “Empecé con un capital de 8.000 chelines (unos 60 euros). Hace un tiempo, esa cantidad era mucho dinero. En mi familia todos son empresarios, y supongo que por eso me costaba tanto mantener un empleo”, explica.
Criar a sus cinco hijos en Kibera no es cuestión fácil para ella, pero por ahora no tiene posibilidad de irse a ninguna otra parte. “Veo que los jóvenes de aquí abusan de las drogas, y que a la larga esto deriva en delincuencia, pero lo único que puedo hacer es esperar lo mejor para mis hijos. Todas las madres quieren que sus retoños estén a salvo, pero no hay un lugar mágico donde esconderlos. Lo único que hay que hacer es estar pendiente de ellos”, sostiene.
A ella le gustaría comprar un terreno en Mwea, en el condado de Kirinyaga, y dedicarse al cultivo de arroz, pero ahorrar el capital suficiente para comprarlo es muy difícil. Tiene que criar a cinco niños sola. “Hasta ahora he ahorrado 4.000 chelines (31,14 euros) y estoy segura de que se gastarán pronto en su educación. El primero de ellos ha logrado llegar a la universidad. Todo lo que puedo esperar ahora es que mi amigo que vive en Mwea me consiga un trabajo como cuidadora en la granja”, concluye. Con eso sueña.
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