Vinilos en la tienda Phonica, situada en el Soho londinense.Sam Mellish (In Pictures via Getty Images)
Repaso el informe 2021 de MRC Data, tal vez el más fiable de los resúmenes del negocio musical, un estudio hecho en Estados Unidos pero —con las lógicas precauciones— transferible al resto del mundo. Las grandes noticias de la industria son maravillosamente contradictorias. En contra de la lógica económica y la conciencia ecológica, se implanta el formato vintage (disco de vinilo) sobre un soporte más barato y tecnológicamente superior (el CD). Junto a esta querencia por lo físico, crecen en usuarios las plataformas de música en streaming, consecuencia —se supone— del confinamiento y el teletrabajo.
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Es lo que proclaman las partes interesadas. Que, sin embargo, se callan el dato que rompe los esquemas: que el 70% de la música consumida el pasado año pertenece a lo que se conoce como “catálogo”. En el argot de la industria estadounidense, música con 18 o más meses de vida, lo que abarca desde Sinatra a One Direction. “Música viejuna”, que dirían nuestros humoristas de guardia.
Una de las consecuencias de la irrupción del MP3 en internet fue que, de repente, prácticamente toda la música de la segunda mitad del siglo XX estaba disponible y a coste cero. Fueron muchos los músicos defensores del gratis total que tardaron en descubrir que ya no solo competían con sus coetáneos: estaban rivalizando con toda la historia del rock, con artistas vivos o muertos pero ya canonizados por los boomers y la generación X. La música del pasado es hoy la música del presente y, según los analistas de los fondos de inversión, también será la música del futuro.
No se confundan: eso no equivale a que el rock esté triunfando hoy sobre, digamos, el trap. En el informe de fin de año de MRC Data, los listados de álbumes más vendidos en 2021 revelan que Queen se codea con Bad Bunny, que Taylor Swift se mide con Creedence Clearwater Revival, que lo nuevo de Adele solo despacha un 50% de copias físicas más que Abbey Road, que está en el mercado desde 1969. Se confirma la revalorización de los cancioneros añejos, lo que explica que las superestrellas estén vendiendo sus derechos editoriales por unas cantidades asombrosas.
Más extraordinario aún: el dato de que solo un 30% de lo consumido sea música actual. Un porcentaje que va decreciendo año a año y que resulta poco menos que penoso, ya que las discográficas dedican esencialmente todos sus recursos de mercadotecnia y promoción a los artistas millennials o pertenecientes a la generación Z. Además, las disqueras disponen de instrumentos para seguir al momento su impacto en redes sociales y las plataformas pertinentes. Y, aun así, su reinado es breve…
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Abundan las excusas, aunque no sean totalmente convincentes. Los disqueros se quejan de que las radiofórmulas ya no hacen éxitos: se limitan a ratificar lo que funciona en YouTube, TikTok o Spotify. La radio comercial ha renunciado a las audacias y su programación parece fruto de algoritmos que terminan por aburrir (no ayuda, cierto, que muchos de sus locutores carezcan de discurso o de una personalidad discernible).
En realidad, los éxitos hoy pueden surgir fuera de los designios de las disqueras, vía publicidad, series, bandas sonoras, videojuegos. Lo saben esos inversores que apuestan miles de millones de dólares en la compra de derechos editoriales: una canción “de catálogo” viene cargada de resonancias históricas y además puede sonar fresca a oídos vírgenes.
Quizás el problema resida en nuestros planteamientos binarios. En la vida real, no se elige entre vinilo o CD: se usan ambos soportes y, naturalmente, el streaming. Tampoco se opta entre música a la última o música histórica: hay hueco para ambas. Con la excepción de esos ejércitos de fans que se confabulan para hacer trending topic cualquier lanzamiento o fecha señalada de sus favoritos. Tranquilos: es un síndrome que se supera en pocos años, cuando pasen a sumergirse en (perdón) “la música de catálogo”.
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