Por Jesús Peña/ Fotografía: Héctor García
Vanguardia/ Hub de Periodismo de Investigación de la Frontera Norte
A sus 10 años, Analy era una niña “normal”. Así la describe su familia. Obediente y con buenas notas en la escuela. Le gustaba jugar a las muñecas y saltar la cuerda. Y se le iluminaba la cara al bañar a los perros y fotografiarse con ellos. Era, dicen, una pequeña generosa con su amigos y amigas.
La historia de su familia es un eco que se replicó en Coahuila. Hace más de una década emigraron a Ciudad Acuña en la Colonia Altos de Santa Teresa y dejaron San Pedro de las Colonias cuando la delincuencia se apoderó de las calles y el trabajo se acabó.
Todavía en la víspera de la Navidad de 2018, Analy, quien vivía con sus papás y hermanos, contaba los días para ir a pasar las fiestas a San Pedro con sus abuelos y primos. Por eso sus padres no se explican por qué Analy decidió ya no estar acá, con ellos, en este mundo. Si ella llenaba toda la casa con su chispa.
–Se miraba muy bien. No sé qué fue lo que pasó realmente –dice Mónica Ortiz Félix, la madre.
Aquel domingo en la mañana, la mañana de su decisión, Analy almorzó con su familia, salió a la calle a jugar, y al cabo de un rato volvió a casa. Pidió permiso a sus padres para tomar unas sopas de la despensa y regalarlas a unas niñas del barrio que no habían comido.
Mario Díaz Pineda, el padre, la vio horas más tarde peleando con Marly, su hermana menor, por la cadena de su mascota. Llamarle la atención fue una de las últimas cosas que hizo antes de que al mediodía, el hijo mayor de la familia, entonces de 17 años, encontrara su cuerpo.
No hay manera sutil de decirlo: a sus 10 años, Analy se suicidó. Y que esto ocurra deja más preguntas abiertas que explicaciones certeras. Lo que sí se puede constatar es que no se trata de un caso aislado.
Solo una vez Mónica y Mario fueron con un psicólogo de la Procuraduría para Niños, Niñas y la Familia (PRONNIF). Fueron en busca de ayuda, de orientación, pero no se sintieron ni comprendidos ni acompañados y suspendieron.
Analy es una de las 641 historias de niños y niñas de entre 10 y 17 años que en 2018 fallecieron por lesiones autoinfligidas intencionalmente, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Ese año, tal cifra representó el cuarto lugar dentro del total de causas de muerte en ese grupo de edad, sumando en promedio mensual 53 suicidios de menores de edad en todo el país.
Una tendencia que, aseguran los especialistas de la salud mental, va al alza en México.
Los datos del INEGI lo confirman. En 2010, se registraron 118 defunciones de niños y niñas de entre 5 y 14 años a causa del suicidio. Los 641 casos reportados en 2018 demuestran que las incidencias se quintuplicaron.
En Coahuila, aunque moderadamente, esta tendencia también ha crecido. Actualmente, el estado ocupa el quinto lugar entre los estados con más alta incidencia en intentos de suicidio adolescente.
¿La pandemia disparó los suicidios en Coahuila?
El anuario sobre estadísticas anuales del INEGI señala que en 2010 en el estado se registraron cinco suicidios de niños y niñas de entre 5 y 14 años. Desde entonces, los picos más altos se encuentran en 2011, con seis incidencias; 2015, también con seis; 2017, con 7 casos y 2018, con seis.
Hasta aquí se puede observar un patrón. Sin embargo, como lo fue en muchas áreas, el año de la pandemia se presentó como una temporada irregular.
De enero de 2020 a febrero de 2021, la Fiscalía General del Estado reportó 24 suicidios en personas de entre 11 y 17 años. Surge obviamente la duda de si la pandemia, el encierro en las casas, las condiciones de vida de cada quién jugaron un papel determinante en esta situación.
Con todo eso, la pregunta principal sigue ahí: ¿por qué?, ¿qué impulsa a un niño o una niña, a cualquier adolescente a cometer suicidio?
–Es muy doloroso, algo que no se le desea absolutamente a nadie –dice María Elena Rangel Contreras, psicóloga clínica, docente y encargada del Programa de Adolescentes del Centro de Salud Mental (CESAME) de Saltillo.
No obstante, hay quienes afirman que esta capirotada de números refleja poco una realidad que cada día duele más: una realidad que se esconde por miedo.
Jesús Acevedo Alemán, director de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC) y autor del libro Gritos silenciosos: el suicidio infantil, comenta que hasta hace cuatro o cinco años el fenómeno del suicidio infantil era invisible.
–No se visibilizaba que los niños, población menor de 12 años, tuvieran situaciones de crisis que los llevaran desde la ideación suicida hasta el acto suicida. No era un fenómeno visibilizado.
Históricamente, advierte Acevedo Alemán, el suicidio de niños se ha dibujado dentro de las estadísticas o las cifras oficiales, como accidentes derivados del juego.
–Un niño que no quiere ya vivir, ¿qué nos está diciendo? Que no le gusta este mundo, que este mundo es desagradable, que tenemos que cambiar este mundo, es un llamado, un grito –advierte el académico.
Jesús Cervantes, maestro en promoción cultural y dramaturgo, atribuye la negación del suicidio infantil a una especie de miedo social.
–Nos da miedo reconocernos como una sociedad que estamos creando un mundo donde hay personas que llevan tan poco tiempo en él y ya no quieren estar aquí.
Preferimos voltear a otro lado, hacer como que no pasa –sentencia.
Karla Patricia Valdés García, docente investigadora de la Facultad de Psicología de la UAdeC, explica que si bien el de los niños no es el segmento de edad con más suicidios, sí es el grupo con el mayor incremento.
Dicha propensión, detalla, ya la han reportando en los últimos años investigadores sobre el tema que han visto cómo de un año a otro a veces el suicidio de menores de edad en el país se ha incrementado hasta un 400 por ciento, particularmente en casos de infantes de entre 10 a 14 años.
Empero, detalla García Valdés, existen casos de suicidios de infantes de 8 años, 6 años, que no se reportan, y hay una razón.
–En teoría se supone que para que cometas un suicidio tiene que haber una intención, una conciencia de que se está quitando la vida. Y los niños muy pequeños no se tiene claro si ya tienen este nivel de conciencia o si lo están haciendo como un juego. O si lo están haciendo porque consideran que se pueden quitar la vida, pero luego la pueden recuperar, como si pudieran dar reversa a este tipo de decisiones.
Al no quedar clara esta situación, añade la psicóloga, es que no siempre los suicidios en menores de edad se contabilizan como tal, aunque el hecho sí ocurre.
Jesús David Salazar González, subdirector médico del Cesame, declara que en este hospital ha habido casos de niños desde los 6 a 8 años que han pensado en matarse.
–Se ve la entrevista, se evalúa cada caso, se ven los factores y se ve el examen mental a ver qué tan estructurada tiene la idea. Si la tiene muy estructurada y es reiterativa, se interna en la unidad de paidopsiquiatría.
Una carta de despedida
Cada número es una historia. Una historia como la de Yessica Yatziri, de 12 años, una niña de Saltillo que antes de despedirse voluntariamente de este mundo, le dejó a su padre un papel carmesí, doblado como una carta, con un mensaje que decía: “Te quiero mucho, gracias por ser mi papá”.
La noche anterior Yessica, que era más bien una nena seria, reservada, había estado jugando a las escondidas en la calle con unas amigas.
Luego que entró en la casa, se duchó, se arregló, se cortó las uñas, se despidió de su abuela y se metió en la cama. Sus familiares ya no volvieron a verla despierta. El cuerpo lo encontró su hermana de 4 años el 24 de julio del año pasado (2020) en el corazón de la Colonia Centenario.
José Salvador Saucedo Charles, el papá de 34 años, aún no comprende por qué su hija hizo lo que hizo. Solo recuerda cómo juntos habían recorrido casi toda la república por su trabajo como trailero.
Una de las cosas que más le duele es que la madrugada de aquel sábado él mismo manejaba en la carretera de San Luis Potosí a Saltillo con una inquietud, como una suerte de sofoco en el pecho.
–¿Por qué no me esperaste, hija? Me hubieras esperado, hubieras hablado conmigo. Seré muy enojón, pero siempre tengo conciencia para todo –suelta Salvador y se tapa la cara con las manos para que no lo vean llorar.
El hombre se refugió dos meses en casa sin salir, sin trabajar. Se quería ir con ella, quería alcanzarla y preguntarle los motivos, abrazarla otra vez. Pero el amor por sus otras hijas lo mantuvo aquí. Lo devolvió a las carreteras, aunque nunca buscó ayuda psicológica.
Los expertos en psicología infantil coinciden al explicar que las razones por los que un niño o niña resuelve morir son innumerables y van de los factores biológicos, pasando por los psicológicos hasta los de tipo social.
–Biológicos hablamos de transformaciones puberales. Ya sea de la primera menstruación, el crecimiento del vello púbico o del cambio del tono voz. Afectan el desenvolvimiento en los diferentes roles, los estigmas, lo que significa ser bonito, ser feo y eso repercute en mi imagen, la concepción que tiene el adolescente sobre sí mismo–, expone la cubana María Karla Lara Men, maestra en psicología clínica con acentuación en terapia cognitiva conductual.
Los factores psicológicos, añade, se refieren a la construcción de la identidad y de cómo se responde a las preguntas: “¿quién soy?, “¿hacia dónde me dirijo?”.
También impactan en el entorno inmediato como grupos de amigos, escuela al sentirse evaluados por sus profesores, compañeros e incluso su familia.
Los factores sociales se circunscriben a la posición que tiene el adolescente en la sociedad, precisa la terapeuta. El adolescente que no es adulto, pero tampoco niño, una posición intermedia que genera confusión en la persona.
–Estas transformaciones son un factor de riesgo y contribuyen a poner en alguna vulnerabilidad al adolescente, pero no quiere decir que la existencia de algunos de estos factores sea determinante para decir que hay un suicidio –clarifica María Karla Lara.
No es solo un tema de salud
La complejidad del tema hace que se cambie sustancialmente el enfoque con el que se aborda el suicidio infantil. Jesús Acevedo Alemán, el director de la Facultad de Trabajo Social de la UAdeC, insiste en que ya no es solo un tema de salud pública, sino un aspecto más integral, un tema de humanidad.
Y es que influyen aspectos como la violencia familiar, el abuso sexual, la omisión de cuidados y el bullying. Cada uno de estos problemas, a la vez, no suelen ser hablados con normalidad y se identifican como una constante en los suicidios de menores de edad en el país.
–En la mayoría de los casos donde ocurre un suicidio hay familias disfuncionales –comenta Pedro Ortiz, psicólogo clínico y de la salud, con estudios en suicidología.
Aquí la psicóloga Karla Lara Men destaca la importancia de la familia como el primer grupo donde el individuo tiene interacción. Interacción que contribuye al desarrollo de determinadas habilidades y conductas.
–Estamos hablando de cuánto tengo presente a mi adolescente en la familia en el proceso de toma de decisiones, de cuánto reforzamiento positivo le estoy dando a ese adolescente o si simplemente me quedo en humillaciones o exigencias hacia ese adolescente –señala.
Depresión y ansiedad: los síntomas ‘invisibles’
La mayoría de los menores de edad que llegan al Centro de Salud Mental de Saltillo presentan síntomas de depresión y ansiedad que se generan desde que están en edad de ir a la primaria.
Así lo cuenta María Elena Rangel Contreras, psicóloga clínica y encargada del Programa de Adolescentes del hospital. Tal situación ha sido confirmada mediante evaluaciones psicológicas diseñadas por un equipo multidisciplinario.
Los detonantes, agrega, son maltrato, violencia física y psicológica así como omisión de cuidados por parte de los padres.
–En el área escolarizada hemos observado mucho el bullying. Los niños son perseguidos por los mismos niños o son agredidos o amenazados por sus compañeros dentro y fuera de la escuela y eso ha hecho que tengan síntoma de depresión y a veces lo callan. He sabido de niños que dicen: “Ya no quiero ir a le escuela, es para mí una tortura, no estoy siendo feliz y me quedo callado, no se los digo a mis padres por miedo a que me reprendan”.
Las redes sociales, sentencia la especialista, también representan otro factor de riesgo en el desarrollo de conductas suicidas en los pequeños y pequeñas dado el libre acceso a información de todo tipo.
–No tienen límites, los padres no saben ponerles límites y, entonces, les sueltan el celular, la tablet. Los adolescentes y niños se meten a temas de violencia, de pornografía o a retos que tienen que ver con suicidios –advierte Rangel Contreras.
‘Mañana me voy a quitar la vida’
Pedro Ortiz, psicólogo clínico con estudios en suicidología, se ha infiltrado varias veces en grupos de Facebook donde se promueve abiertamente el suicidio, con el fin de observar de carca lo que está aconteciendo. Su hallazgo es desalentador.
–Ponen: “Mañana me voy a quitar la vida”. Y todos responden: “¿Cómo lo vas a hacer?”. Se genera una normalización del suicidio. Las redes sociales tienen una gran influencia sobre todo en niños.
Ortiz relata que durante una entrevista con un niño de quinto de primaria, la plática resultó reveladora e incómoda a la vez.
–¿Has escuchado sobre el suicidio? –preguntó el psicólogo,
–Sí, ya hasta sé cómo hacer el nudo para colgarse –respondió el niño.
–¿Dónde lo viste o cómo sabes?
–Lo busqué en internet –responde con soltura–. Sé cómo se hace. Es bien fácil. ¿Quieres que te enseñe?
Para el experto en salud mental esto es una muestra inequívoca de que los niños tienen la conciencia de qué es al suicidio y hablan de ello.
Pero ¿qué motiva esta búsqueda?, ¿en términos emocionales qué situaciones llevan a los niños y niñas a pensar en matarse? La investigadora Karla Patricia Valdés ahonda en esto.
–Puede que te quites la vida porque sientes a lo mejor que eres una carga para tus papás. O a lo mejor porque sientes que hay personas importantes para ti que a lo mejor no te quieren. O sientes que a lo mejor no vas a lograr resolver algún tipo de conflicto con alguna persona significativa.
Andy estaba triste y nadie supo por qué
La familia de Anderson Omar, de 14 años, notó que él estaba triste, pero no supieron por qué.
–Era bien tierno, muy amable, cariñoso, pero lamentablemente se hizo muy triste. Le preguntabas: “¿Qué tienes?”. Nunca te contestaba y si le preguntabas otra vez como que se molestaba –narra Silvia Quiroz Ruiz, la abuela.
De la nada, sin aviso, Anderson dejó de comer, casi no dormía, no se quería ni bañar. Es como dicen, como que algo dentro de él se apagó.
El cambio lo notó primero su madre, Thelma Rangel Quiroz, quien lo consentía más que a sus otros dos hermanos “por ser el mayor”.
–Siempre me andaba lamiendo los cachetes, me abrazaba y me decía: “¿Qué tienes, loca?“.
Pero ese “Andy”, que así lo llamaban, cambió tanto que un día sacó los muebles de su habitación. Dijo que ya no las quería, que ya no las necesitaría más.
Aquella mañana, antes de llevar a la escuela a otro de sus nietos, Silvia, había dejado a Anderson acostado en la cama, con las cobijas hasta la cabeza.
–Tengo miedo –confesó el chico.
–¿A quién, hijo, si no hay nadie? –repuso la abuela.
Cuando Silvia volvió horas más tarde, su nieto, su niño inquieto al que alguna vez le encantaron los bailables de la primaria, que quería comprarle una casa a su abuela, estaba muerto.
El resto de su familia, los adultos, no terminan de entender cómo ocurrieron las cosas. Ni sus hermanos ni primos, también niños, saben qué aquejaba a Anderson tanto como para matarse.
Damaris, su prima de 9 años, recuerda que un día Anderson le dijo que estaba cansado y ya no quería vivir, pero pensó que era una broma.
Y una de las cosas que más le duele a la familia es que todo ocurrió a principios de enero de 2020, en la colonia Satélite Sur, un día después del cumpleaños de Anderson Omar que la familia celebró con pastel de tres leches y refresco.
Mientras tanto, a Thelma, la mamá, que solo ha asistido un par de veces al psicólogo, le quedó una culpa que todavía la carcome.
–Ya no quería nada, o sea, la culpa no me dejaba. La culpa de no haber podido hacer nada. Todos los días vivir con lo mismo, con esa culpa. Por más que trato no me deja, no puedo vivir en paz, me siento culpable –pronuncia con la cara hacia el piso y algunos sollozos.
María Elena Rangel revela que al menos un 60 por ciento de los chicos que atienden a través del Programa de Adolescentes en el CESAME, han tenido ideación suicida en algún momento de su vida, como resultado de la depresión y de la ansiedad que vienen cargando desde la infancia.
En esos casos, las afectaciones a la salud mental ya están en etapas avanzadas, lo que complica su solución.
Los mitos y estigmas que rodean a los profesionales de la salud mental son los principales impedimentos para que las familias busquen ayuda especializada a tiempo.
–Hemos normalizado tanto las fobias, la depresión, la ansiedad, el estrés, y eso nos da la pauta para decir: “No pasa nada, ya está encerrado en su cuarto, es que él así se la pasa” –señala Diana Torres, neuropsicóloga clínica y tanatóloga.
Javier Enrique Martínez, psicólogo con formación en terapia cognitivo conductual, y director del Instituto de Atención Integral de Desarrollo Humano, habla de la urgencia de derribar esos mitos.
–Nos duele algo en el cuerpo y lo primero que hacemos es acudir al médico o pensar que en nuestro cuerpo algo anda mal. Sin embargo, nos sentimos tristes, ansiosos, nos preocupamos, y en lo último que pensamos es en acudir al psicólogo –reclama–. Ve al psicólogo cuando te sientes mal, cuando estás haciendo cosas que te hacen sentir mal, triste, tener problemas con los vecinos, con el novio, con la novia, con la esposa.
Los niños también enfrentan enfermedades mentales
Karla Patricia Valdés García, docente de la Facultad de Psicología de la UAdeC, dice que lo primero y lo más importante es eliminar el estigma o la creencia errónea de que en la infancia no hay enfermedad mental o psicopatología.
–Pueden estar sufriendo de bullying, situaciones contextuales sociales donde ven a sus papás con malestar, donde hay divorcio, violencia, donde son víctimas a veces de abuso sexual. Claro que en la infancia hay situaciones muy graves. Hay otras situaciones que pareciera, desde la visión adulta, que no son tan graves.
Para un niño, dice Valdés García, el hecho de que sus mejores amigos le dejen de hablar, de que sea víctima de segregación o burla, es el problema más grande que puede tener.
–Es como si al adulto lo despidieran del trabajo, porque el niño tiene otra visión, otra capacidad, otras habilidades y fortalezas que le permiten atender problemas acordes a su edad.
No obstante, en la cultura mexicana, explica el psicólogo Javier Enrique Martínez, ha persistido la actitud social de los padres de censurar las emociones de los hijos.
–No les permitimos que lloren porque si lloras eres una niñita. No les permitimos que exprese su rabia, su ira, que es adecuado y sin embargo, no dejamos que estas emociones salgan.
El niño empieza a reprimir sus emociones y a expresarlas en un momento de crisis o de quiebre. Carece aún de control de impulsos y por lo tanto puede cometer conductas autolesivas.
–Muchas veces el niño ni siquiera alcanza a percibir el impacto que pudiera tener la conducta que va a realizar, sino que solamente lo hace para castigar al papá, a quien le prohibió hacer algo. Lo hace como venganza o por imitación, que eso pasa bastante. En un momento de ira puede cometer un acto que tal vez no sepa que lo lleva a la muerte.
María Elena Rangel apunta que el 95 por ciento de los suicidios, tanto de niños como de jóvenes y adultos, tiene que ver con enfermedades mentales.
El gran reto es aceptar que se necesita ayuda y buscar al personal adecuado.
¿Qué puedo hacer para prevenir esta situación?
Para este reportaje, se consultó con un amplio grupo de expertos y expertas, quienes dieron los siguientes consejos para padres y madres de familia.
1. Dé seguimiento a lo que aprenden sus hijos en internet, la escuela y sus amigos
2. Cuide sus relaciones, con quién habla, a quién frecuenta, en quién confía
3. Deje que exprese sus emociones cuando el o la menor de edad sienta enojo, tristeza, melancolía o quiera llorar.
4. Platique con sus hijos e hijas. Empatice con sus inquietudes, pero no les diga cómo sentirse; ayúdelos a entender que juntos pueden resolver los problemas.
5. Si su familia perdió a un ser querido a causa del suicidio, busque ayuda profesional.
6. Si el niño o niña vivió un acontecimiento traumático o violento, considere prioritario consultar a un especialista en salud mental.
7. Demuestre afecto a sus hijos o hijas, pues ayuda a las necesidades básicas de cualquier ser humano.
Señales de alerta
Especialistas sugieren considerar los siguientes comportamientos como una bandera roja que no debe ser subestimada
1. El niño o niña tiene un ciclo de sueño inadecuado.
2. Cambia de hábitos alimenticios.
3. Se aísla de las demás personas, incluso de gente cercana.
4. Presenta un cambio de humor repentino o frecuente.
5. Experimenta terrores nocturnos.
6. Se muestra irritable sin razón aparente.
7. Bajan las calificaciones.
8. Atraviesa por cambios de conducta irregulares.
¿A dónde puedo acudir si necesito ayuda?
En la Facultad de Psicología de la UAdeC tratan temas de salud mental relacionadas con la etapa del desarrollo del niño y el adolescente. Tel. 844 412 35 28.
El Cesame cuenta con un Programa de Adolescentes con atención personalizada de psicología y un diseño de tratamiento. Tel. 844 415 07 63 y 844 416 97 60.
El Centro de Orientación Psicológica, Pedagógica y Tanatológica (OPPTA A.C.) brinda atención en salud mental. Tel. 844 212 20 37 y 844 283 72 68.
El Instituto de Atención Integral de Desarrollo Humano ofrece pláticas, talleres y herramientas para la solución de conflictos en el área de salud mental. Tel. 844 403 20 32.
La Dirección de Atención a Víctimas y Ofendidos de la Fiscalía General del Estado cuenta con un equipo de psicoterapeutas que ofrecen apoyo gratuito a la comunidad. Tel. 844 434 06 91.
El Centro de Consulta Familiar de la Diócesis de Saltillo tiene también un cuerpo de especialistas que brindan apoyo sin costo a personas que requieren de atención psicológica. Tel. 844 412 81 76.
¿Pobre presupuesto en salud mental?
En Coahuila, se destinan entre 30 y 40 millones de pesos cada año para atención en salud mental de primer nivel. Cifra irrisoria, si se considera que solo el pasado fin de año, a pesar de las llamadas medidas de austeridad y de los estragos económicos causados en el país por efecto de la pandemia, los 500 legisladores federales tuvieron una bolsa de 164 millones de pesos, por concepto de salarios, aguinaldos y apoyos.
¿Qué dicen los estudios?
A nivel global el suicidio es la segunda causa de muerte en el grupo de edad entre 15 y 29 años.
Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT 2012), las personas que sufren daños a la salud causados por la violencia doméstica, tienen 4.5 más probabilidades de intentar suicidarse, que los que no experimentan violencia.
También se detectó que los adolescentes que no viven con sus padres tienen 43 por ciento más de probabilidad de intentar suicidarse, que quienes sí comparten techo con sus progenitores.
Los desórdenes alimenticios impactan con 4.22 por ciento más de probabilidades de suicidio; fumar tabaco impacta con 3.26 por ciento más de probabilidades contra quienes no lo hacen; mientras el consumo de alchol se identifica con un 2.29 por ciento de impacto.
Este reportaje forma parte del Hub de Periodismo de Investigación de la Frontera Norte, un proyecto del International Center for Journalists, en alianza con el Border Center for Journalists and Bloggers.
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