Cuando, hace casi 13 años, me convocaron junto a Salman Rushdie a la Academia Nobel de Estocolmo, me dijo públicamente: “Te culparán por no estar muerto”. No logré comprender del todo esta frase. Entendí, desde luego, su significado lógico, intuí su alcance simbólico. También comprendí que se refería a la desconfianza mediática que se genera cuando sobre alguien pende una sentencia de muerte, pero el condenado sigue viviendo. Sin embargo, no lo había entendido completamente. Hicieron falta años, deslegitimaciones, aislamiento y dolor para entender lo que me decía. Rushdie quería decir: no vivas como si ya te hubieran matado, no te obligues a sentirte culpable por no estar muerto, no te conviertas en un mártir que se ha salvado.
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Así resiste Rushdie a la persecución de la que es objeto desde hace 30 años. Las puñaladas que han cercenado la carne de Salman Rushdie han golpeado a un hombre libre. Decidió luchar contra el fanatismo islámico no con proclamas o libelos, sino eligiendo vivir un amor fanático por la vida y la libertad. Tras unos primeros años en los que, literalmente, desapareció en una burbuja de protección total, cambiando constantemente de domicilio, viviendo entre policías y coches blindados, Salman decidió recuperar su vida. ¿Y cómo lo consiguió? Escapando literalmente de los policías que lo protegían y eludiendo cualquier petición de comentar acontecimientos de terrorismo islámico o fanatismo religioso. La fetua lo había obligado a vivir con la obsesión por la muerte, la gente tenía miedo de acudir a alguno de sus eventos, pero, sobre todo, le estaban quitando lo que más cuenta para un escritor: su mirada sobre el mundo, el lenguaje con el que contarlo e inventarlo. De modo que decidió volver a la vida. Su fanatismo vital se alimentó de reuniones, de cenas, de la alegría de los debates literarios. Rushdie también supo liberarse del peso de tener que ser el símbolo de la lucha contra el islamismo, del mundo libre contra los fanáticos del régimen.
El escritor italiano Roberto Saviano (izquierda) con Salman Rushdie en Estocolmo en noviembre de 2008, cuando se conocieron. CLAUDIO BRESCIANI (AFP)
Eligió no estar condenado a ser igual a sí mismo, a escribir solo lo que se esperaba de él. Ha escrito novelas ambientadas en el Renacimiento, historias futuristas, sobre familias neoyorquinas devastadas por el poder y la ambición, relatos sobre personajes míticos en tramas satíricas, mitológicas y surrealistas, cuentos de hadas. Ha ido a la televisión, al teatro, ha participado en videos musicales y películas. Rushdie se salvó con la literatura, es decir, practicando el mundo de lo posible, creando mundos, sondeando relaciones, convirtiéndose en sí mismo: un hombre que experimenta la vida y no un mártir.
No se dejó condicionar por las declaraciones de un Jomeini moribundo, ni aterrorizar por la supuesta recompensa millonaria que algunas autodenominadas organizaciones cercanas al régimen de Teherán prometían a quien lo atacara. Esto le costó mucho en cuanto a credibilidad y ataques por parte de la comunidad de periodistas y escritores dispuestos a leer cualquier cosa que le pase a un autor en función del efecto que tenga en las ventas y la fama: “Pero, ¿cómo es posible? ¿Toda la umma quiere matarte y tú te vas de fiesta?”, o “aquí está el listillo que utiliza la persecución para seducir a mujeres hermosas”, o incluso por directamente por compañeros: “Deberías llevar un ramo de flores a la tumba de Jomeini, que es el que te ha hecho tan famoso; nadie habría comprado tus libros incomprensibles”. Estas son las frases a las que se refería en Estocolmo; Salman nunca se ha sentido culpable por estar vivo. Rushdie opta por ignorar, por dejar en la cloaca de la difamación la constante sospecha de que todo era falso, exagerado, porque un condenado a muerte no podía vivir una vida tan libre, libertina e intensa e intentar incluso divertirse.
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SuscríbeteUn grupo de mujeres iraníes se manifestaba en febrero de 1989 en Teherán en contra de Salman Rushdie y pidiendo su muerte tras la fatua de Jomeini. NORBERT SCHILLER (AFP)
Decidió determinar por sí mismo el perímetro de lo que era, sin permitir que lo dibujara el fanatismo religioso, que se sirvió de la condena de Rushdie para condenar a todas las intelectuales y todos los intelectuales de origen islámico que no defendieran al régimen iraní. Usar la fetua para enviar un mensaje claro: para ellos, los escritores islámicos libres no deben ser escuchados, no deben leerse y, de hecho, como pueden ver, “insultan el Corán, ensucian al profeta, traen la vergüenza a nuestra casa”.
Rushdie y Los versos satánicos se utilizan para crear un frente de ataque y deslegitimación: quien no defiende el régimen no pertenece a la comunidad. Es la declaración oficial de guerra contra cualquier tipo de diálogo con el mundo intelectual de la formación islámica y lo hacen disfrazándolo de argumento teológico. No se debate con los escritores que no defienden el régimen, se los condena. Salman Rushdie no imaginaba que esto pudiera ocurrir; su escritura es imaginativa, la trama fantasiosa es solo un escenario en el que luego suceden acontecimientos de todo tipo que solo siguen el flujo de su escritura.
Mi primer pensamiento, al saber que le habían apuñalado, no fue semejante al de muchos otros amigos, que condenaron la elección de Salman de no tener escolta, porque si hubiera estado protegido no hubiera pasado, sino que pensé, por el contrario, en su valor para vivir la vida plenamente. Y la herida de este puñal es el dolor de un momento frente a años de vida que logró sustraer a la condena del fanatismo y a las amenazas de los fanáticos religiosos. Salman ya ha ganado, el fanático amor a la vida ha logrado hacer retroceder al fanatismo de muerte que quería encerrarlo, prudente y silenciosamente igual a sí mismo. Pase lo que pase, esta es la verdad última de su triunfo.
Traducción de News Clips.
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