La banca tradicional ha fomentado la exclusión financiera, pero desde que la tecnología móvil ha llegado a África, esta brecha se está reduciendo”. Stanley Munyao habla despacio, buscando precisión. Su voz grave se eleva sobre el sonido de las obras del solar contiguo. “Están construyendo un edificio de oficinas”, se disculpa. Es una estampa habitual en Kilimani, barrio de Nairobi que, en su camino por convertirse en distrito financiero, ha despertado a la bestia inmobiliaria.
Su florecimiento no se explicaría sin entender que solo el 35% de los africanos tiene cuenta en un banco. Los requisitos para un crédito son elevados por el riesgo de impago. Las transferencias entre ciertos países pueden tardar hasta cuatro días y, hasta hace poco, no era raro que un conductor de autobús fuera el intermediario de un envío de dinero al extranjero.
Desde que la tecnología móvil llegó a África la brecha de la exclusión financiera se está reduciendo
Stanley Munyao, director ejecutivo de la compañía de microfinanzas Musoni.
Hoy, proliferan soluciones de pago digital como M-Pesa, el monopolio que mueve casi la mitad del PIB nacional y ha mejorado la situación de pobreza en 200.000 hogares. El 12 % de los adultos subsaharianos posee una cuenta de dinero móvil frente a un 2 % en el resto del mundo y en la región hay el triple de monederos electrónicos que en EE UU. Sin embargo, la mayoría de trabajadores cobra su salario en metálico, como se llevan a cabo el 96% de las transacciones en el continente.
Munyao es, desde hace menos de un año, director ejecutivo de Musoni, una compañía que en 2010 comenzó a dar créditos a pymes, pero se desenvuelve como si llevara toda la vida al frente del negocio. 14 años en el sector dejan huella. “Mi ADN son las microfinanzas”, presume orgulloso.
El alma de su empresa son los pequeños negocios, “el propietario de un comercio o el granjero con una parcela modesta”, a quienes ofrece financiación a cambio de una comisión. Han prestado más de 10 millones de euros para 35.000 clientes desde su fundación. Para obtener un crédito hay tres requisitos: desarrollar una actividad económica durante al menos seis meses, contar con un documento de identidad y estar suscrito a Safaricom, la principal operadora móvil del país. Su solución está pensada para estos dispositivos. “La inicial de Musoni hace referencia al móvil. Usoni viene del suajili y significa futuro”, aclara. “El futuro de la inclusión financiera en África pasa por el móvil”.
Los servicios móviles generaron 90.000 millones de euros en África en 2016 y crearon 3,5 millones de trabajos. África subsahariana es casi el 10 % de la base mundial de suscriptores móviles, como Europa, y se espera que crezca más rápido que cualquier otra región. El 70 % de los africanos tienen un móvil pero solo dos tercios son smartphones e Internet cuesta 20 veces más en Johannesburgo que en Londres. Por no hablar de entornos rurales donde no hay red.
El reto está a la vista. Tras la brecha financiera que tolera la desigualdad hay esperanza. Bajo las oficinas de Musoni, todavía puede verse un puñado de chabolas con tejados de chapa, custodiadas por gigantes de hormigón recién llegados. Es el reflejo de un calambre de crecimiento que recorre la espina dorsal de África.
- La expedición de las grandes firmas
Ngang’a Wanjohi es uno de los clientes más recientes de Musoni. Dirige Kaskazi, un comercio mayorista que abastece a pequeñas tiendas locales al oeste de Nairobi. Su almacén es un vaivén de cajas apiladas que contienen lo que venderán esta tarde o mañana los mercados de la zona. Se pasa la mano por la cabeza afeitada, acariciando la patilla de sus discretas gafas de pasta, mientras explica cómo la tecnología está impulsando su negocio. “Recoger los datos de compra de nuestros clientes nos permite tomar mejores decisiones empresariales”, exclama.
Cuando pierdes el rastro de la transacción, pierdes el rastro de la economía
Daniel Monehin, director de Mastercard en África subsahariana
Para ello utiliza Kionect, una plataforma con la que trabajan desde hace dos años. Se trata de un sistema digital de pedidos con el que los propietarios de los quioscos pueden ordenar y pagar los productos que le compran a través de SMS. A medida que los comercios renuevan su inventario, Kionect construye un registro de su actividad y utiliza la confianza que genera esta huella digital para avalarlos y facilitarles el acceso a microcréditos con los que impulsar sus negocios. Aquí, las pymes crean el 80% del empleo, por lo que invertir en ellas es hacerlo en desarrollo.
El proyecto es obra de Mastercard, que ha invitado a Nairobi a 20 medios internacionales entre los que se encuentra EL PAÍS Retina. Quieren compartir las iniciativas que llevan a cabo para promover la inclusión financiera en un continente en el que la economía sumergida representa tres cuartas partes del PIB. “La falta de transparencia es uno de nuestros principales problemas”, defiende Daniel Monehin, director de la multinacional en África subsahariana. “Apenas existe el concepto de identidad financiera. Y cuando pierdes el rastro de la transacción, pierdes el rastro de la economía”.
Sujeta el micrófono como una copa de vino mientras se balancea tranquilo en su silla. Presenta la estampa de orador nato que se siente cómodo con el público y se va haciendo más grande a medida que avanza su discurso. Sostiene que, para revertir esta situación, debe producirse un cambio en el comportamiento y costumbres de la gente. Para ello, deben sentir que las nuevas opciones digitales solucionan algo de lo que el efectivo no puede hacerse cargo. “La adopción dependerá de que seamos capaces de aportarles ese valor”, sentencia. “No podemos apoyar iniciativas por el dinero que generen, sino por el valor que puedan aportar”.
Con esta filosofía inauguraron hace tres años su primer laboratorio de inclusión financiera, un espacio patrocinado por la Fundación Bill y Melinda Gates para desarrollar proyectos de innovación. En él se ha incubado Kionect y ha cobrado vida Masterpass QR, una plataforma para pagos orientada al consumidor. En la misma línea, la multinacional trabaja con Unilever y el Banco Comercial de Kenia en una solución que les permite conceder préstamos a pymes sin pedir comisión. Su éxito reside en el crecimiento del ecosistema empresarial: cuanto más vende unatienda, más gana el distribuidor — Unilever—, que reparte sus beneficios con la entidad, que ofrece los créditos, y con Mastercard, que provee la tecnología.
Uno de los compradores de Kaskazi que está probando Kionect es David Jackson, aunque él prefiere que le llamen Kaka. Le gusta cómo suena y decidió llamar así a su tienda de comestibles, que inauguró hace diez meses. “Saber lo que debo me ayuda a planificar mejor mi día a día. Además de que es más cómodo para hacer los pedidos”, comenta sobre la plataforma. Viste una profusa sonrisa que le da un aire inocente bajo unas cejas extrañamente difuminadas. Tiene 23 años y antes se dedicaba a la agricultura. Sus padres no viven en Nairobi, así que destina parte de lo que gana a pagar el colegio a sus hermanos, de 17 y 10 años.
El local que regenta se encuentra en un suburbio donde imperan los pequeños comercios. Las calles sin asfaltar levantan nubes de polvo rojizo cada vez que un coche invade la calzada. Uralita, madera y cemento se funden en la retina como materiales constructivos colocados aleatoriamente para conformar el paisaje de edificaciones sencillas que pueblan este vecindario.
Desde la lujosa sala de hotel en la que diserta, Monehin recuerda un dicho que escuchaba cuando era más joven en su país de procedencia, Nigeria: “La gacela se levanta cada mañana sabiendo que tiene que correr para que no la coma el león. Este, se despierta consciente de que debe correr si no quiere morir de hambre. Seas león o seas gacela, toca correr para sobrevivir”.
- Un espacio en el que trabajar
Un sol radiante acecha Kilimani, desciende hasta la sexta planta del edificio y esquiva el toldo de la terraza cubierta, donde un par de emprendedores se deleitan con las vistas de Nairobi mientras disfrutan de sus refrescos. La moderna cafetería forma parte de las instalaciones de iHub, el primer coworking que abrió en Kenia, en 2010, y que, en solo cuatro años, consiguió posicionarse entre las 50 empresas más innovadoras del mundo, ostentando el podio africano. iHub fueron los primeros en mudarse a este nuevo bloque, hace pocos meses, cuando se dieron cuenta de que estaban creciendo demasiado deprisa y necesitaban un espacio más grande. Ahora suman más de 2.000 metros cuadrados divididos en dos plantas que reúnen oficinas privadas, espacios de trabajo compartido, aulas creativas y salas de reuniones.
Su impulso vino motivado porque ofrecían algo que las startups necesitaban pero no eran capaces de encontrar: un lugar donde reunirse y tener acceso a la red. Desde entonces, estos espacios han florecido por todo el continente. En 2012, se calculó que rondaban los 70; dos años después, se habían levantado un centenar más; y el último estudio conocido los cifra en más de 300. La asociación AfriLabs, que reúne 61 de estos centros, presume de una comunidad de más de 90.000 miembros.
“Cada vez nacen más empresas en África, pero, ¿cuántas son exitosas? ¿Cuántas generan un beneficio real?”, cuestiona Njoki Gichinga, directora de asociaciones y ventas de iHub. Con esta reflexión en mente y el aprendizaje de siete años de experiencia, el espacio ha ido adquiriendo una filosofía más propia de aceleradora, que se traduce en cursos de formación empresarial, asesoramiento en innovación para compañías tradicionales y programas de incubación. “Hay un programa de seis meses que organizamos con el Banco Mundial en el que seleccionamos las startups que más nos interesan, les orientamos y les ayudamos a encontrar financiación para levantar sus negocios”, expone.
Estas sesiones intensivas son para unos pocos, pero cualquier empresa puede apuntarse a sus programas virtuales, con los que pretenden regar las semillas del ecosistema emprendedor en el continente. El espacio se encarga de ponerles en contacto con mentores virtuales que les enseñan a elaborar planes de negocio, resuelven sus dudas legales y les preparan para acceder a nuevos mercados.
Njoki Gichinga rechaza un café y se inclina hacia delante en su silla. Tiene el pelo rapado, a excepción de una elegante cresta que corona su cabeza, y lleva un colorido vestido con motivos geométricos y unos voluminosos pendientes amarillos que constituyen una pista ineludible de que nos encontramos en Kenia. Reconoce que las finanzas son el principal foco de emprendimiento en África: en los últimos dos años, las nuevas empresas tecnológicas han recaudado casi 100 millones de euros. Un tercio fue a parar a las fintech, seguidas por sectores como agricultura, salud y educación, y destaca el progresivo auge del comercio electrónico.
Una de las empresas que apuesta por este sector es Skygarden, una startup de 15 empleados que opera desde una de las oficinas privadas de iHub. Cuando empezaron su proyecto, hace ocho meses, eran solo seis. “Vinimos aquí porque necesitábamos desarrolladores y nos atraía el sentimiento de comunidad que desprendía este sitio”, reconoce su CEO, Daniel Maison. En un pequeño cubículo se congrega parte de su plantilla, que teclea concentrada mientras el resto rebaña sus platos en el espacio común: es la hora de comer. Este equipo trabaja en una plataforma estilo Amazon que huye de grandes marcas y permite a 3.000 pymes ampliar su canal de venta al entorno digital. Skygarden provee la tecnología, se encarga de gestionar pagos y envíos y, a cambio, recibe un 8% de comisión por cada venta. Su modelo es similar al de Jumia, el líder del comercio electrónico en esta región, que forma parte del conglomerado que se ha convertido en el primer unicornio [startup valorada en más de 1.000 millones de dólares] de África.
Maison se torna serio cuando expone su visión de la situación del ecommerce en el continente, donde cada minuto se registran 30.000 transacciones, que suman más de 43 millones cada día. Afirma que, desde que Facebook o Whatsapp se pusieron de moda, se convirtieron en el principal escaparate de muchos vendedores, pero considera que presentan problemas al no estar diseñadas para este fin. Para él, el primer paso es mejorar la experiencia del cliente con una interfaz intuitiva que pueda entender quien nunca haya comprado por Internet. La creación de confianza es otro punto a favor de las transacciones online. “Si guardas el registro de lo que un cliente compró la última vez que visitó tu tienda, le puedes recomendar mejor, es la base de la fidelización”, señala. “Y te permite conocer mejor a tu audiencia”.
Antes de despedirse, Maison nos presenta a un hombre que termina de almorzar en una mesa contigua. Se pone en pie y estrecha la mano con firmeza al tiempo que esgrime una sonrisa humilde. Es el responsable de tecnología de Skygarden y uno de los mentores de iHub, pero solo cobra por lo primero. La ayuda que presta a otros emprendedores parte de un sentimiento vocacional que no se puede facturar. Ese es el grano de arena que aporta al desierto, una manera como otra cualquiera de ayudar a regar las semillas del ecosistema emprendedor en el continente.
‘Tecnoeuforia’ y alcantarillas
Guillermo Vega
La tecnoeuforia nos ha invadido. Gurús de todo pelaje vaticinan un mundo feliz en el que las innovaciones harán que trabajemos menos, seamos más ricos, más satisfechos y más felices. Los integrados llaman más la atención en los medios. Pero también hay apocalípticos que nos advierten de los peligros de la inteligencia artificial, de la nube o de las redes sociales.
Esta IV Revolución Industrial de la que tanto hablamos día y noche apenas llega a una pequeña parte de la población mundial. Miles de millones de personas en el mundo viven aún bajo las más que precarias condiciones de la Primera Revolución, en el siglo XVIII. Sobre ellas planea la amenaza de una brecha social y económica cada vez más grande. Sobran versiones del iPhone y faltan alcantarillas en Mozambique.
La principal tarea de la tecnología no ha de pasar tanto por que nuestro móvil sea capaz de entender nuestras emociones, sino por poner el foco en la pobreza, en la lucha contra el cambio climático o combatir la desigualdad y la injusticia.
La conectividad es la primera clave. Pero la tecnología no es suficiente por sí sola para lograr un mundo más inclusivo. Gobiernos, filántropos, tecnológicas, operadoras, sociedad civil y entidades financieras han de empujar en la misma dirección. Y los medios, cómo no, también hemos de cumplir nuestro papel: para empezar rebajando nuestra tecnoeuforia con más escepticismo y exigencia
Source link