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Temor al coronavirus en los campos de refugiados de Somalia


A la somalí Cadar Ibraahim los desastres le bailan en la memoria. Sabe que no es la primera ni la segunda vez que unas devastadoras inundaciones le obligan a abandonar Belet Weyne, su ciudad, situada en el centro de Somalia. Pero ya ha perdido la cuenta de en cuántas ocasiones ha sido desplazada por culpa del clima.

“Huimos por las inundaciones que afectaron mi casa y mis cultivos, y desde entonces no hemos recibido nada de ayuda salvo un kit (de higiene) hoy”, explica en el campamento de Ceel Jaale esta madre de nueve hijos, cubierta en un bui-bui (velo islámico) de color dorado y aferrada a una garrafa amarilla para almacenar agua potable.

Somalia sufrió este mismo año su peor sequía desde 2011, con una cosecha fallida entre abril y junio que dejó a unos dos millones de personas en riesgo de inanición, según cifras de la ONU. Ahora, intenta recuperarse de su más grave inundación desde 1981, tras el desbordamiento del río Shebelle —que corta esta localidad en dos— a finales de octubre.

“Se trata de un año absolutamente inusual con precipitaciones récord tanto en Belet Weyne y sus alrededores como ya río arriba en el sur de Etiopía”, explica desde Mogadiscio a Efe el hidrólogo y asesor de tierras de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Chris Print. “Y lo cierto es que, detrás de esta intensificación global de las precipitaciones, se halla la crisis climática”, continúa Print. El experto, sin embargo, culpa a la acción del hombre —y a un Gobierno como el somalí mermado por el conflicto que sacude el país desde 1991— de la nula gestión de un río como el Shebelle, sin un sistema de diques o de canales capaz de almacenar o de desviar el exceso de agua.

Al igual que Ibraahim, un total de 230.000 personas se vieron forzosamente desplazadas de sus hogares cuando la vega en la que yace Belet Weyne fue repentinamente engullida por el agua. Familias enteras huyeron con lo puesto, sin nada o nadie esperándoles en las zonas más altas más allá de un sol de fuego.

De ellas, al menos 110.000 del total de 400.000 vecinos que pueblan esta vibrante metrópoli —fronteriza con Etiopía— permanecen todavía hoy en campamentos improvisados, según las últimas cifras facilitadas a Efe por la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).

Todo se ha detenido

África es especialmente vulnerable ante desastres naturales pese a su escasa participación en la emisión global de gases CO2 (un 3,7 %). La combinación de pobreza, dependencia agrícola, instituciones débiles y alto crecimiento poblacional —con una proyección de 2.500 millones de personas para el año 2050— hace de este continente uno de los más amenazados por la crisis climática.

“El mayor problema que tenemos en África es el exceso o la falta de precipitaciones. Y la razón por la que sufrimos más que nadie no es solo nuestra exposición al riesgo, sino nuestra vulnerabilidad ligada a la pobreza”, explica la experta en adaptación al cambio climático, Linda Ogallo.

“En el caso de Somalia, sabemos que no tenemos la infraestructura suficiente para evacuar a las personas si se produce una inundación, y en caso de sequías, tampoco conseguimos salvar al ganado del que dependen las familias”, añade esta científica keniana, quien confirma un incremento en la frecuencia de ambas anomalías climáticas en los últimos años.

En un mar de colores —camuflada entre mujeres vestidas en telas naranjas, moradas, azules y rojas—, Ibraahim recuerda la vida que dejó atrás hace apenas dos meses. Una cotidianeidad modesta y sobresaltada por espirales de violencia entre clanes rivales, pero en la que al menos disponía de su propio techo.

230.000 personas se vieron forzosamente desplazadas cuando Belet Weyne fue repentinamente engullida por el agua

“Antes de las inundaciones nuestra vida era muy dura. Mi marido trabajada de vez en cuando en el sector de la construcción y yo vendía verduras en el mercado, pero ahora todo se ha detenido”, explica. “Ahora no tenemos ningún ingreso y los niños han dejado de ir al colegio”.

Según datos de la organización suiza sin ánimo de lucro Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno (IDMC), el número de migrantes climáticos podría abarcar un rango de entre 140 y 1.000 millones para 2050, sobre todo, en las regiones del sureste asiático, América Latina y África subsahariana.

“Hoy en día, tienes siete veces más probabilidades de ser desplazado internamente por ciclones, inundaciones e incendios forestales que por terremotos y erupciones volcánicas, y tres veces más probabilidades que por un conflicto”, detalló la ONG Oxfam en un informe a principios de diciembre.

El riesgo cero, imposible de alcanzar

No muy lejos de Ceel Jaale, en el área de Burjada Caynta a las afueras de Belet Weyne, centenares de nuevos desplazados se mezclan con quienes desde hace años sobreviven en el desarraigo, en la resignación, en el olvido de todos salvo de algunas ONG y agencias de la ONU; que operan con extrema dificultad en un país que sufre casi a diario los ataques del grupo yihadista somalí Al Shabab.

Intentándose proteger de un sol de mediodía, Beela Ahmed Abdullah permanece sentada a los pies de su tienda, a la que se ha visto obligada a llamar hogar durante siete años pese a no ser más que una volátil estructura de lonas y palos.

Madre, suegra y abuela, esta somalí divide su tragedia en tres actos y un único protagonista: “En la primera sequía se murieron algunas (cabras), en la segunda se murieron más y en la tercera nos quedamos sin ninguna”, relata sobre el vacío de perder, año tras año, un total de 500 reses, cruciales para su sustento.

“Es imposible alcanzar el riesgo cero; lo que necesitamos es aumentar la capacidad de adaptación de la población. Si las comunidades locales son capaces de adaptarse, de prepararse ante la llegada de una sequía o de una inundación, entonces el choque climático no será tan fuerte”, reflexiona Ogallo.

Hasta que eso ocurra, millones de desplazados como Ibraahim y Ahmed —sus hijos e incluso sus nietos— seguirán engrosando las filas de los despojados por el clima. Solo en 2017, al menos 18,8 millones de personas fueron desplazadas dentro de sus países debido a incendios, inundaciones, derrumbes, ciclones y sequías, según datos del IDMC.

“Cuando se seque todo el agua en mi casa, espero regresar. Es una vivienda alquilada, yo no poseo nada. Quizá en un futuro pueda comprarme una”, medita Ibraahim sobre sus anhelos de sumarse a los 120.000 desplazados que ya han conseguido retornar. “Cuando se vaya todo el agua, volveré. Pero, mientras tanto, seguiré aquí”, repite.

Para Ogallo, la lucha por el presente y el futuro del planeta engloba mucho más que la urgencia de reducir las emisiones de dióxido de carbono o las interminables negociaciones en cumbres del clima como la COP25 que este fin de semana acabó en Madrid.

“Estamos preocupados por el futuro, pero en África ni siquiera hemos descubierto el presente. Todavía no contamos con buenas infraestructuras, con suficientes instrumentos para predecir el clima, con un acceso adecuado a la información satelital”, se lamenta esta experta. “La crisis climática a nivel global, sí, es un riesgo real, pero en África el sufrimiento es ahora. Una vez descubramos cómo mantenernos de pie sobre nuestros propios pies, podremos abordar cómo luchar (juntos) mañana”.

 

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