Ícono del sitio La Neta Neta

Temporada de mangos

Hace menos de una década, cuando las calles de Caracas se cubrían de mangos durante los primeros días de agosto, las frutas eran tantas que llegaban a pudrirse o había que tirarlas. Eso fue antes del comienzo del hambre: para 2014, año en que un grupo de universidades venezolanas empezó la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) ante la falta de información oficial, un 80% de los encuestados ya decía que el dinero no les alcanzaba para comprar la comida. Tres años después, en 2017, los medios informaban sobre decenas de personas que habían fallecido por comer yuca amarga, que recogían o compraban a precios de miseria para llevar algo al estómago. Hoy no hay frutas que sobren en Venezuela.

Los hijos de Johanna Barrios esperan a su madre en el barrio Ruiz Pineda de Caracas.

La temporada de mangos del año pasado fue muy esperada. El último informe de Encovi, de marzo de 2020, decía que un 96% de los hogares venezolanos ya estaban en situación de pobreza y un 79% en pobreza extrema. Y luego llegó el coronavirus. “La pandemia desgastó incluso más el acceso a alimentos de necesidad básica”, dice la fotógrafa venezolana Andrea Hernández Briceño. “Los venezolanos dependen más que nunca de los mangos”. En sus largas caminatas por Caracas y pueblos costeros el último año, Briceño capturó instantáneas de ciudades y pueblos desiertos por la escasez de gasolina y por cuarentenas extremas, y observó a una mayoría de venezolanos que comen menos de dos veces por día y salen a buscar lo que la naturaleza pueda ofrecerles.

Los afortunados que pueden comprar azúcar, cuenta Hernández Briceño, hacen jalea con los mangos. “Y los que pueden comprar harina, hacen otros postres. Muchos comen cambur, plátanos y lechoza estos días y utilizan hierbas para sazonar comidas simples como arroz, caraotas o arepas. A veces cultivamos pimentones en nuestros patios traseros”. El mango siempre ha sido sinónimo de abundancia en Venezuela: aquí tú tiras una pepa de mango y tienes un árbol, dice una frase popular. Hoy, esta fruta se ha vuelto también un recuerdo y una promesa de tiempos mejores. “La palma / podrá sostener al mundo”, escribió el poeta venezolano Igor Barreto, “pero el mango / ha aceptado / la oscura llamada del bien”.

Un niño posa con unas flores que compró para el cumpleaños de su madre en Caracas, el 24 de agosto de 2020.

Únete ahora a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites

Suscríbete aquí

Nica Guerrero carga a su hijo Biko en el estacionamiento de su conjunto residencial.
Un hombre con un paño como cubrebocas recoge mangos para llevar a casa en un barrio acomodado de Caracas, el 9 de agosto de 2020.
Un parque para niños clausurado a inicios de la pandemia en el vecindario San Martín el 4 de julio de 2020.
Elianny Toro, de 10 años, posa para un retrato frente al puesto de frutas de su papá en el centro de Caracas.
Desinfección de un estacionamiento en Caracas.
Un tapabocas yace sobre una mesa mientras su dueña toma un café de un negocio de comida en San Antonio de Los Altos.
Ángel vende pescados en la carretera de Puerto Cabello. Es uno de los puertos más importantes del país y era un área comercial activa antes de la pandemia.
Un perro descansa frente a un fogón en Patanemo.
Alejandro Dumont posa para un retrato en Choroní, Venezuela.
Abejas zumban sobre un mango que explotó en el pavimento después de caer en una calle de Caracas.
Un caballo de trabajo se muerde la cola durante su descanso de cargar sacos de cacao en una finca en Patanemo. Le pertenece a la familia Flores, quienes trabajan en estos terrenos.

Créditos:

Fotografías: Andrea Hernández Briceño

Texto: Eliezer Budasoff

Edición visual: Héctor Guerrero

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la región.


Source link
Salir de la versión móvil