Cuando les muerde una tarántula, los campesinos de Taranto bailan la tarantela porque el veneno les provoca agitación, melancolía, convulsiones, malestar psíquico, sufrimiento moral, dolor físico, y sintiéndose poseído por todos los mismos síntomas simultáneamente, el pelotón supersticioso se agita y convulsiona, y le ayuda el viento del norte que le golpea de costado, y para combatirlo el pelotón baila su tarantela de conjuro, y se mueve en abanico. Lo interpretan como protagonistas ciclistas teutones (Jumbos de Tony Martin), bátavos (los neerlandeses de Kelderman) y flamencos (de Flandes) del Deceuninck del rosa Almeida, bailarines privados de la gracia de la danza pero sobrados de fuerza y ahínco. Acaban de salir de Matera, en descenso vertiginoso hacia Brindisi, y Fuglsang y Pello Bilbao, entre otros de los importantes, se quedan cortados. El susto les dura kilómetros y kilómetros, siempre llanos, despejados, de agobio, y se queda en nada porque apenas hay cambios de dirección, no hay lugar para emboscadas, aunque sobre el deseo, como le sobra el de la fuga a Simon Pellaud, un suizo más colombiano que helvético que todos los días intenta escaparse y se alimenta de bocadillos de dulce de guayaba envueltos en hojas de bijao (los bocadillos no son de pan, sino pequeños trozos del producto, especie de dulce de membrillo más sólido) que le llegan de Moniquirá, en Boyacá, y desprecia las barritas energéticas.
Ni el viento ni el baile rompen el pelotón, solo lo hacen las caídas, hijas de los nervios y la velocidad en las autopistas (la media de la etapa, cortita y cuesta abajo, sí, es de 51,234 kilómetros por hora, nuevo récord histórico del Giro), y Arnaud Démare, que, lejos de su lanzador y mal colocado, demarra en diagonal en el sprint, de lado a lado de la calzada en el puerto de Brindisi, y, tras desazonar a los rivales, a Sagan, que no sabe abrirse y suma, muy enfadado, su tercer segundo puesto en el Giro (y los estadísticos lo añaden a sus 22 segundos en el Tour y ocho en la Vuelta, 33 en total, más del doble de las 16 victorias conseguidas entre Tour, 12, y Vuelta), a Gaviria, que se frena, a Hodeg, que no se entiende con Ballerini, y aun esprintando fatal, tal velocidad alcanza, gana como quien lava su tercera etapa en el Giro tan veloz. La edad del pavo ya le pasó al eslovaco, 30 años de edad, 10 en la elite del ciclismo, desbordado por los más jóvenes, y abandona la llegada melancólico, agitado, con malestar psíquico, mordido por la tarántula de la derrota.
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