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Título in extremis para el Atlético de Madrid en Sarrià


El domingo 3 de abril de 1966, la prensa anuncia un cambio de última hora en la parrilla de TV. El programa de tenis previsto para las 19.00 se sustituía por la transmisión sucesiva en diferido de los segundos tiempos de Sarrià y el Bernabéu.

¿Y eso? Aquella tarde terminaba la Liga y el título se decidía entre el Madrid-Mallorca y el Espanyol-Atlético de Madrid. Como esta temporada, se jugaban la Liga el último día. Como esta temporada, el Barça había cedido cerca del final, dejando el trío de aspirantes en pareja. El Atlético estaba un punto por delante, pero el goal average favorecía al Madrid, cuyo partido era más fácil. El Atlético necesitará ganar si el Madrid gana, como se daba por hecho.

El Madrid había flojeado en la primera vuelta hasta que en el último partido de la misma, precisamente en Mallorca, debutó Velázquez. Con él se completaba el Madrid ye-yé: Betancort; Calpe, De Felipe, Sanchís; Pirri, Zoco; Serena, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento. Fue remontando posiciones en una Liga que llegó a liderar el Pontevedra. En la jornada 18 (se jugaban 30) el mago Acisclo Karag, pronosticador de Marca que anunciaba cada año con más antelación la clasificación final, dio al Atlético como campeón, lo que provocó no poco revuelo.

Las cinco anteriores había pronosticado el título del Madrid, con acierto. Unas jornadas después el Atlético pierde en el Bernabéu (el Madrid toma la cabeza) y el siguiente domingo cae ante el Barça en el Metropolitano. Se dio por pinchado el pronóstico. Hasta Balmanya, entrenador rojiblanco, tiró la toalla. “Hemos perdido la Liga. Yo puedo entrenar bien a mis jugadores, pero no cuidar de su descanso”. Carne para la polémica.

Pero se sosegaron las aguas, el Atlético llegó a encadenar seis victorias y cuando en la penúltima el Madrid perdió 2-1 en el Camp Nou recobró la cabeza por un solo punto. Y así llegamos a la última jornada.

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El Mallorca llega a Madrid en posición de descenso, casi desahuciado. Sólo se salvará puntuando en el Bernabéu, casi un imposible. Al frente viene un querido exmadridista, Héctor Rial, contratado a media temporada para remediar lo irremediable. El portero es otro ex, Vicente. Se les mira con simpatía, pero no hay lugar para la piedad.

En Barcelona llueve fuerte ese fin de semana. El Espanyol está amenazado de promoción, necesita empatar. Tiene a Di Stéfano, cerca ya de los 40, que va a jugar su último partido de Liga. Se retirará definitivamente en breve, ante el Betis, en la Copa. “Ya no soy la saeta rubia, ahora soy la carreta rubia”, decía de sí con humor. La portería la cuida otro glorioso veterano, Carmelo. Tenía equipo para haberlo hecho mejor, pero… El Atlético llega con ansiedad. Necesita ganar y al Espanyol un empate le puede valer. En el aburrimiento de la concentración, entre naipes y naranjadas, los jugadores miran con aprensión la lluvia. Sarrià es pequeño, el Espanyol se cerrará, con el barro será todo más difícil.

La noche del sábado al domingo viaja un tren especial de hinchas rojiblancos, con sus escarapelas, banderas y pancartas. Los dos partidos empiezan a las 16.45. Los campos están atestados y “a transistor por oreja”, escribe en Marca Fragoso del Toro, porque se han prohibido los marcadores simultáneos a fin de evitar amaños. El Madrid sale con su alineaación de memoria, salvo Veloso por Serena. Lejos de allí, en el Atlético, Jayo deja su puesto en la media a Luis, cuyo hueco ocupa Jones: Madinabeytia; Colo, Griffa, Rivilla; Luis, Glaría; Ufarte, Jones, Mendoza, Adelardo y Collar. Hay que atacar.

El Madrid sale en tromba y marca en el 8′, el 17′ y el 38′. Por un lado, todo resuelto (acabará 5-1). La atención se fija en Sarrià, donde el Atlético aprieta contra la lluvia, contra el barro, contra el campo pequeño y contra el cerrojo espanyolista, en el que participa incluso Di Stéfano. En Sarrià hay pasión. En el Bernabéu, una calma tensa que se rompe muy cerca del descanso con dos oleadas muy seguidas, casi una sola, de agitación entre el público que los jugadores no saben cómo interpretar. En el descanso lo saben: el Atlético ha marcado en el 43′ y el 45′, por medio de Ufarte y Griffa. La Liga está decantada.

Pirri contó después: “Cuando iba a sacar de banda preguntaba y me hacían con los dedos la señal de 2-0”. En Sarrià, Di Stéfano se va arriba y él y Griffa argentinean:

—Alfredito, no vengás acá a hacer un favor a tus amiguitos, que si te agarro te mato.

—¿Y…? ¿Vos que tenés, Jorgito? ¿Un cementerio particular?

Di Stéfano no agarra ningún remate. El partido acaba 0-2, el Atlético es campeón, justo en su último año del Metropolitano. El Calderón verá la Copa de Europa en su primer año. Los jugadores celebran y se acuerdan de Karag: “Le salvamos el pronóstico”.

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