Rosa Blanco Ramallo, española de 49 años, tiene muchos pensamientos atragantados. Quiere compartirlos, pero pocos espacios están adaptados para escucharla. Como consecuencia de una parálisis cerebral, su dicción está comprometida; vocaliza con dificultad y habla pausadamente. Aun así, supo aprovechar los minutos como panelista del encuentro Nosotras también somos mujeres, que en la semana del Día Internacional de la Mujer abrió espacio para el debate sobre la exclusión sistémica de género y discapacidad.
Con el apoyo de una intérprete, Rosa empezó contando que su vida no siguió el curso lineal de estudios, carrera y mercado laboral. Al contrario que una gran parte de los niños con discapacidad que acuden a un centro educacional, ella fue alfabetizada en casa. Hizo de la escritura una herramienta de desahogo, como cuando planteó apuntarse a un curso y le dijeron “¿y para qué?”. Sin esconder el mal sabor de boca cuando supuso lo que podría haber llegado a ser, evaluó su realidad: “Es como si yo no fuera una mujer, sino un peluche que lo pones ahí, lo cuidas, lo limpias y punto”, lamentó.
La discriminación que sufren las personas con diversidad funcional es denominada capacitismo. El término viene de la idea de que hay un fenotipo perfecto, luego lo que se salte la norma suele ser minusvalorado. Lo que describió Rosa es una de las caras ocultas de este concepto: la infantilización de la mujer. Una realidad embarazosa que, cuando es tocada, desnuda la falsa sensación que supone el cuidado paternal. Lo que se presenta como protección, en realidad es la privación de existir en primera persona.
“Nosotras también somos mujeres”
El tema del evento, que fue organizado por la fundación CERMI Mujeres, es una llamada a la reflexión. La iniciativa ocurrió el 10 de marzo, cuando aún seguían candentes los debates sobre género debido al Día Internacional de la Mujer. Relato tras relato, dos cosas quedaron claras: la primera es que los movimientos sociales deben pasar a mirar con lentes microscópicos las necesidades específicas de estas mujeres. El segundo punto para llevar en consideración es que hay que incluirlas masivamente en el debate público y toma de decisiones.
Relato tras relato, dos cosas quedaron claras: la primera es que los movimientos sociales deben pasar a mirar con lentes microscópicos las necesidades específicas de estas mujeres. El segundo punto para llevar en consideración es que hay que incluirlas masivamente en el debate público y toma de decisiones
La última encuesta publicada por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) sobre los fenómenos de la discapacidad en España, de 2008, apuntó que la población con discapacidad –ya sea tanto con autonomía personal o en situaciones de dependencia– era de 3,8 millones de habitantes, es decir, una de cada 12 personas de la población española de aquel entonces, del que el 59,8 % eran mujeres.
Los datos presentan realidades desiguales para las mujeres, que acceden menos a la educación; que ingresan 10 veces menos al mercado de trabajo. En el lado opuesto, el porcentaje de hombres que se dedicaba principalmente a las tareas del hogar era casi inexistente, frente al 23,5 % de ellas.
Incluir la perspectiva de género en el desarrollo de políticas en materia de discapacidad es determinante para avanzar hacia la igualdad de oportunidades. Este planteamiento considera la diversidad que existe en los géneros, no solo por sus características biológicas, sino también por el papel que desempeñan en la sociedad, atribuido por los patrones social y cultural.
Independencia financiera
¿Bióloga marina o veterinaria? Esta es la duda de la hija de Raquel García, de siete años y con discapacidad intelectual. En su ponencia, la madre manifestó las ganas de que la niña crezca con posibilidades factibles de poder elegir una de las carreras que sueña estudiar y que “pueda crecer entre las adversidades”. Por otro lado, tiene recelo a que no haya progreso social, político y económico a lo que se refiere a la diversidad funcional.
De hecho, existen mecanismos nacionales e internacionales para reducir la exclusión de dichas personas, como la Ley General de Discapacidad (LGD) y la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad. Asimismo, la falta de concientización social genera ambientes hostiles, que pueden disuadirlas de contribuir con el desarrollo socioeconómico. Como fue el caso de Salvia Melguizo, una fisioterapeuta que se volvió emprendedora tras una serie de episodios de bullying (acoso) en el hospital en el que trabajaba en Madrid: “Tendría para escribir un libro”, recordó en su ponencia.
En el caso que escribiera una novela, los villanos serían sus jefes; médicos que la intentaban subestimar, haciéndole comentarios cómo “¡Oye!, ¿cuánto paga la ONCE por tenerte aquí trabajando?”, contó Salvia que clasifica estas experiencias como “injustas, pero habituales”. Ella dejó este trabajo y empezó su negocio propio; una clínica de fisioterapia donde genera empleo para mujeres con discapacidad. “Ser mujer y tener discapacidad son dos excusas para decirnos que no. Por eso, tenemos que incluirnos hasta donde no nos quieran”, apuntó.
Ante la falta de lugar –o de pocas sillas disponibles– en la mesa de debate, mujeres como Rosa, Raquel y Salvia montan su propia mesa y proponen soluciones. No reivindican nada que ya no les pertenezca por derecho o que no sean capaces de asumir. No pretenden sentarse y callarse porque defienden que no hay progreso en la lucha por la igualdad de género sin la inclusión de todas las formas que puede tener un cuerpo humano.
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