Parafraseando la famosa frase de Winston Churchill sobre los Balcanes, se podría decir que Oriente Próximo produce más historia de la que puede digerir. Y ahora las guerras de la región más convulsa del mundo han llegado en tromba a las plataformas digitales: casi todas ofrecen en la actualidad series ambientadas en la zona, desde las extraordinarias Valle de lágrimas (HBO), una producción israelí sobre la guerra del Yom Kipur de 1973, y Baghdad Central (Movistar), sobre un policía iraquí tras la invasión angloestadounidense de 2003, hasta la desconcertante Mosul (Netflix), una producción de EE UU rodada en árabe (de hecho, en dialecto iraquí), sobre la batalla para arrebatar la ciudad del norte de Irak al Estado Islámico (ISIS). Durante las primeras escenas, los que son en teoría los buenos ejecutan sin pestañear a varios yihadistas. La película es una especie de Black Hawk derribado en Irak en la que, en el sentido literal, no se hacen prisioneros.
También en Irak, en el Kurdistán, transcurre No man’s land (HBO), una interesante miniserie francesa que retrata por un lado la vida de los fanáticos europeos que se suman al ISIS y, por otro, a los extranjeros que entran en las brigadas internacionales que formaron las milicias kurdas, con una enorme presencia de mujeres, precisamente para combatir a los yihadistas. La serie Teherán (Apple TV+) relata la historia de una agente del servicio secreto israelí, el Mossad, en la capital iraní y no puede estar más de actualidad tras el asesinato en diciembre del principal científico nuclear iraní. Aunque Afganistán no forma parte geográficamente de Oriente Próximo, la serie noruega Nobel (Filmin) se podría meter dentro de este paquete porque está ambientada en el mundo posterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001. Su historia arranca con una misión militar del país nórdico en Afganistán.
Estas series muestran una vez más la capacidad de la ficción televisiva para beber del presente, a la vez que trazan un retrato acerado y crítico de la historia reciente: vistas en su conjunto se pueden seguir como una descripción de los conflictos que han asolado la región desde los años setenta, pero también como un retrato de los juegos de poder e intereses cruzados que se han abatido sobre esta parte del mundo en el siglo XX. Representan además un ejemplo de la creciente diversidad –de temas, de países de producción, de actores, de formatos, de lenguas– que ofrecen las plataformas digitales.
Valle de lágrimas, dirigida por Yaron Zilberman, basada en un guion de Ron Leshem y protagonizada por Aviv Alush, Joy Rieger y Lior Ashkenazi, arranca la víspera del principio de la guerra del Yom Kipur, cuando el 6 de octubre de 1973 los ejércitos de Egipto y Siria se lanzaron contra Israel. Durante unos días, las tropas israelíes se encontraron en una situación muy peligrosa. A lo largo de diez episodios, relata una famosa batalla de tanques en los Altos del Golán, que da título a la serie, pero también realiza un profundo retrato de Israel. Uno de los personajes asegura que fue en ese momento cuando el Estado hebreo comenzó a obsesionarse con la seguridad y dejó atrás el ideal socialista de los Kibutz.
Una subtrama de la serie relata las enormes divisiones entre los judíos mizrajíes, que llegaron a Israel desde los países árabes y que se sienten marginados, y los askenazíes, que llegaron desde Europa del Este, a los que aquellos acusan de ser unos privilegiados. Justo cuando ocurre la serie, un movimiento mizrají, los Panteras Negras, canaliza ese sentimiento de ninguneo a través de protestas a veces violentas. Como explica la periodista de EL PAÍS Ana Carbajosa en su libro Las tribus de Israel (RBA), “la división entre askenazíes y mizrajíes se queda corta a la hora de agrupar a los millones de judíos que han ido recalando en Israel a lo largo de su corta historia”. Toda esta diversidad está contenida en Valle de lágrimas a través de los soldados a los que sorprende el estallido del conflicto: en el fondo es más un retrato de la sociedad israelí que relato de guerra.
Baghdad Central, serie británica protagonizada por el actor estadounidense de origen palestino Waleed Zuatier, va también mucho allá de su planteamiento policial. Arranca como un estupendo thriller, en el que un policía iraquí investiga la desaparición de su hija en el Bagdad de la ocupación. La ciudad está perfectamente retratada, no solo físicamente, sino también el ambiente tenso de aquellos primeros meses tras el final de la guerra, en los que parecía que, en cualquier momento, todo iba a saltar por los aires. El telón de fondo de la historia son los movimientos constantes de las tropas estadounidenses, las crecientes tensiones con la población civil y los problemas para sobrevivir de aquellos que se habían librado de la dictadura, pero que se encontraban de repente sumidos en una situación cada vez más complicada y peligrosa. La serie retrata también la podredumbre y la corrupción que floreció bajo la ocupación.
No man’s land y Mosul relatan la continuación de esta triste historia, cuando tras el desastre de la invasión, Irak se convirtió en el terreno de lucha entre los fanáticos del ISIS, cuyo territorio atrajo a miles de jóvenes de todo el mundo bajo la promesa de un nuevo Califato, que no era más que un régimen asesino, pero también a otros, dispuestos a sumarse a las guerrillas kurdas. Lo más interesante es cómo, a través de buenos personajes, producciones cuidadas, recreaciones poderosas, estas series logran acercarnos a conflictos que solo geográficamente –y en realidad ni eso– resultan lejanos.
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