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Todas somos Britney

Señoras, ¿cuántas veces han escuchado lo de “como se nota que tienes la regla”? Esa es una. Una sola. Una que te sueltan a la mínima, en cuanto te plantas delante de cualquiera hombre y te niegas a que te hable mal. O le dices que deje de interrumpirte cuando hablas porque no terminas ni una frase. O cuando te niegas a soportar una sola de las bromas machistas que, de carril, te suelta en cuanto toma dos cervezas, casi siempre acompañado de una carcajada. No describo grandes conflictos. Muestro el día a día de cualquiera de nosotras por el simple hecho de ser mujer. Se nos cosifica, ridiculiza, ningunea y hasta se nos somete, por algo que proviene de nuestra educación. De siempre, se ha dicho que la mujer es diferente del hombre y eso, no sé por qué, implica que se nos chulee y menosprecie.

Una de cada diez mujeres sufre dismenorrea, que consiste, para que nos entendamos, en que te duela todo el cuerpo como si te golpearan, que no puedas moverte de los espasmos y que te desangres porque ninguna compresa ni tampón retiene lo que tú expulsas. Cualquiera de estos síntomas, sino todos, son los que presentan las mujeres que sufren este trastorno. Señoras que tienen que escuchar todo tipo de reproches y que, por supuesto, no están exentas de acudir al trabajo. Señoras que asumen que si esta enfermedad la ocasionara cualquier problema de próstata ni un médico pondría en duda el sufrimiento del hombre que se desangra durante tres días al mes y, a estas alturas, habríamos encontrado un fármaco para combatirlo. Pero es “una cosa de mujeres”. Otra más de las muchas.

Japón, uno de los países más machistas que existen, concede tres días libres a las japonesas que sufran dolorosas menstruaciones. En su caso, es más una cuestión de pureza. Si le preguntan a un japonés por qué les dan estos días libres, la mayoría ni sabrá que se los dan y, cuando le expliquen que existen, dará por hecho que eso es posible “cuando el grado de impureza se agudiza”. Y no es exageración. El permiso está concedido en la legislación nipona desde 1947, pero la mayoría de las japonesas sufre en silencio sus dismenorreas porque eso las estigmatiza. Por lo pronto, consideran que la mujer menstruante contamina los alimentos. A partir de aquí, lo que quieran. La variedad del desprecio hacia nosotras es amplia.

Conforme más años cumplo, más cuenta me doy de cuál es la estrategia. Que no deseemos lo que deseamos. Que no queramos ser quien nos empeñamos. Las de Gleeden, ya saben, esas que se juntan para contarse cómo le ponen los cuernos a sus maridos, han hecho un estudio sobre el deseo de las españolas: las señoras de entre cincuenta y sesenta años tienen más deseo que las treintañeras. Cabezas explotando en tres, dos, uno… ¿Sexo con una cincuentona? Y eso sucede, según el estudio y la opinión de la psicóloga clínica especializada en sexología, Laia Cadens porque “es la etapa en que se consolidan profesionalmente, son madres y tienen muchas responsabilidades, lo que hace que las prioridades se recoloquen”. Es decir, señoras, después de pasarlas canutas con toda esa panda de impresentables, ya nos hemos puesto las pilas y sabemos lo que queremos. Que el estudio certifique que lo encontramos, me consuela. A ninguna le gusta ver cómo se le cae la cara, pero cada vez conozco a más estupendas señoras de mi edad que tienen amantes y novios quince años más jóvenes que ellas, que asisten, maravillados a lo que supone una mujer con las ideas claras. Por algo será.

A esta reflexión llego la víspera de un 8 de marzo en el que, si viviera en Madrid, no podría manifestarme porque las bacterias de las mujeres son más mortíferas que la de los varones ultraderechistas que lanzan proclamas contra los judíos. El delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco, quiere salvaguardar a la ciudadanía y por eso prohíbe las madrileñas manifestarse. Los conciertos de Raphael en espacio cerrado tampoco son peligrosos. Las peligrosas, siempre, somos nosotras. Necesitamos que nos tutelen. Que nos digan cómo hacer. Y, entonces, me encuentro con un hilo ‘jurídico-pop’ como lo denominaron los de Olympe abogados, y entiendo mucho. No solo llevan años cobrándome de más por unas maquinillas a las que, simplemente, tiñen de rosa, sino que por ser mujer, parece, me las tengo que comer dobladas. Y no. Britney Spears lleva años luchando para que no la traten de loca. Ya ha perdido la custodia de sus dos hijos y el control sobre sus finanzas (sesenta millones de euros). Pero es que, pobre, no puede sola. Su padre estaría dispuesto a dejar de controlar la vida de su hija quien, recordemos, es la que lo abastece a él de dinero. Ahora, la tutela la comparte con una compañía financiera. La cantante lucha por todos los medios por lograr que su padre deje de ser quien dirige su vida. #FreeBritney no es solo una etiqueta para mostrar nuestro apoyo a la cantante. Es un gritar que nos dejéis vivir en paz. Y eso, aun sin manifestarnos, no dejaremos de gritarlo.

Fe de errores

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