La tensión está a flor de piel en el enclave exsoviético de Transnistria, una región separatista de Moldavia de mayoría prorrusa. Incrustada entre una estrecha franja a lo largo del río Dniéster y Ucrania, oficialmente se autodenomina República Moldava de Pridnestrovia, y su independencia no ha sido reconocida por la ONU ni por la propia Rusia. Este polvorín de la Guerra Fría roza ahora la implosión por la guerra en el país vecino, después de hibernar durante más de 30 años. Las explosiones del martes en un edificio del Ministerio de Seguridad, en una unidad militar cerca de Parcani y en las torres de radio y televisión en Grigoriopol, así como en el aeródromo de la capital Tiraspol, han provocado una súbita escalada de inseguridad en Transnistria.
Del tamaño de la provincia española de La Rioja, el territorio autónomo rebelde oficialmente cuenta con medio millón de habitantes, aunque se estima que solo residen allí en la actualidad unas 200.000 personas, ya que una gran mayoría ha emigrado a Rusia y otros países del entorno. En Transnistria viven bajo el asedio de la propaganda rusa. Las emisiones de las televisiones y las ondas radiofónicas moldavas parecen chocar contra un muro en la línea divisoria invisible del Dniéster sin que puedan penetrar más allá. “Los transnistrios creen que no existe ninguna guerra y que Vladímir Putin los salvará de unos eventuales invasores de su territorio”, relata Vera, una pensionista que nació a poco menos de siete kilómetros de Tiraspol. “Moscú tiene comprados a los jubilados; llevan recibiendo 20 dólares (18,8 euros) más en sus pensiones que los moldavos desde hace décadas”, prosigue Vera. Solo en la capital quedan algunos jóvenes por las oportunidades de trabajo, mientras que el resto de la región se encuentra despoblada con pocos hospitales y escasas escuelas.
Transnistria mantiene intacto su pasado vinculado al imperio soviético. Tiene Gobierno, su propia bandera, en su escudo aparecen la hoz y el martillo, y cuenta con Fuerzas Armadas. La avenida principal de la capital se llama 25 de octubre, fecha de la revolución bolchevique. Y solo se puede pagar en rublo transnistrio.
El conglomerado de empresas Sheriff (gasolineras, supermercados, de telecomunicaciones, energía, alcohol y acero, además del club de fútbol) sustenta la vida política y económica de este enclave rebelde que se declaró independiente de facto en 1990 para evitar una posible unificación de Moldavia con Rumania.
En los últimos años, los oligarcas dueños del Sheriff incrementaron sus relaciones comerciales con Moldavia, Ucrania y la Unión Europea como señal de estabilización. Incluso, abogan por la paz: los jugadores del Sheriff Tiraspol sorprendieron al mundo al posar a mediados de marzo con una pancarta con el lema “Stop War” antes de un partido de la liga moldava.
La principal fuente de ingresos en Transnistria obedece al ínfimo precio que pagan a Gazprom por el gas ruso. Según una investigación del portal anticoruptie.md, la planta metalúrgica del municipio transnistrio de Rabnita, situada a unos 120 kilómetros de Tiraspol, cercana a la frontera ucrania, representó casi la mitad del presupuesto de las autoridades separatistas. Sus beneficios provienen del bajo coste de producción debido al minúsculo precio que abonan por el gas, además de que no pagan impuestos a las autoridades moldavas, una exención fiscal con la que Chisinau pretende eliminar cualquier tensión adicional, según los analistas.
Respaldo militar de Moscú
Desde 1992, cuando estalló la guerra contra Moldavia que causó más de mil muertos en los cuatro meses que duró, Transnistria sobrevive como república independiente gracias al respaldo económico, pero también militar, de Moscú. Rusia mantiene 500 soldados desplegados en los distintos puestos de control como pacificadores y otros 1.500 pertenecientes al Grupo Operativo de Tropas Rusas (GOTR), heredero del XIV Ejército soviético. Este regimiento especial desembarcó en este enclave durante el colapso de la URRS con la misión de garantizar la seguridad de un arsenal de más de 40.000 toneladas de armamento y municiones (entre los que figuran obuses y minas), que se almacenaron en un depósito de la pequeña localidad de Cobasna.
Solo queda la mitad del arsenal, ya que el resto fue destruido o retirado entre 2000 y 2004 por el empeoramiento de las relaciones entre las autoridades transnistrias y Chisinau. “Si hubiera una explosión sería devastador tanto para Ucrania como para Moldavia. Esa detonación podría ser equivalente a la bomba atómica de Hiroshima”, señala Ion Leahu, antiguo miembro de la Comisión Unificada de Control, un organismo encargado de la zona de seguridad en el Dniéster.
La presidenta de Moldavia, Maia Sandu, ha demandado que las tropas rusas sean reemplazadas por un grupo de observadores de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), una petición que rechaza Rusia, al tiempo que las autoridades transnistrias alegan razones de seguridad mientras el conflicto no esté solventado.
“El XIV Ejército (actual GOTR) se está preparando para luchar. Sus soldados están cavando trincheras y solo tienen permisos de dos horas a la semana para ver a sus familiares”, cuenta a EL PAÍS una fuente cercana a un integrante de este destacamento. “Tienen orden de estar listos en cualquier momento para la guerra y disponen de munición antigua, pero muchísima. Tienen incluso un aeropuerto subterráneo de gran envergadura”, abunda la misma fuente.
Tiraspol tiene un Ejército de alrededor de 10.000 militares, a los que hay que sumar unos 15.000 reservistas —frente a los 7.000 soldados moldavos— y cuenta con al menos 18 tanques T-55 y T-72, relativamente modernos.
Para calmar la situación, el líder transnistrio Vadim Krasnoselsky anunció este martes que el tradicional desfile de 9 de mayo, en honor a la victoria sobre la Alemania nazi durante la Gran Guerra Patria, se anula por considerar que no se puede garantizar la seguridad de una multitud de personas tras las explosiones.
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