Celebro que tres grandes ciudades en Marruecos estén, desde hace poco, gobernadas por mujeres: Asmaa Ghlalou, Nabila Rmili y Fatima Zahra al-Mansouri, las alcaldesas de Rabat, Casablanca y Marrakech, respectivamente. Me alegro de que ellas hayan podido sobreponerse a todas las limitaciones y obstáculos que cualquier hembra humana sufre al otro lado del Estrecho y alcanzar estos puestos de poder. Que de esto se desprenda, como hemos leído y escuchado últimamente, que Marruecos está cambiando o incluso que está viviendo una revolución feminista, es a todas luces una conclusión desacertada. No nos sorprende que el Gobierno norteafricano saque pecho presentando la feminización de las alcaldías como una prueba de su modernidad y apertura pero a estas alturas ya resulta inverosímil este orgullo supuestamente feminista. Entre otras cosas porque sabemos que es relativamente fácil, barato y efectivo para los regímenes poco democráticos poner a mujeres en la primera fila mediática para blanquear las carencias estructurales en materia de libertad, igualdad y justicia para la mayoría de los ciudadanos.
Así las cosas, estas tres alcaldesas poderosas siguen siendo consideradas, en algunas de las leyes vigentes en su país, ciudadanas de segunda. Para empezar, ellas habrán tenido que llegar vírgenes al matrimonio como se les exige a todas las mujeres marroquíes dada la penalización de las relaciones fuera de la única institución donde el sexo se considera legítimo. Es cierto que esta norma es para todos, hombres y mujeres, pero en la práctica sabemos que quien tiene que demostrar, en la noche de bodas, que está “como su madre la trajo al mundo” son las mujeres. Tampoco podrían, estas tres figuras políticas, cometer adulterio, ni abortar ni tener hijos fuera del matrimonio. Es la situación que viven miles de madres solteras en Marruecos: a la marginación y el rechazo social por tener hijos bastardos se le suma que el Estado no los reconoce porque son fruto de relaciones no permitidas.
Además, si estas alcaldesas se hubieran criado en entornos rurales o en barrios empobrecidos, lo más probable es que las hubieran casado a una edad temprana porque en mi país de nacimiento siguen existiendo los matrimonios infantiles y forzados.
Yo me alegro por Ghlalou, Rmili y al-Mansouri, pero más me alegraría que dejaran de existir todas las leyes que discriminan a las mujeres en Marruecos.
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