Una vez diagnosticadas, las personas con diabetes tipo 2 tienen por delante décadas de convivencia con la enfermedad. Su esperanza y calidad de vida depende, entre otras cosas, de que sigan una alimentación adecuada y practiquen ejercicio con regularidad. Para conseguirlo no están solos. Tres de los profesionales que los atienden en el día a día cuentan qué ayuda prestan a los pacientes y cómo es posible superar el reto de mantener a raya esta enfermedad crónica y evitar las complicaciones que un mal control conlleva.
Dos semanas ingresado en un hospital por la covid-19 le dejaron a Pedro Pareles algunas secuelas negativas, como la pérdida de memoria cercana e intermedia, y una positiva, trascendental en su vida: tomó conciencia de que la diabetes tipo 2 que le diagnosticaron en 2007 requería una atención que hasta entonces no le había prestado. “Cuando ingresé en La Princesa, en Madrid, no podía ni levantar la mano y me di cuenta de que esto se acababa. Esos días y el descontrol de la diabetes que llegó con el confinamiento fueron un punto de inflexión en mi vida”.
Pedro contactó con la asociación Diabetes Madrid y allí encontró formación y acompañamiento para manejar su enfermedad. En sus cursos conoció nutricionistas, enfermeras, médicos, preparadores físicos… Nunca hubiera imaginado que todos esos profesionales tuvieran algo que aportar en el control de la diabetes. Su experiencia en una unidad especializada hospitalaria años atrás se limitó a una consulta rápida con un especialista que le entregó una fotocopia con el régimen que debía seguir.
“En la asociación he encontrado un lenguaje cercano, con consejos de aplicación inmediata, y también a gente como yo que me ha hecho sentir parte de un equipo”, recuerda Pedro. En ese equipo también juegan el médico y la enfermera que lo atienden ahora en el centro de salud. A pesar de haber vivido de espaldas a la diabetes durante 13 años, su salud no se resintió. Sí, tomaba la medicación, pero ni hacía ejercicio físico ni cuidaba la alimentación. Ahora camina entre una hora y cuarto y hora y media todos los días. Poco aficionado a la cocina, ha recurrido a una empresa de servicio de comidas que le sirve al mediodía (las cenas se las hace él). Ya tiene a punto el menú de hoy: “Toca sopa de cardos, exquisita, merluza con verduras asadas y fruta”.
La alimentación que sigue Pedro se ajusta al método del plato saludable que enseña a sus pacientes Isabel Yagüe, colaboradora de Diabetes Madrid y nutricionista de la Clínica Universidad de Navarra. “Es una guía que recoge la evidencia científica y traslada de un modo gráfico a la población qué proporción de alimentos debe tomar una persona con diabetes tipo 2″, apunta la especialista. La mitad del plato lo componen frutas y verduras; un cuarto, alimentos proteicos (carnes, pescados, huevos, mínimamente procesados), y el cuarto restante farináceos (arroz, pasta, patata). Estos últimos son los que más hidratos de carbono aportan. Las legumbres están a caballo entre el segundo y el tercer grupo.
¿Qué tiene de especial ese plato? Pone el acento en alimentos frescos, de temporada, mínimamente procesados y muy nutritivos y rompe con un patrón cultural que se ha extendido y consiste en recurrir a menús ultraprocesados muy agradables al paladar, pero con muchas calorías y pocos micronutrientes (vitaminas y minerales) y fibra.
La opción que se propone a la persona con diabetes podría adoptarla cualquier otra, apunta Isabel Yagüe: “Comer, además de un acto fisiológico, es también un acto social ligado a gustos y tradiciones y hay que tenerlo en cuenta. La comida puede ser sana y sabrosa”. Por ese motivo es clave individualizar el patrón de alimentación según los gustos o los conocimientos de cada persona.
Las guías clínicas recomiendan esa adaptación “porque se trata de facilitar el camino para que una persona con diabetes cambie de hábitos y logre adherencia a largo plazo”, apunta la doctora Yagüe. Una vía, señala la especialista, es recuperar los platos tradicionales en las comidas.
Al gimnasio Fernando Torres, en el barrio madrileño de Embajadores, se apuntó una pareja madura después del verano y el hombre, Julián, se dirigió al preparador físico para advertirle de que sufría diabetes tipo 2. Este le contestó: “Te voy a tratar igual que a tu mujer”. Los dos siguen la misma tabla de ejercicios porque su condición física es similar y la enfermedad no representa ninguna limitación. El preparador Pablo Guedes es el mejor ejemplo porque le diagnosticaron diabetes tipo 1 de joven. Esa circunstancia no le ha impedido hacer todo tipo de deportes y durante su trayectoria ha conocido incluso a personas con diabetes tipo 2 que practicaban modalidades de alta intensidad como triatlón. “El límite lo marca tu cuerpo, no la enfermedad”, apunta Pablo.
El reto al que se enfrenta un preparador es conseguir que a quien le han prescrito ejercicio físico acabe integrándolo en su rutina diaria. “Para lograrlo lo primero que le pregunto es qué le gusta porque uno puede mantenerse activo cultivando un huerto, que es con lo que disfruta, y otro bailando”, explica.
Las posibilidades se han multiplicado, no todo es andar o ir en bicicleta. En Diabetes Madrid programan una vez al año sesiones colectivas con 500 participantes de body combat, body balance o body attack para transmitir esta idea. En la primera modalidad tienen cabida los aficionados a las artes marciales, en la segunda los amantes del yoga o el pilates, y en la tercera los que prefieren un mayor desgaste físico. Lo importante es romper con la rutina de movernos lo menos posible, explica Pablo: “Cuando limpiamos el sábado por la mañana en casa o subimos las escaleras en vez del ascensor rompemos esa tendencia natural, también así hacemos actividad física”.
La enfermería es la profesión de los cuidados y las personas con una enfermedad crónica, como la diabetes tipo 2, los necesitan durante toda su vida para controlarla y evitar que surjan complicaciones. Gely Álvarez, enfermera del centro de salud Goya, en Madrid, define su trabajo como “un acompañamiento terapéutico a lo largo del tiempo porque la diabetes es una maratón, no una carrera de cien metros”. El tratamiento farmacológico lo establece el médico, pero a la enfermería le corresponde el resto de la atención: “Podemos tener el mejor fármaco del mundo, pero fiarlo todo a eso es como conducir un coche sin tener carné. Hace falta formación en diabetes. La educación no forma parte del tratamiento, es el tratamiento”.
El paciente aprende con la enfermera a inyectarse insulina, en el caso de que la necesite. A ella le plantea las dudas sobre la alimentación o el ejercicio físico, ella le derriba los mitos que todavía rodean la enfermedad y a ella le cuenta problemas que le cuesta más hablar con el médico. ¿Con quién hablan de la disfunción eréctil los hombres con diabetes? La mayoría, con su enfermera.
La relación entre el paciente y el profesional se hace con frecuencia tan estrecha que se acaba convirtiendo en un apoyo emocional imprescindible. Gely lo ha experimentado en varias ocasiones: “A veces lo que necesita un paciente es hablar porque te considera de la familia”. El problema es que los seis o diez minutos de consulta de que disponen no facilitan ese tratamiento integral que va mucho más allá de los controles de rigor. “Se trata de capacitar a nuestros pacientes para que dispongan de herramientas con las que sean capaces de tener la mejor calidad de vida y evitar complicaciones”, apunta Gely.
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