Trump asesta un golpe a Guaidó al expresar dudas sobre su reconocimiento y abrir la puerta a verse con Maduro

El presidente Donald Trump recibe al presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, en la Casa Blanca, el pasado febrero.
El presidente Donald Trump recibe al presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, en la Casa Blanca, el pasado febrero.

La posibilidad de que Donald Trump y Nicolás Maduro mantengan una reunión sacude, de por sí, los equilibrios políticos de Venezuela y siembra inquietud en la oposición. El presidente de Estados Unidos abrió la puerta a un encuentro con el venezolano durante una entrevista, pero también expresó dudas sobre el respaldo que su Administración dio a Juan Guaidó al reconocerlo como presidente interino. Es decir, puso en entredicho la estrategia mantenida durante el último año y medio y asestó un golpe al jefe del Parlamento. Este, que aún no se ha querido pronunciar sobre las declaraciones de Trump al portal de noticias Axios, conocidas el domingo, afronta desde hace semanas su etapa más sombría, en medio de duros cuestionamientos internos y externos.

El alcance de sus palabras obligó a la Casa Blanca a aclarar oficialmente que el mandatario no ha perdido la fe en el líder opositor. Él mismo manifestó en Twitter que el propósito de la cita solo sería debatir la salida del poder del líder chavista. La postura de Trump nunca fue objeto de debate, aunque la tibieza mostrada hacia Guaidó coincide con las dudas que generaba en la Administración estadounidense el líder opositor venezolano y que están recogidas por el exconsejero de Seguridad Nacional John Bolton en su libro, que se publica este martes. La grave crisis de Venezuela siempre ha tenido en su trasfondo la Casa Blanca. Y esa presencia, al mismo tiempo real y simbólica, se ha intensificado desde que Guaidó lanzara su desafío al Gobierno, a principios de 2019. Al fracaso de la gestión del régimen chavista se ha añadido la asfixia generada por las sanciones de Estados Unidos, que acusa al propio Maduro de tráfico internacional de drogas, y al mismo tiempo la estabilidad y la protección del líder opositor dependen principalmente del apoyo de Washington. La secretaria de prensa, Kayleigh McEnany, aseguró que Trump sigue reconociéndolo como “líder de Venezuela”.

Trump afirma que él nunca se opone a las reuniones. Aun así, el mero hecho de contemplar ese escenario debilita aún más el discurso de Guaidó e incomoda a su entorno. El presidente de la Asamblea Nacional es el principal dirigente de la oposición y fue popular entre sus cuadros, cada vez más acosados por la justicia, y entre las bases antichavistas mientras seguía en pie alguna expectativa de cambio. La posibilidad de un giro inminente fue también decisiva para que Estados Unidos, al igual que cerca de 60 países europeos y americanos le dieran su respaldo como jefe de Estado encargado.

Pero hoy ese horizonte, agravado por la emergencia sanitaria del coronavirus, es cada día más borroso y la aprobación de Guaidó ha caído en picado mientras el propio Trump manifiesta sus dudas. Su estrategia en la sustancia es la misma, aunque ha oscilado siempre entre la presión para forzar la renuncia de Maduro e iniciar un proceso de transición, y el espantajo de una intervención extranjera. Para avivar esta última hipótesis resultaba determinante la retórica de Washington, especialmente del presidente, sus asesores y del secretario de Estado, Mike Pompeo.

Sin embargo, ni las oleadas de protesta ciudadana les han funcionado ni se ha materializado una vía militar, más allá de algunas acciones desbaratadas por Caracas como, el pasado mes de mayo, el último intento de incursión marítima con desertores venezolanos y al menos dos mercenarios estadounidenses. Un plan alocado del que Guaidó se ha desvinculado rotundamente, a pesar de que en él estuvieran involucrados –al menos en una primera fase– algunos de sus colaboradores más cercanos, y que acabó golpeando su liderazgo.

El malestar generado por ese complot en las filas opositoras es enorme. Y no es la primera vez que se respira un clima similar, sobre todo porque las fuerzas críticas con el chavismo encarnan una amalgama de sensibilidades, incluso ideologías, muy diversas. Por eso el Gobierno de Maduro lleva meses tratando de ensanchar la fractura de la oposición, pactando con sectores minoritarios, y ahora enarbolaría una reunión con Trump como una clara victoria.

En Miraflores muchos querían que en 2016 ganara Trump porque consideraban su política exterior menos intervencionista que la de su rival, Hillary Clinton, y también porque su discurso sin matices acababa animando a las bases chavistas. Las tensiones del año pasado, sin embargo, les hicieron añorar la etapa de Barack Obama. Las relaciones diplomáticas están rotas, pero en el Gobierno siempre han asegurado que, más allá de las hipérboles verbales de ambas partes, se han mantenido algunos canales de comunicación.

La Casa Blanca presentó hace casi tres meses un proyecto de transición en Venezuela sin Maduro ni Guaidó que ha quedado en agua de borrajas. Si los seguidores del primero identifican a Estados Unidos desde los tiempos del expresidente fallecido Hugo Chávez como el principal enemigo de la llamada Revolución Bolivariana, la mayoría de los opositores siempre han mirado a Washington como una esperanza. Este clima es un reflejo no solo de profunda polarización sino de absoluta ausencia de serenidad en el debate político en Venezuela. Guaidó ha sido tildado de socialista o colaborador del régimen por los sectores más radicales de la oposición, que al mismo tiempo no suele aceptar las críticas de los moderados al interpretarlas como un espaldarazo al Gobierno. El bloqueo es cada día más profundo y nadie vislumbra todavía una salida de la crisis.


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